La cuestión de la convivencia entre las dos lenguas oficiales del País Vasco y de las incursiones de la política en el ámbito de la lengua podrían parecer superadas atendiendo a algunos datos. El 67% de la sociedad está a favor de la promoción del euskera y solo un 7% en contra, el 88% cree que en el futuro de Euskadi deben convivir ambas lenguas, mientras que únicamente un 9,5% cree que se futuro solo debe ser en euskera, y, por citar otro dato recogida en la Encuesta Sociolingüística, hasta el 75% de los jóvenes conoce ambas lenguas y solo un 9% dice no entender la lengua vasca. La realidad, sin embargo, es más complicada y la campaña está demostrando que ni siquiera una cuestión que en apariencia suscita estos consensos escapa a la refriega entre partidos.
El candidato del PP, Javier de Andrés, es quien con más insistencia saca a relucir estas cuestiones, junto con Vox. Lo hace apelando a los dos temas fundamentales que aún generan fricciones en el ámbito político: la exigencia de perfiles lingüísticos en la Administración y el debate sobre el futuro de los tres modelos lingüísticos en Educación (A, B y D).
Atendiendo a la primera cuestión, el nivel de discordancia entre lo que dicen unos y otros es tan elevado que para un observador imparcial puede resultar complicado aclararse. De Andrés denuncia que se “exija euskera en la Administración por encima de lo que la sociedad puede dar” y centra sus críticas en un ámbito muy sensible: el de la Salud, sugiriendo que la falta de profesionales sanitarios que afecta a Euskadi, y a media Europa, tiene que ver con el tema lingüístico.
Imanol Pradales respondió a esta cuestión en una entrevista radiofónica con un ejemplo familiar: “Suelo acudir mucho a pediatría en el hospital de Cruces, porque tenemos una niña chiquitina, y habitualmente me suelen atender magníficas profesionales de origen latinoamericano que no hablan euskera. Seamos serios”.
Es en este punto donde surge una duda razonable: ¿es realmente la lengua una barrera infranqueable en el ámbito público y, en particular, en el de la Salud? Los datos dicen que no, que en el Servicio Vasco de Salud-Osakidetza trabajan miles de sanitarios que no dominan la lengua vasca. En concreto, el 51% de los profesionales tiene acreditado un perfil lingüístico (en su caso, en Salud, se suele pedir un B2), mientras que la otra mitad carece de esta acreditación.
El porcentaje de trabajadores con perfil acreditado es algo mayor en el conjunto de las administraciones vascas (en torno a un 60%, una media que sube claramente en ámbitos como la Educación, donde los profesores suelen acreditar un C1). Esta cuestión de los perfiles lingüísticos se ha canalizado históricamente en base a dos criterios: se exigen en base a la realidad sociolingüística del lugar en el que se ejercerá el servicio público y, en segundo lugar, en caso de ser preceptivo, se demanda un nivel acorde a las funciones que desempeñará el trabajador público.
En este apartado, no obstante, también hay espacio para la crítica. La plataforma Euskara Denontzat (Euskera para todos) viene denunciando que en los últimos años se exige por encima del conocido como índice de preceptividad, es decir, por encima de la realidad sociolingüística de cada lugar. Además, en los últimos meses se han dictado varias sentencias que han anulado convocatorias públicas de empleo por demandar el conocimiento de euskera al margen, según los jueces, de las citadas coordenadas. Esta cuestión suscitó una multitudinaria manifestación el pasado otoño en Bilbao para denunciar “una ofensiva judicial contra el euskera”.
Behatokia, el observatorio de los derechos lingüísticos, mientras, denuncia que el derecho a ser atendido por la Administración en la lengua oficial que elija el hablante, recogido legalmente desde hace 40 años, está lejos de cumplirse incluso en las zonas más vascohablantes. El Gobierno vasco señala que el grado de cumplimiento de este derecho es elevado, aunque reconoce limitaciones.
En una realidad sociolingüística muy diferente a la de Cruces, el hospital mencionado por Pradales, el médico de Amoroto, natural de Madrid, parece avalar este punto, aunque, en una entrevista en el diario Deia, también ponía en valor cómo la convivencia se abre paso. Y ahí juega un papel importante tanto la paciencia de la comunidad vascohablante como la voluntad de hacer un esfuerzo de quienes se acercan al euskera siendo ya adultos:
“Estoy intentado aprender. Algún paciente me ha hecho listas de palabras en euskera. Ha sido un regalo precioso (…). Ten en cuenta, que hay mucha gente a la que le cuesta expresarse en castellano, aquí solo se oye euskera. Por eso estoy muy agradecido en cómo me han aceptado (…). En la vida encontraría un puesto de trabajo mejor que ser médico de familia en Amoroto”.
La situación sociolingüística
Entre las oportunidades y los riesgos
Los debates sobre la convivencia entre las dos lenguas oficiales se centran fundamentalmente en la cuestión de los perfiles lingüísticos y en el debate sobre el futuro de los tres modelos lingüísticos en la Educación vasca. Según la Encuesta Sociolingüística del euskera, el 74,7% de la población considera que para trabajar en la Administración pública es necesario saber euskera, frente a un 18% de la población que no comparte esta visión y un 6,3% que no se muestra “ni favorable ni desfavorable”.
En cuanto a los modelos lingüísticos, la oferta vigente durante cuatro décadas ha sido la siguiente: A (castellano como lengua vehicular, con el euskera como asignatura); B (las asignaturas se imparten en las dos lenguas vehiculares y, en algunos casos, como en los otros dos modelos, también en inglés); y D (euskera como lengua vehicular con el castellano como asignatura). Los modelos A y B, los más demandados durante los años 80, son ahora minoritarios; el modelo D, en cambio, se ha convertido en mayoritario. Hoy tiene una cuota superior al 90% en Educación Infantil y de alrededor del 70% en Bachillerato.
Sin embargo, la aprobación de la nueva Ley de Educación, que finalmente salió adelante en diciembre con los votos de PNV y PSE, propició un debate en el que afloraron las diferencias. El PNV defendió un modelo flexible con el euskera como eje y centrado en la consecución de objetivos lingüísticos (B2 en euskera y castellano al final de la ESO, y B1 en inglés al final de la misma etapa); cada centro debía decidir cuántas asignaturas impartir en cada lengua. EH Bildu, mientras, apostó por un modelo de inmersión en euskera similar al catalán, una opción que, con matices, también defendía Podemos. El PSE se mostró partidario de blindar los modelos lingüísticos, postura que compartía el PP, aunque con el matiz de que los populares exigían una puesta en valor del modelo A, que consideran desprestigiado.
La postura que finalmente se introdujo en la Ley de Educación reflejó un complicado equilibrio entre la voluntad del PNV y la del PSE.
En todo caso, para entender los debates sociolingüísticos en el País Vasco hay que atender también al punto en el que se encuentra la lengua vasca después de un proceso de revitalización de cuatro décadas. Básicamente, ciñéndose a la realidad sociolingüística de la Comunidad Autónoma Vasca (sin entrar en las particularidades de Navarra y el País Vasco francés) la lengua sigue condicionada por dos grandes brechas. La primera es territorial. En muy pocos kilómetros existen realidades sociolingüísticas contrapuestas, núcleos en los que el euskera es muy mayoritario y otros en los que su uso es minoritario. La segunda gran brecha es generacional: el conocimiento -y también en gran medida el uso- es claramente mayor entre las generaciones más jóvenes. Así, el 75% de los menores de 25 años saben euskera, frente a un 25% que lo conocen entre los mayores de 65 años (eso sí, entre estos últimos la práctica totalidad lo tienen como lengua materna).
Una tercera brecha tiene que ver con las diferencias en el nivel de uso entre quienes lo tienen como primera lengua, que en general lo utilizan de forma muy activa y quienes lo han adquirido fuera del hogar.
En opinión de Kike Amonarriz, filólogo y sociolingüista, es importante conocer de dónde viene la situación actual: “Venimos de años de agonía social, de un peligro real de desaparición. Una situación que se dio en el periodo posterior a la Guerra Civil, quizá desde un poco antes”. A partir de ahí, desde los años 60-70 se inicia un proceso de revitalización “muy fuerte” de la lengua que abordó las cuestiones estratégicas que exigía el momento (desde la estandarización hasta la creación de las ikastolas pasando por la enseñanza de la lengua a adultos), según indica Amonarriz. Aquel proceso fue impulsado por la iniciativa social a favor del euskera y, con la recuperación de las instituciones democráticas, también por las instituciones vascas, lo que favoreció una “institucionalización” y un nuevo impulso.
“Todo ello favoreció una clara mejoría tanto en el conocimiento como en el uso, así como una expansión de la lengua vasca hasta llegar a cumplir la mayor parte de las funciones sociales”, explica.
En los últimos años, sin embargo, Amonarriz percibe “un impasse”, “una situación en la que existen fortalezas y también algunos riesgos”. Entre las fortalezas, cita el “conocimiento generalizado entre los menores de 20 años” (“no es habitual entre las lenguas minorizadas que las generaciones jóvenes sean quienes más lo utilizan”, añade) o “la gran adhesión con la que cuenta el impulso a favor del euskera”.
En el lado opuesto, Amonarriz aprecia retos y algunas debilidades como la situación de la lengua vasca en el ámbito audiovisual o el hecho de que el crecimiento del uso esté estancado en los últimos años. “Estamos en un momento clave, en el que se añade el reto de los recién llegados. Ahí, el euskera puede ser un gran instrumento para la integración y la cohesión”, explica.
En opinión de Iñaki Martínez de Luna, doctor en Sociología por la Universidad de Deusto, a la hora de responder a debates como el de los modelos o el de los perfiles en la función pública es clave “tener una perspectiva a medio y largo plazo”, siendo conscientes de “los peligros que existen en un momento de globalización como el actual para todas las lenguas minorizadas”.
Martínez de Luna, asimismo, es partidario de atender a esta cuestión desde una perspectiva global y desde discursos como el la “ecología de las lenguas”. “Si nos preocupa, lógicamente, el futuro de una planta o el del medio natural, cómo no nos va a preocupar nuestro patrimonio cultural”, concluye.