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Y Usted, ¿también está sola?

Opinión

Agencias

“Y Usted, ¿también está sola?”. Esa es la pregunta que le hizo mi abuela a otra señora que la llamó por teléfono por error. Mi abuela, que está sola en su casa desde hace más de un mes, como tantas otras, sintió empatía hacia esa voz que sonaba desde el otro lado del teléfono e imaginó a una mujer de su edad, sentada al lado de una mesa camilla como la suya, toqueteando la pantalla de un smartphone y con la mala pata de haberse equivocado de número al llamar a Paquita, que no era mi abuela. El caso es que continuaron charlando y aquella vocecilla entrecortada resultó ser de la prima de mi abuelo, la de Lliria; mi abuela se partía de la risa.

Estos días he pensado muchísimo en ellas, en las abuelas, y aunque se me encoge el corazón cuando pienso en cuánto hace que la mía no ve a su bisnieto, siento que ella es una afortunada. Ahora hacemos video llamadas y por fin le he enseñado mi casa sin que salga de la suya, quién se lo iba a decir. Sé que muchos abuelos y abuelas, sin embargo, están solos de verdad, no solo físicamente. Eso me rompe. Y no es una sensación que me haya venido con la cuarentena; esto también lo he sentido antes. Claro que yo hacia mi abuela siento devoción, y puede que sea injusto exigirle eso a cualquiera. La cuestión es que cuando el otro día me contó aquello me puse feliz, me pareció un maravilloso gesto de sororidad, aunque mi abuela no conozca “estos términos modernos”.

Quizás uno de los efectos colaterales de la cuarentena sea justamente este, que nos estén saltando todas las alertas para recordarnos lo importantes que son los cuidados, lo triste que es la soledad y lo fácil que es, a veces, animarla un poco. Por seguir con el ejemplo, mi abuela supo que aquella voz era la de la prima de mi abuelo porque le preguntó si ella también estaba sola e intercambiaron algunas frases, pero, probablemente, en cualquier otra situación distinta a esta, habría colgado antes. No por nada, pero, como cualquiera, ella habría dicho que no, que no era Paquita, y la conversación habría acabado tras una disculpa rápida desde el otro lado del aparato. ¿No lo creen? En fin, puede que la cuarentena, como les decía, nos haga más amables, sí, pero esa es solo una posibilidad, una posibilidad deseable, pero solo eso. Al menos esa es mi sensación; no siempre, solo a veces. No sé si me entienden, pero es que creo que ese es otro de los efectos colaterales de los que hablaba: las dudas, el barullo de preguntas, el cóctel de rabia, pena, resignación e incertidumbre; el desorden de ideas.

Al final, todas las respuestas y los posibles escenarios que bailan en mi cabeza responden a una sola pregunta: qué pasará cuando todo esto acabe. Qué pasará con ellas, con las abuelas que sigan solas, pero también con las mujeres que sigan siendo maltratadas, con el alumnado que siga sin recursos cuando se reanude el curso o con los hospitales que sigan sin material para trabajar en condiciones. No sé, qué pasará con toda esta sobredosis de solidaridad, productividad y empatía, si de verdad será eso o solo cinismo, fachada e hipocresía. No me malinterpreten, pero, ¿acaso quienes están colgando carteles en los portales invitando al personal sanitario a abandonar sus hogares “para proteger al vecindario” no estaban anoche aplaudiendo en sus balcones? Sí, claro que sí, puede que hasta silbaran con tanta euforia, al ritmo de Resistiré y de Viva España. Y a mí, en general, me parece maravilloso. Incluso hay días que me emociono con las primeras palmadas tímidas, siempre segundos antes de que empiecen a sonar las campanas de las 20:00, esa hora en punto que ya es símbolo, y con ellas los aplausos de toda la ciudad. Porque entonces sonrío a mi vecino, cuyo novio trabaja en una residencia, y pienso en él aunque no sé ni su nombre, pienso en mis tíos, en mis primos y en mi amiga Carla, al pie del cañón en los hospitales, y en todas estas personas que les aplauden todos los días a la misma hora y me pregunto qué pasará después, cuando la vida vuelva a aquella normalidad asfixiante a la que nos habíamos acostumbrado.

Yo no sé qué pensar, ya se lo he dicho, para mí las respuestas dependen del día. La única que no cambia, la que quiero creer que sí tengo clara es que, cuando todo esto acabe, más personas que antes le preguntarán si está sola a la voz entrecortada que llame algún día a su casa por error. Díganme que pasará. Díganme que harán eso y que, a partir de ahora, también le preguntarán si está sola a la vecina del quinto, solo por si acaso, ya saben, por si las moscas. Solo porque está mayor.