¡Ay, Sandra, ay Sandra!

Opinión

No es nada habitual que un alto cargo institucional del PSOE diga alto y claro que la monarquía española constituye un anacronismo. “Ni es necesaria, ni es esencial y cuarenta años después probablemente ya no sea útil”, acaba de afirmar sin embargo la vicealcaldesa de València, Sandra Gómez, en una carta abierta dirigida a su propia formación que ha publicado ElDiario.es . No es usual que desde las filas socialistas se plantee un debate al respecto, pero quien también ocupa la secretaría general del PSPV en el cap i casal ha dejado escrito, en ese mismo artículo, que “el Partido Socialista debe defender que ya ha llegado el momento de que podamos opinar”. De repente, Sandra Gómez ha parecido erigirse en la Carmela de la canción que alegremente entonaban los soldados republicanos.

Su carta no tiene desperdicio y deja entrever un desajuste creciente entre las nuevas generaciones de líderes socialistas, nacidos en plena democracia, y los que vivieron la Transición en primera persona o se incorporaron a la actividad política durante las décadas de los 80 y los 90, amparados por el aura impoluta que acompañaba a la Corona. Una inmaculada virginidad que se ha arrumbado en el nuevo siglo, al calor de diferentes escándalos, solo uno de los cuales ha podido ser judicializado. El resto yacen en segundo plano, recubiertos por una robusta capa de inviolabilidad.

En cualquier caso, resulta obvio que una jefatura de estado hereditaria no se rige por el criterio de igualdad ni está sometida a la fiscalización de los cargos públicos que la modernidad exige. Por eso chirría en una España que ha visto cómo el bipartidismo tradicional saltaba por los aires y en la que el movimiento del 15-M esbozó las líneas hegemónicas de los años venideros. Una pequeña revolución que ha conducido al consejo de ministros a dos organizaciones políticas, Podemos e Izquierda Unida, de creencia y obediencia abiertamente republicanas.

Lo es también el PSOE, o eso proclaman de tanto en tanto algunos de sus militantes, aunque de su actuación se desprenda la aceptación de la monarquía imperante cual mal menor o incluso como valioso complemento del Ejecutivo. Como si las corruptelas ligadas a ella fueran más livianas que las de los rivales políticos, como si la sucesión por consanguinidad fuese legítima y democrática. Una fe que choca con la postura cada vez más crítica de la ciudadanía. Únicamente hay que observar las últimas entregas del CIS en las que se preguntó a los españoles por su opinión sobre la monarquía.

En 1999, el 58,7% de los encuestados aseguraban tener mucha o bastante confianza en ella, por el escaso 11,3% a los que les despertaba poca o ninguna confianza. Ese margen fue estrechándose poco a poco hasta darse la vuelta por completo. Así, en 2013, apenas el 18,8% confiaba mucho o bastante en la institución monárquica, mientras que el 44,3% sentía poca o ninguna confianza hacia ella. Desde 2015, ya con Felipe VI en el trono, no se ha vuelto a efectuar esa pregunta. Por entonces el 25,9% veía con buenos ojos la monarquía y el 35,3% mostraba su rechazo. Pasado un lustro todo hace indicar que los datos no serían más halagüeños para el monarca, pero el CIS se niega a testarlo y esquiva sistemáticamente dicha cuestión en sus numerosos estudios demoscópicos.

Entre los muchos españoles que no profesan entusiasmo hacia la Corona a buen seguro se encuentran bastantes votantes socialistas. Votantes antiguos y otros que todavía lo son. Si se interrogase sobre la materia a los 180.000 militantes que suman el PSOE, el PSC y las respectivas filiales juveniles, se evidenciaría que las tesis de Sandra Gómez generan una simpatía importante, si no mayoritaria. En cambio, los prohombres del partido, se llamen Felipe González o Alfonso Guerra, José Bono o Javier Fernández, se enmarcan en las antípodas. La última demostración la ha ofrecido el ex ministro Jordi Sevilla, quien ha traspasado la puerta giratoria en contradirección para dirigirse a la vicealcaldesa valenciana con tono paternalista: “¿De verdad, Sandra, con el país polarizado, atravesando la mayor crisis económica y social desde la guerra y el Gobierno con los Presupuestos en el aire, es el mejor momento para plantear este debate? No sé... Y yo también soy republicano. Pero, no sé...”.

En ese “soy republicano” seguido de la conjunción adversativa “pero” lleva anclado el PSOE nada menos que 45 años. Justo eso es lo que Gómez desea desatascar con su carta abierta. “Lo viejo se resiste a morir y lo nuevo no acaba de nacer”, que decía Gramsci. No obstante, ciertos atavismos caen por su propio peso cuando se entra en contacto con compañeros de gobierno próximos ideológicamente. En el caso concreto valenciano, la experiencia de gobierno de los socialistas con fuerzas como Compromís o Unides Podem contribuye a desprenderse de esas ataduras.

Es probable que Sandra Gómez nunca hubiese hecho semejante propuesta si, por ejemplo, formase parte de un gobierno bipartito junto a Ciudadanos. No se hubiese sentido impelida. Por contra, el hecho de compartir equipo con compañeros de otras fuerzas a los que le une buena parte del corpus ideológico y con los que en muchos casos existe proximidad generacional y afectiva, le ha ayudado a expresarse con una mayor libertad. A decir lo que siente. O a cambiar el discurso, si el anterior estaba demasiado encorsetado. Prueba de ello son las declaraciones pronunciadas por Gómez durante el anterior mandato y a en la campaña electoral acerca de los carriles bici, que contrastan, y de qué manera, con el discurso que abandera ahora, convertida en la gran adalid de las peatonalizaciones y repitiendo sin cesar su lema de “València, ciudad de plazas”.

Rectificar es de sabios, dicen, y bien podrían aplicarse la lección algunos compañeros suyos del PSPV que semanas atrás censuraban sin ambages el “no” de Compromís a la prórroga del estado de alarma. Hubo quien, cegado por el fanatismo partidista, osó acusar con insistencia al diputado Joan Baldoví de haber “cambiado al lado oscuro y filofascista” por votar junto a Vox. Hubo quien alertó del peligro que conllevan los que se proclaman de izquierdas aunque, en realidad, son “de derecha nacionalista”, en referencia implícita a Compromís. Pocos días más tarde el PSOE impedía, en compañía de Vox y del PP, la creación de una comisión de investigación en el Congreso sobre los negocios del rey emérito acogiéndose a la interpretación de los letrados de la Mesa, tremendamente restrictiva. Unidas Podemos, por su parte, mantuvo su voto a favor.

Este viernes se conocía que el Gobierno ha aceptado incluir la reforma de la financiación autonómica como uno de los ejes de la llamada “reconstrucción”. Pedro Sánchez se compromete a tener a punto un borrador antes de final de año. Algo habrá tenido que ver, sin duda, ese distanciamiento calculado de Compromís en las votaciones del estado de alarma, cuando todos, a excepción de la coalición valencianista, parecían tener derecho a exigir contraprestaciones por su voto.

Así como muchas de las reivindicaciones de los nacionalistas de izquierdas no son de derechas, la defensa a ultranza de la monarquía tampoco debiera formar parte consustancial de la condición de socialista. Las palabras de Gómez no debieran ser una excepción, un grito en el desierto, sino el inicio de un reencuentro con los ideales íntimos de una formación más que centenaria que siempre dijo tener alma republicana. Ya ha llegado la hora de exhibirla.

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