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La sociedad vasca no ve la inmigración como un problema, sino más bien como un reto, y los expertos demandan políticas de cohesión e integración

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Una imagen de las calles de Markina-Xemein, con varios niños jugando en la zona del frontón

Manu Lozano / Colaboradores

Hace ya dos décadas que el paisaje humano comenzó a cambiar en la comarca de Lea Artibai, en el límite costero entre Bizkaia y Gipuzkoa. Los senegaleses empezaron a llegar para trabajar en la industria pesquera, trajeron a sus familias, echaron raíces y hoy no se puede entender esta zona sin su aporte. Su proceso migratorio ha sido casi siempre visto con cierta simpatía por la población local, quizá por el punto exótico que se percibía en su llegada a un entorno tan netamente euskaldun y, sin duda, por su facilidad para conectar con la población que les recibía.

La historia de los migrantes africanos en esta zona es, con todos sus matices y dificultades, un ejemplo de integración armoniosa del fenómeno migratorio, especialmente si se mira a los hijos de este colectivo. La imagen del frontón de Markina que acompaña a este reportaje, tan expresiva del clima que se percibe in situ, es elocuente de este pequeño éxito. Sin embargo, la inmigración en el País Vasco deja también otras realidades más complicadas; el riesgo de la segregación planea sobre diferentes ámbitos de la vida social y es evidente que la gestión de este fenómeno no siempre es sencilla.

El puerto de Ondarroa ha visto cómo los pescadores de origen senegalés toman el relevo y se integran en la localidad.

El puerto de Ondarroa ha visto cómo los pescadores de origen senegalés toman el relevo y se integran en la localidad.

Manu Lozano

En este momento, algo más del 13% de la población de la comunidad autónoma de Euskadi ha nacido en el extranjero y en torno al 30% de los niños que nacen son hijos de madres de nacionalidad extranjera. El fenómeno no va a menguar, al menos mientras la economía y el empleo marchen bien, y atendiendo a las tendencias que ocurren en toda Europa, la cuestión demanda políticas proactivas vinculadas a la cohesión y la integración.

La directora de Ikuspegi, el Observatorio vasco de la inmigración, Julia Shershneva, considera que el ámbito de la educación exige especial atención en el País Vasco, ya que “vemos que coinciden la segregación por origen con la segregación por situación socioeconómica”. En todo caso, considera que la sociedad vasca se encuentra en un punto en el que “no percibe la inmigración como un problema”, lo que permite afrontar este fenómeno más bien como un reto y, al mismo tiempo, alejarlo de la refriega política (la cuestión apenas ha entrado en campaña). “Tenemos la perspectiva longitudinal de 20 años y, si bien en la crisis económica aumentaron las percepciones negativas, en los últimos años han bajado paulatinamente”, explica.

En opinión de Shershneva, una de las claves para los próximos años pasa por reforzar los ámbitos para la cohesión: “La propia educación es una parte importante. El trabajo también es otro ámbito para la interacción, aunque estamos muy segmentados. El deporte puede ser otro campo interesante y, especialmente en las zonas vascohablantes, el euskera es un elemento de cohesión brutal que, al mismo tiempo, es una vía de entrada hacia trabajos más estables”.

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Un grupo de futbolistas en el municipio de Berriatua

Manu Lozano / Colaboradores

El profesor de Sociología de la Universidad del País Vasco Patxi Juaristi está dirigiendo una investigación de la centenaria Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza sobre las identidades vascas mirando a 2050: “El objetivo es analizar qué elementos conformarán la identidad vasca en los próximos años y cuáles nos pueden cohesionar”. Juaristi reside precisamente en Markina, uno de los municipios con más población inmigrante y donde aprecia algunas señales positivas. “En este municipio el euskera se ha convertido en un elemento de cohesión social muy importante, especialmente entre los niños y jóvenes, vengan de donde vengan”, coincide con Shershneva. Según un estudio del Cluster de Sociolingüística, entre el 90% y el 95% de las conversaciones entre los niños y jóvenes en las calles de este municipio son en euskera, a pesar de que un porcentaje elevado de quienes las protagonizan son de origen extranjero.

“Las percepciones de que los inmigrantes suponen una amenaza para la cultura o la lengua vasca, algo que preguntamos en nuestras investigaciones, han bajado mucho. Los inmigrantes reproducen nuestras prácticas, y ahí en Euskadi existen realidades culturales o sociolingüísticas muy diferentes”, añade Shershneva.

La investigación desarrollada por Juaristi, no obstante, sugiere que el fenómeno exige otros lazos sociales: “Son muy importantes determinados valores sociocomunitarios: la aceptación de la diversidad, la vinculación con el territorio, la solidaridad o la justicia social, una cuestión que aparece mucho. Es muy importante que perciban que viven en una sociedad que no les desplaza”.

Juaristi considera que el tema debe ser tratado con la complejidad y atención que demanda. Dentro del propio paisaje vasco se aprecian realidades más problemáticas en las que no abundan las interacciones con el colectivo migrante. El reto es complejo y en Europa son muchos los ejemplos de sociedades paralelas en las que no se ha acertado a la hora de abordar el fenómeno. “No es sencillo; es un reto y exige impulsar políticas efectivas y la implicación de muchos agentes”, concluye Juaristi.

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