Aún no he puesto el árbol de Navidad, como veo en redes sociales que muchos han hecho ya este fin de semana. Ni espumillón ni bolas brillantes ruedan aún por el parquet, pero intuyo que me quedan horas para sacar los trastos y decorar mi comedor como si este fuera un año más. Pero aun con mi sofá, mi mesa y mis sillas sin haber sido arrastrados por la corriente, no puede ser una época igual.
Los que vivimos en la ciudad de València sentimos cierta culpabilidad por habernos salvado, cuando el agua quedó a solo unos metros de inundarnos a nosotros también. Nos acordonó, como quien diría. Lo observamos al cruzar el río hacia l’Horta Sud, con las vallas de la carretera rotas, llenas de cañas; lo sentiremos hoy cuando el metro empiece a circular solo desde el barrio de San Isidro, limítrofe, y siga hasta el Marítim. Los de allí seguirán enfangados, y nosotros, de nuevo, salvados. El error es pensar que no estamos en el mismo saco, pues somos lo mismo: valencianos afectados por una DANA de desconocidas consecuencias que rompe el colegio de tus hijos, la fábrica de tu amigo, el piso, el coche, el garaje de tu compañera de trabajo, que quiebra la confianza de la sociedad de la que formas parte en quienes nos gobiernan.
La patronal valenciana ha pedido al Ayuntamiento de València que la de este año sea una campaña solidaria, como una forma de reactivar la economía, haciendo “compatible” la solidaridad. A la propuesta, sensata, comprensible y necesaria, se me ocurre responder con una cena de empresa en Alfafar, el encargo de la carne del puchero en alguna carnicería de Massanassa o enviar mi carta a los Reyes a alguna librería de Chiva. Pero luego me acuerdo de que la librería de Chiva me dijo que igual ya no abría, la dueña del bar de Alfafar contó el domingo en un emocionante Salvados que no se ve con ánimo de reabrir en el mismo sitio y conducir a Massanassa, después del trabajo, me va a costar muchísimo con este tráfico. Porque me creo el cuestionado “el pueblo salva al pueblo”, pero es que llego donde llego.
El comercio local es el que nos sostiene en el día a día: es el de la barra de pan que te gusta y te reserva tu hornera, la librería que te guarda la novedad de otoño y la carne que te preparan en el comercio al que iba siempre tu abuela y al que no quieres quitarle el pedido de Navidad porque te sabe mal.
Los que vivimos en València sentimos cierta culpabilidad por habernos salvado"
Somos tan pequeños, e insignificantes, que podemos hacer poquito, y lo que hacemos, bien está. Pero juntos tenemos fuerza suficiente para pedir en alto que llegue ya el dinero a la cuenta corriente, que sus hijos puedan ir de una vez a clase, que nadie les estafe para comprarse un coche. No somos nadie, y por eso me estremezco pensando en la suerte de haber estado al otro lado del río. En Navidad también me acordaré aunque, como a todos, se me olvide pronto.