La necesidad de la belleza

La necesidad de la belleza

Estos días se está publicitando en diferentes medios la convocatoria a los Premios +HISTORIA de la revista National Geographic, dentro del territorio nacional. Entre las candidaturas a diferentes categorías se encuentran, dentro de la Comunidad Valenciana, la rehabilitación del Palacio Valeriola como Centro de Arte Hortensia Herrero en València, el Misteri d’Elx y la exposición “Dinastías. Los primeros reinos de la Europa Prehistórica”, en el MARQ de Alicante.

Espada argárica en la exposición “Dinastías” del MARQ de Alicante

Espada argárica en la exposición “Dinastías” del MARQ de Alicante

Salut Ibáñez

Esta última merece ser destacada por haber obtenido el 1er Accésit al Premio de Mejor Proyecto Expositivo Nacional. También por su carácter temporal (activa hasta el mes de octubre) y por el esfuerzo que ha requerido reunir por primera vez en España las casi 500 piezas que componen la muestra, siendo fruto de la colaboración de 20 museos internacionales: alabardas, hachas, espadas, cuchillos, enseres de aseo y acicalamiento personal, objetos y figurillas rituales y abundante cerámica. Pero, sobre todo, una profusa cantidad de joyas realizadas en oro u otros materiales preciosos como el marfil o el ámbar.

Abruma verse inserto entre tal cantidad de objetos “auráticos”, que parecen obedecer diligentemente a las teorías de Walter Benjamin, para transmitirnos parte de su tiempo y de sus tradiciones a través de la unicidad inherente de la que gozan las piezas procedentes de la artesanía más pura, la prehistórica. De no ser por la tecnología y los materiales de los amplios, y originales, recursos expositivos utilizados, que nos traen al presente, y de los medios audiovisuales que ensordecen nuestras reflexiones in situ, seríamos capaces de oír ese tipo de silencio que parece hablarnos desde tiempos remotos.

Huelga señalar la importancia histórico-arqueológica de estas piezas, que son testimonio certero de lo que fuimos hace unos 4500 años, y que constituyen un patrimonio cultural al que asirse, ese que salva de la orfandad identitaria a una sociedad.

Una sociedad que podría ser la nuestra. Sí, porque no somos tan diferentes, seguimos siendo humanos con necesidades y deseos. Distintos, pero también con ellos.

Una sociedad que podría ser la nuestra. Sí, porque no somos tan diferentes, seguimos siendo humanos con necesidades y deseos. Distintos, pero también con ellos"

Decía también Benjamin que, pasados grandes intervalos en la historia, al igual que se transforma el modo de existencia, lo hace el modo de percepción, la aisthesis. Esta es la palabra griega de la que deriva etimológicamente “estética”. Es decir, que, “estética”, lejos de significar “belleza”, nació como referencia al conocimiento a través de la percepción de lo sensible. Y es esta percepción de la belleza, de lo que consideramos bello o no, lo que cambia. El objeto permanece, es el mismo, es la experiencia estética la que vira según el contexto, el tiempo, la sociedad. Permanece la necesidad de esos objetos bellos. O, únicamente, permanece la necesidad de experimentar estéticamente la belleza. Esta es la tendencia contemporánea: porque vivimos imbuidos en una tecnología que nos proporciona experiencias inmediatas, también esperamos lo mismo del arte. La experiencia hedonista, la que ofrece de manera directa el placer estético, sin necesidad del objeto o soporte artístico e incluso a veces sin necesidad de pasar por el filtro del intelecto (ser un “cultureta gafapasta” ya no es sexy, según las últimas noticias).

Yves Michaud habla de este arte, que no tiene necesidad de obra de arte como soporte, como “El arte en estado gaseoso” (título de su libro): las intenciones, las actitudes, los conceptos o los dispositivos y procedimientos que producen directamente la experiencia del arte o el efecto estético se vuelven sustitutos de la obra de arte, como ocurre con una instalación audiovisual o una performance. Paradójicamente, apunta de manera acertada, vivimos en un mundo “exageradamente bello”, queremos estar rodeados de cosas bellas: la ropa de diseño, los piercings o los tatoos, el último iphone.

Necesitamos sensaciones, sentirnos bien, y lo queremos de manera inmediata, sin ser relevante que el detonante de ello sea algo material o no. Sin embargo, necesitamos del objeto bello, del tangible, como escaparate de nuestra marca de identidad, la propia, la que legamos a los nuestros y la que queremos ofrecer al otro a través de la imagen. Es en este sentido en el que resulta interesante establecer una segunda lectura, más filosófica, de la exposición “Dinastías”: la de la sintonía con la actualidad en la idea de esta necesidad de lo bello como identitario. En la Edad de Bronce el arte era heterónomo y estaba enfocado a crear objetos con una utilidad al servicio del poder, marcando jerarquías, perpetuando linajes en ajuares funerarios o elaborando armas, a menudo más intimidatorias por ostentosidad que por eficacia. Hoy, el arte es autónomo, no se le exige esta función práctica. Sin embargo, en ambos casos, tan diametralmente separados cronológica y socialmente, existe la coincidencia en la valoración de la belleza.

Podemos emocionarnos al estar junto a piezas tan exclusivamente lujosas como la espada con mango de oro de Guadalajara o la diadema de Caravaca, también de oro, ambas pertenecientes al mundo argárico, el que fue el nuestro. Pero lo que verdaderamente conmueve es ser conscientes de la responsabilidad de nuestro legado, de que, desde nuestra concepción actual de la belleza y su materialización en el objeto bello, podremos impedir el desamparo histórico e identitario a nuestros sucesores.

Faltaría cuestionar la validez de un juicio estético no especializado en la valoración de los candidatos a los premios mencionados, ya que este será popular. En cualquier caso, este concurso no dejará de ser un indicador de tendencias, sociológica y estéticamente hablando. Y, con suerte, también un catalizador artístico y cultural.  

Lee también
Etiquetas
Mostrar comentarios
Cargando siguiente contenido...