El tabú de los "sin ganas"

El tabú de los "sin ganas"

Confesión de domingo de un hombre cercano a los cuarenta años a otro de la misma edad —ambos solteros, con novia, sin hijos— tras unas horas de deporte y ante dos cocacolas: "Pues bueno, me parece que va acercándose el momento de tener un hijo. No es que yo tenga ganas, pero supongo que ya toca. A nuestro alrededor, otros amigos ya han dado el paso. A mí no me gusta nada la vida que llevan. Los veo amargados o estresados o aburridos. Pero supongo que hay que hacerlo. Sí, no queda otra: hay que tirarse a la piscina. ¿No crees?". Y su voz sonaba como si fuera directo al matadero. En esas llegaba su novia al bar y añadía: "Sí, yo también lo estoy viendo con mis amigas: sus vidas me parecen un rollo. Pero sé que nosotros al final también lo haremos, igual que sé que acabaremos en el psicólogo por ello". Puede parecer una visión extrema, exagerada. Y, sin embargo, esta pareja era capaz de expresar un malestar que, durante mucho tiempo, ha estado oculto. Un tabú innombrable que esperaba el momento adecuado para aflorar, tal como lo hace ahora en conversaciones, artículos, redes sociales, libros. La realidad es que hay gente que tiene hijos sin ganas, solo porque no hacerlo sería "raro". Y que cada vez se está cuestionando más esa supuesta "rareza".

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Una madre con su hijo recién nacido. 

REDACCIÓN / Getty

Sería interesante examinar a fondo las razones que paralizan a la población en edad reproductiva ante la idea de tener hijos. Por qué España es uno de los países del mundo donde más se tarda en tener al primer bebé. Que, además, suele ser el único —la estadística es 1,19 hijos por mujer—. Qué miedos a qué pérdidas laten detrás. Porque es evidente que no todo se explica en términos económicos o de precariedad laboral: nuestros abuelos eran mucho más pobres y tenían muchos más hijos. No todo es el dinero, no. Antes, probablemente, la gente no se hacía tantas preguntas, no dudaba tanto. Tal vez porque nadie esperaba tantos años a procrear: con la edad nos volvemos más cavilosos, más analíticos, menos dados al riesgo y la sorpresa. Antes, además, nadie esperaba tanto de su existencia: cambios constantes de trabajo, mudanzas de vivienda y de ciudad, viajes, oportunidades, ascensos, proyectos, aventuras, aficiones absorbentes... La vida posmoderna ofrece demasiados estímulos, artificiales y vacuos quizá, pero seductores y absorbentes también.

La realidad es que hay gente que tiene hijos sin ganas, solo porque no hacerlo sería "raro". Y que cada vez se está cuestionando más esa supuesta "rareza"

Así y todo, no es poca la gente que acaba lanzándose a la piscina de la procreación para no quedarse atrás, para no ser "diferente", trazando un tranquilizador check en ese punto del listado de las cosas que todo el mundo debería hacer. Al respecto, vale la pena consultar el estudio de Orna Donath Madres arrepentidas (Reservoir Books, 2016), con casos reales de "si pudiera darle al rewind...". A veces, el simple hecho de comentar este tema de la maternidad/paternidad por "imperativo o presión social" despierta un hooliganismo visceral: muchos de los que son padres defienden a capa y espada su condición y desdeñan la opinión de aquellos que no lo son por voluntad propia. El subtexto es: "Pero qué vas a saber tú de la maravilla inigualable que es tener hijos". Y el subtexto más profundo es: "Tú también deberías estar sacrificándote por una criatura. Porque, al no hacerlo, me obligas a pensar si realmente yo lo deseaba tanto".

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Ojalá poder hablar de estas cuestiones sin dogmatismos ni prejuicios, con naturalidad y respeto a las diversas opciones. Poder comentar sobre ese pánico a perder la libertad atándola a otro ser, o sobre la necesidad de encontrar mejores fórmulas de conciliación y viviendas asequibles donde puedan moverse sin tropezar más de dos personas, o sobre el deseo de consagrarse a la crianza y su reverso, tan digno, de apostar por otras facetas humanas.

Estamos ante la primera generación que puede permitirse el lujo de reflexionar largamente si quiere o no quiere tener descendencia

Hace tiempo, una amiga italiana un poco mayor que yo, profesora universitaria también y sin hijos, me dijo: "Si meditas demasiado lo de tener hijos, acabas por no tenerlos". Quizá es cierto. Pero mirémoslo desde otra perspectiva: estamos ante la primera generación que puede permitirse el lujo de reflexionar largamente si quiere o no quiere tener descendencia. Y esto es un privilegio. Sin duda, un signo de madurez y desarrollo social. El fin del tabú de los "sin ganas".

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