Dulce deriva: ocho paseos en barca y una canción esperanzada
Arte para escapar (2)
De Berthe Morisot a Joaquín Sorolla, de Francesco Guardi a Barbara Hepworth: un viaje artístico por aguas calmas y bravas, frías y a punto de hervir
Llegará el día que se podrá salir de casa e ir al mar, o al río o al lago, y respirar lo que se soñó durante tantos días de confinamiento: el salitre, el horizonte, los hierbajos que ya no saben si están en primavera o en Marte. Barcas que vienen, que se van, una excusa para admirar aguas calmas, rizadas o que hierven como en el poema de Ausiàs March (“Bullirà el mar com la cassola en forn/ Hervirá el mar como la cazuela en el horno”). Barcas de faena, de fiesta, de vida. Guardi, llévame a Venecia. Maestro, don Joaquín, lléveme a casa, a València, donde quiera. En esta nueva entrega de Arte para escapar, arte para soñar, Magazine está muy orgulloso de repescar la figura de Blas Olleros y Quintana, pintor orientalista poco conocido; de saludar a Berthe Morisot y a las dos señoras que abren y cierran este tentempié artístico. Igual no les saciará, pero tal vez por un rato les hará olvidar el hambre que da no poder salir de casa, estirar los brazos, las piernas y el alma.
Joaquín Sorolla (1863-1923)
Mar de plata
SALIDA DE LAS BARCAS, ASTURIAS
Lo llaman impresionismo por los efectos de la luz, pero si fuera por impresionante también valdría. Este es un cuadro para recordar que Sorolla es mucho más que los niños jugando en la arena de la playa de la Malvarrosa y el latido mediterráneo. Y también es un cuadro para recordar los mil tonos del mar, que aquí quiere ser plateado y luminoso y transparente. Hay que fijarse bien y estar atento. Parece, por momentos, que el viento vaya a sacar de la pantalla (perdón, del lienzo) a las barcas, de tan fuerte que sopla. Las velas henchidas. Los cascos apenas si rozan el agua.
James McNeill-Whistler (1834-1903)
El Támesis azul
NOCTURNO: PUENTE DE BATTERSEA, 1872-73
Este cuadro no se parece a prácticamente nada de lo que pintó el artista estadounidense que a lo largo de su vida fue un feliz londinense y un flanêur parisino. Retratista muy solvente y enamorado de las artes orientales, simpático despilfarrador, amigo-enemigo de Oscar Wilde y adversario de John Ruskin, McNeill se salta su propia evolución artística por montera para conseguir una visión nocturna y poderosa del Támesis a la altura de Battersea (sí, antes fábricas y ahora pisos para multimillonarios). La tela forma parte de una trilogía del Támesis fabulosa. ¿Las barcas? Están ahí, o por lo menos se intuyen, se imaginan. Navegan en silencio guiadas por la Luna.
Henry Winkelmann (1860-1931)
Agua, tierra, fuego, sol
ISLA WHiITE, 1913
Si hay que elegir a un fotógrafo que borde el tema náutico, ese es el neozelandés Henry WinkelmaNn (pero se aceptan alternativas, querid@ lector@), que observó el mundo marino desde la cuna. Su historia es tan interesante como la de esta foto, tomada el 23 de diciembre de 1913, verano austral, donde se ven dos botes, el Matareka y el Uenuku atracados cerca de la isla White o Whakaari, en maorí, cerca de la costa norte neozelandesa. La placidez de las aguas contrasta con el caos y el fuego que anuncia el cráter del volcán. Si quiere ver la foto in situ, hay que ir al Auckland Museum. Sí, hay que surcar unos cuantos cielos, pero la vida es muy larga, hay tiempo para todo.
Blas Olleros-Quintana (1851-1919)
Retrato de un desconocido
BOTES ITALIANOS DE PESCA
El año pasado se cumplieron cien años (¿los conmemoró alguien?) de la muerte de Blas Olleros Quintana o, a Quintanas Olleros, como se le nombraba a veces. Pintor abulense se crió artísticamente en Roma, vivió durante un tiempo en París y murió en Florencia. No tocó todos los palos del arte, pero sí unos cuantos. Como McNeill-Whistler, gustó de recrear ambientes orientalistas. En esta marina, las barcas que suelen faenar, están de paseo. La alegría en la paleta y las pinceladas son de día de fiesta.
Gustave Caillebote (1848-1894)
El mecenas deportivo
REMERO EMPUJANDO SU PIRAGUA, 1877
Caillebotte es importante en la historia del arte el siglo XIX por muchas cosas, pero hay tres razones que son cruciales. Una, que era un buen pintor de origen burgués que en sus obras puso el foco en los que no lo eran tanto, los obreros, los más humildes. Dos, que su pasión náutica le llevó a retratar un incipiente interés de las clases bienestantes (pero inquietas) por el deporte, el remo, la piragua. Y tres, que con el dinero que manejaba ejerció no sólo de pintor, sino de mecenas y coleccionista de otros artistas que sin él lo hubieran pasado francamente mal. Entre ellos, Manet, Monet, Degas, Cézanne y Pissarro. Casi nada.
Barbara Hepworth (1903-1975)
Naufragio y esqueleto
FIGURA ALADA, 1963
Atención, pregunta. Cuál es la escultura más vista del mundo cada día… habría unas cuantas candidatas. Esta obra de Barbara Hepworth, colgada en la fachada de Holles Street con Oxford Street, propiedad de unos conocidos grandes almacenes londinenses, estaría entre los candidatos al premio gordo. Unos 200 millones de personas la ven (observar, admirar, eso ya…) al año. La mayoría de barcas de este artículo están vivitas y navegando. En cambio esta Figura Alada (Winged Figura BH 315) es claramente el esqueleto de una embarcación como la que formaron el paisaje de la escultora en St. Yves, Cornualles, donde refugió con un excelso grupo de artistas. Esqueleto por montar o desballestar, por bautizar o enterrar.
Francesco Guardi (1712-1793)
Laguna de mármol
VENECIA, VISTA DE SAN GIORGIO MAGGIORE
Guardi es uno de los últimos maestros de las vedute, los paisajes a veces en formato cinemascope que elevaron a arte excelso pintores como Canaletto, su sobrino Belloto o el neerlandés Caspar Van Wittel, que fue el cronista pictórico de cómo se construía la nueva Roma. Guardi es de aquellos pintores que siempre pintan el mismo cuadro. Sí, pero por supuesto que no. En esta vista de San Giorgio Maggiore el mar parece petrificado, un turquesa majestuoso que, dicen, han vuelto a recuperar algunos canales de La Serenissima. Parece tan marmóreo que los gondoleros en el centro de la tela da la impresión que avancen no sin grandes esfuerzos.
Berthe Morisot (1841-1895)
El paraguas azul de la señora X
DÍA DE VERANO, 1873
El paraguas azul celeste o el lazo azul marino o esos ojos chicos pero que miran de tú a tú a la artista y se hacen notar. Un día de verano, una barca, un paseo, pero el cuadro no es bucólico, tiene más bien un punto inquietante, de nueva era, de cambio, de cambios. La pincelada de Morisot, entrecruzada, nerviosa, pastosa y que está decidida a alejárse de la figuración la entroniza como miembro de pleno derecho de la pléyade impresionista y la sitúa como precursora de generaciones posteriores con su pulso salvaje y furioso pese al tema elegido, supuestamente convencional. El cuadro se llama Día de verano. Que vengan pronto. Remamos a contracorriente para que así sea.