“Para nosotros, nuestro padre siempre ha sido un santo. Los domingos después de misa afeitaba a los leprosos en el Hospital de Sant Llàtzer de Barcelona, luego visitaba el Hospital del Espíritu Santo de antituberculosos de Santa Coloma de Gramenet y con mis hermanos íbamos a ver a los niños enfermos de San Juan de Dios y les dábamos lo poco que teníamos, a veces nos guardábamos el postre para ofrecérselo”, contaba hace unos días Maria Dolors Tort Gavín, la única hija viva del laico, orfebre de profesión, Antoni Tort Reixachs (Monistrol de Montserrat, 1895- Montcada i Reixach, 1936), asesinado en una tapia del cementerio de Montcada i Reixach al inicio de la Guerra Civil.
Antoni Tort, que escondió durante meses eAntoni Tort, que escondió durante meses en su casa a monjas, religiosos y al entonces obispo Manuel Irurita y a su secretario, ha sido beatificado, junto con el sacerdote Gaietà Clausellas Ballvé (Sabadell, 1863- Matadepera, 1936), otro “hombre santo”, tal como era conocido en su ciudad, en una multitudinaria ceremonia en la Sagrada Familia de Barcelona a la que han asistido más de 2.000 personas.
El orfebre Antoni Tort escondió unos meses en su casa a monjas, religiosos, al entonces obispo Manuel Irurita y a su secretario
Clausellas dedicó los últimos veinte años de su vida a los residentes de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados de Sabadell. “Fue un pobre que estuvo siempre al servicio de los pobres; siempre dispuesto a ayudar, a creyentes y a no creyentes”, destaca el cura jubilado Blai Blanquer, coordinador de la publicación Vida i miracles de Mn Gaietà Clausellas, escrito por el colectivo Amics de Mossèn Gaietà.
Antoni Tort y Gaietà Clausellas fueron asesinados al principio de la Guerra Civil, víctimas de la persecución religiosa
Gaietà Clausellas y Antoni Tort se desvivieron por los más desfavorecidos y fueron asesinados en plena contienda bélica, víctimas de la persecución religiosa a miembros de la Iglesia Católica.
En la década de 1950 se inició el proceso de beatificación de ambos, un largo camino que culminó el 23 de noviembre con la ceremonia de beatificación, que fue presidida por el cardenal Marcello Semeraro, prefecto del Dicasterio de las Causas de los Santos, y concelebrada por el nuncio apostólico Bernardito Auza, el arzobispo de Barcelona Juan José Omella y el obispo de Terrassa, Salvador Cristau. El pasado 13 de abril el Papa aprobó el decreto por el que reconocía el martirio por el odio a la fe que sufrieron ambos durante la guerra.
Nacido en Monistrol, hijo de un panadero y una mercera, Antoni Tort pronto despuntó en el dibujo y la pintura, hecho que propició el trasladó de la familia a Barcelona. Con Maria Josefa Gavín tuvo trece hijos y regentó un taller de orfebrería en la calle del Call número 17 de Barcelona, en el que empleó a una treintena de trabajadores, que se dedicaban a la fabricación de piezas religiosas como custodias o copones.
Su relación con el obispo Irurita –cuya causa sigue abierta- la explica su hija, a punto de cumplir 90 años. “Mi padre estaba muy implicado con asuntos religiosos, principalmente en la parroquia de la Mercè. Un día que paseaba cerca del Palacio Episcopal vio al obispo que salía disfrazado con un mono de trabajo; mi padre le preguntó adonde iba y le contestó que no lo sabía. Fue entonces cuando le invitó a ir a su casa”.
El obispo -agrega- tuvo en casa su propio cuarto, en la capilla. Allí decíamos misa , recitábamos el rosario y el rezábamos el Ángelus”, explica Tort Gavín. Su padre no solo dio cobijo al obispo, sin también a su secretario, Marcos Goñi, al padre Torrent, superior de los Felipones y a varias monjas durante meses hasta que el 1 de diciembre de 1936 un grupo de milicianos registraron el domicilio.
Para nosotros, nuestro padre siempre ha sido un santo; los domingos después de misa afeitaba a los leprosos en el Hospital de Sant Llàtzer de Barcelona y luego visitaba el Hospital del Espíritu Santo de antituberculosos de Santa Coloma de Gramenet
No era la primera vez. Habían sido objeto de registros hasta en catorce ocasiones, en los que llevaron muchos objetos de valor del taller de orfebrería. “La última vez les encontraron con el rosario en las manos y les preguntaron si eran sacerdotes”, explica Maria Dolors, en un relato que se ha ido transmitiendo de generación en generación. Cuando su padre murió tenía apenas dos años.
Gaietà Clausellas fue el cuarto de los cinco hijos de un matrimonio muy humilde. Ordenado sacerdote en 1888, ejerció su ministerio en varias parroquias como Olesa de Montserrat y Vilanova i la Geltrú y en 1898 fue nombrado vicario de la iglesia de Sant Fèlix de Sabadell. En 1916 fue designado cura de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados, y se dedicó a recorrer toda la ciudad para atender a los más necesitados.
Gaietà Clausellas fue un pobre que estuvo siempre al servicio de los pobres; siempre dispuesto a ayudar, a creyentes y a no creyentes
Cuando estalló la Guerra Civil, se negó a abandonar la residencia, a pesar del peligro de muerte que corría. “Tras suplicarle, accedió a quitarse la sotana y pasar como un residente más del asilo.
Pero el personal que intervino la institución lo identificó como sacerdote por su forma diligente y amable al atender a un anciano que se había caído”, explica Blanquer en un escrito de la hoja diocesana. “¿Quién es este? Es un cura, esto solo lo puede hacer un cura!”, gritaron.
Descubierto por su amor a los ancianos, murió asesinado en la carretera de Matadepera, donde se erigió un monolito en su memoria. “Fue un hombre de paz en tiempos de guerra, un hombre que expresó su fe con obras”, recuerda Blanquer.