Mediterráneos

Mediterráneos

“Es un tópico decir que mirar el fuego y el mar no cansa (…). Pero contemplar el mar no es solo un placer de los sentidos o meramente estético, sino que posee el poder balsámico de la calma ilimitada”. Son palabras del mallorquín José Carlos Llop en Si una mañana de verano, un viajero. Es, como él lo define, una poética sobre la escritura y el paisaje mediterráneo. Entre sus líneas reflexiona sobre este tipo de calma exclusiva que nos ofrece el mar y que, dice, nos adentra en nosotros mismos y revela en nuestro interior un doble de la riqueza de su vastedad: no somos nosotros los que meditamos ante el mar, el mar medita en nosotros, y nos cambia.

“Crepúsculo en Magdala”. Muñoz Degraín, 1902. Museo de Bellas Artes de València

“Crepúsculo en Magdala”. Muñoz Degraín, 1902. Museo de Bellas Artes de València

Salut Ibáñez

Con el arte ocurre algo similar: la pintura, la literatura, la música, nos cambian. Porque nos revelan algo de nuestro interior, ese que muchas veces no sabemos explicar, trayendo lo intangible al mundo sensible. El arte hace que nos reconozcamos en unas palabras, en una imagen, en una sinfonía. De este modo, el arte pone ante nuestros ojos el conocimiento. A través de la contemplación de las manifestaciones artísticas sabemos lo que nos gusta o lo que no, lo que queremos o deseamos y lo que no. Y también hacia dónde deseamos ir o dónde quedarnos, pues nos permite “viajar”. Es el caso del género del paisaje, que nos posibilita, al menos, hacerlo mentalmente.

Y es que es necesario viajar para apreciar lo que se tiene, porque como apunta el valenciano Rafael Chirbes en Crematorio, “No lo busques fuera: el paraíso lo tienes aquí. Aunque para reconocerlo seguramente te hayas de ir fuera”.

Antonio Muñoz Degraín (1840-1924), pintor valenciano, conocía esta certeza. Marruecos, Tierra Santa (Palestina), Túnez, Venecia, Mallorca o Málaga, son algunos lugares del Mediterráneo donde la naturaleza inquieta, intrépida y vitalista del artista, le llamaron a viajar, pintar, estudiar o trabajar. Su obra, osada y polifacética en cuanto a temática y géneros, destaca finalmente por el tratamiento personal, original y diferente del paisaje, género hacia el que se inclinaron los pintores con tendencias más modernas como fue su caso, pues les permitía ejercer una mayor libertad formal, más propia de las nuevas tendencias artísticas de “entresiglos”, al alejarse de los encorsetamientos academicistas más decimonónicos exigidos por otros géneros como el retrato o la historia.

Otro de los grandes intereses de la obra de este artista, es que en él encontramos materializado el paradigma del eclecticismo propio de ese Fin de Siglo, confluyendo en él rasgos de las diferentes corrientes: en sus inicios, su obra se enmarca en la época del realismo (cuyos tintes nunca abandonará completamente) pero se caracteriza por situarse a caballo entre el Romanticismo, el Simbolismo y la factura propia del Impresionismo, con magistrales pinceladas libres y empastadas que pueden ser consideradas precursoras del más temprano expresionismo, o con juegos de luz que anticipan los de Sorolla.

Equiparable a este último en calidad artística en todos los niveles, habiendo recibido varios premios a nivel nacional y un pensionado en Roma y siendo poseedor de la cátedra de paisaje en la Academia de Bellas Artes de San Fernando, sigue siendo, sin embargo, bastante desconocido. Quizás por ser una rara avis “rechazada” entre los artistas españoles de la época cuya obra era más convencional y de mayor naturalismo. Degraín, en cambio, se adelantó a su tiempo y traspasó límites que fuera de nuestro país ya estaban superados. El ingrediente definitivo que otorgó mayor originalidad a su obra fue el exotismo, que hundía sus raíces en la moda orientalista impuesta por el Romanticismo y que Fortuny abanderó. A Degraín le impulsaron a seguir esta moda también motivos espirituales, de tendencia religiosa pero también mágica. Atraído por la corriente simbolista, que buscaba, más que representar una narrativa fiel a la realidad evocar sentimientos mediante la fantasía cromática o la creación de ambientes lumínicos misteriosos, cargados de mensajes inquietantes, por ambiguos y metafísicos, encontró inspiración en sus viajes al Próximo Oriente. Así, son emblemáticos, sus paisajes nocturnos, cuya luz de la luna llena asoma entre un celaje nublado para bañar suavemente un mar de tintes violáceos en contraste con la luz intensa del fuego anaranjado de las hogueras en la orilla cuya humareda asciende vaporosamente, otorgando un ambiente meditativo a la altura de la poética mediterránea descrita por Llop.

Su obra puede ser contemplada, además de en la colección permanente del artista, ubicada en el Museo de Bellas Artes de València, en la exposición temporal “El paisaje de los sueños” que, con motivo del centenario de su muerte, se celebra en el mismo y hasta el 13 de octubre. Es una muestra que aporta además obras de otras temáticas. También atrevidas, como el patriotismo histórico, caso de la Guerra de África, de la que se evitaba hablar debido al gran fracaso de las actuaciones militares españolas o, incluso, temas tan actuales como los de la ambigüedad de género, personificada en la figura de la poetisa Safo, que es además protagonista del cartel y colofón de la exposición.

Cincuenta y dos obras cedidas por el Museo de Málaga, la Biblioteca Nacional de España, el Museo Nacional del Prado y otras del propio museo valenciano, acompañadas por una museografía dotada de recursos audiovisuales que completan el círculo de la poética de la obra, son una oportunidad para poner en valor a Degraín y también para dejarnos meditar, a través del arte del paisaje, por el Mediterráneo y permitir que este nos cambie.

El arte nos afecta y nos cambia, ya sea a través de palabras o mediante imágenes, como las de los autores mediterráneos citados en este texto"

El arte nos afecta y nos cambia, ya sea a través de palabras o mediante imágenes, como las de los autores mediterráneos citados en este texto. Quizás, diréis. Lo que sí es una certeza es la magia de las personas, esas sí que nos cambian. Como mediterráneos, amantes del contacto humano, aprovechemos este verano y reencontrémonos con aquellas amistades que la distancia no ha conseguido enfriar, porque, como decía el barcelonés adoptivo Javier Tomeo en “Solsticio de verano”, ocurre con las personas como con el verano, el sol está más lejos, pero hace más calor: la lejanía física no significa gran cosa. 

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