No hay Navidad sin polémica en la plaza Sant Jaume. Ni siquiera este año en que el gobierno que preside Jaume Collboni ha tratado precisamente de esquivar las controversias eliminando el pesebre municipal al aire libre (el patio de carruajes del Ayuntamiento exhibe una muestra tradicional) y sustituyéndolo por un gran estrella de 20 puntas. La Vanguardia, fiel a esa tradición tan barcelonesa de debatir sobre la escenografía de estas fiestas, ha pedido al exdirigente del PP Alberto Fernández Díaz, al escritor Carlos Zanón y a los periodistas Eva Arderius y Luis Benvenuty que valoren la novedad y puntúen –lógicamente con estrellas, de una a cinco– lo que no deja de constituir una atracción ciudadan
Navidad con Grinch estrellado
El alcalde ha decidido que una estrella de 20 puntas en formato meteorito sea el epicentro navideño en la plaza Sant Jaume y ha relegado el pesebre al patio de carruajes municipal. Si pretendía no reproducir polémicas de antaño, se ha equivocado.
Las controversias lo eran por los belenes-bodrios del butanero, el de la película La momia u otros. El pesebre ha de ser reconocible y en el que en familia, abuelos, padres, hijos y nietos, compartan el sentir de la Navidad, de raíz cristiana y en valores. Una vez más, el gobierno municipal parece querer ser el Grinch. Suprime el Belén y nos coloca la estrella. Barcelona ya tiene una, la que culmina la torre de María en la Sagrada Família, una estrella luminosa a la que se le impuso la censura de la luz y se la condenó a estar encendida solo unas horas.
Sugiero al alcalde que emplace su estrella en la plaza Sant Miquel. Allí, el alcalde Trias emplazó el monumento a los castellers. Hay que imaginar mucho para identificar a nuestras torres humanas con la escultura que evoca al alambre de tapón de una botella de cava. En Sant Miquel, la escultura estrellada de Collboni y la espumosa de Xavier Trias maridarían perfectamente junto a un enorme papel celofán rojo típico de los regalos navideños y apelando a la ciudad de comercio.
Bromas aparte, la estrella arropada por un espectáculo audiovisual inmersivo tendrá éxito. Lo tendría igual en otro lugar. La buena estrella de verdad es ser capital de encuentro, de cultura y de solidaridad. Respaldemos al comercio desde los ejes de barrio y el mercado de Santa Llúcia hasta la Gran Via, el paseo de Gràcia, el Tibidabo o el Port y con la mejor entrada de año en Montjuïc e iluminando calles, edificios singulares y monumentos con horarios amplios, sin alegorías de adornos propias de Chinatown y sin estar a años luz de las grandes capitales o sin ser una urbe de baja intensidad lumínica.
Creo en la Barcelona de respeto y conciliable de tradición y modernidad, costumbre e innovación. Lo importante es hacer realidad todo el año los buenos deseos de estas fechas. Un propósito de compromiso para con nuestros mayores en soledad, familias sin ingresos o personas en desamparo. Al anhelo de paz, amor y felicidad, sumemos techo, sustento, trabajo y compañía.
Ni 'fum' ni fa
La estrella, denominada Origen, podría ser el origen y el inicio de todo tipo de cuentos o historias fantásticas y misteriosas sobre Barcelona, como la de un terremoto que sacude la ciudad y hace que la estrella que corona la Sagrada Família caiga rodando por el Eixample hasta la plaza o que una nave interestelar proveniente de otro planeta aterrice en el centro del poder político de la ciudad. Pero la misión de la estrella no es solo estimular la imaginación de los barceloneses, la misión es que no se eche de menos el pesebre, acabar con un debate estético que nos hacía mucha gracia a unos y muy poca a quien recibía las críticas. Y si la alternativa a este no debate navideño era un pesebre convencional, pues bienvenida sea la estrella.
El viernes a las seis y media de la tarde, muy puntual, se estrenó con menos expectación de la que quizá se esperaba. Después de las 40.000 personas en el encendido de luces de paseo de Gràcia temía tener problemas para entrar en la plaza de Sant Jaume, pero no fue así, y el público, incluidos sus creadores, era de pocos centenares de personas.
La estrella provoca curiosidad, invita a mirarla desde diferentes perspectivas, a bordearla, que es lo que acabamos haciendo la mayoría de los que estábamos allí, y a fotografiarla. Es mucho más instagrameable que un pesebre porque cabe en una foto.
Es bonita y elegante, se hace mirar pero promete más cuando está apagada de lo que acaba dándote cuando se enciende. El juego de luces blancas puede resultar algo monótono (dura siete minutos) esperas una explosión de luz y color que no llega (perdón por el spoiler), el reflejo en las fachadas de Ayuntamiento y Generalitat no acaba de percibirse y tiene otro problema.
Es imprescindible verla con la música que se descarga con un QR y que se escucha a través de los auriculares del móvil, un hecho que genera cierta brecha digital. Muchas de las personas mayores que estaban en el estreno la vieron sin este elemento clave para que el juego de luces genere una pizca más de emoción. Aun así tiene un gran mérito, la estrella en sí no despertará muchas pasiones, pero tampoco acabará disgustando demasiado, nadie puede decir que es fea. Y este, creo, será su gran éxito y en realidad su gran misión.
Big Star
En los años setenta estalló una banda seminal de escaso éxito en su momento, pero de una influencia palmaria décadas después. Se llamó Big Star y su cantante era Alex Chilton. El nombre de la banda lo eligieron al ver un neón de una cadena de supermercados. Así de sencillo. La misma estrella que anunció el nacimiento del Mesías te situaba dónde estaba la tienda donde comprar salchichas, lechugas y maquinillas de afeitar. Cosas de la cultura popular.
Hago este requiebro musical porque, en realidad, no sé cómo hablarles de la estrella gigante de Natividad que desde el pasado viernes está instalada en la plaza Sant Jaume. Quizás un barcelonés de tercera generación como yo no sea la persona más adecuada para ello. De todos es sabido que hay pocas señas de identidad en los barceloneses, pero que una de ellas es que nunca te guste ninguna instalación navideña de la plaza Sant Jaume. De hecho, no nos gustaría ni aunque el pesebre contara con el reparto original, los Big Star originales. Es decir, San José, la Virgen María, el Niño Jesús, Burra y Vaca, amén de ángel con o sin estrella.
La instalación navideña de la plaza Sant Jaume a veces no nos gusta porque sí y otras porque no. Pero nunca nos gusta. Y uno –después de tantos años de arrugar la nariz ante moderneces o cursilerías– ya no sabe si la instalación llamada Origen en forma de estrella le gusta o no le gusta.
Presencié la inauguración de esta, que se encendía y apagaba por tramos, creando la sensación en servidor de uno de esos lavabos con tres bombillas, dos serias y trabajadoras y una bromista. Cada treinta minutos Origen realiza sus intentos de apagarse o encenderse del todo. Ayuda algo si te descargas un código QR y escuchas la música seleccionada al tiempo que el baile de luces tiene lugar. ¿La música que suena es de Alex Chilton y los Big Star? Respuesta: no.
La estrella, que está fabricada con hierro, metacrilato y luces led, impone e ilumina las fachadas tanto del Palau de la Generalitat como del Ayuntamiento de Barcelona. Es obra del arquitecto Xevi Bayona y el creador digital Àlex Posadas. Para los nostálgicos, en el patio de carruajes del Ayuntamiento hay un pesebre inspirado en el mar y en la Copa del América. Si es que los de Barcelona nos quejamos por vicio.
Más navideño que nunca
A la postre, el montaje dispuesto estos días por el Ayuntamiento de Barcelona en la plaza Sant Jaume resultó el más navideño de los últimos años. De ahí que se merezca como poco cuatro estrellas. En verdad, pocos símbolos se refieren más a estas fiestas que una simple estrella, independientemente de su número de puntas, de sus características geométricas y de sus vatios de potencia. Porque una estrella siempre simboliza el camino de la salvación, el de la esperanza que se abre camino en la oscuridad, la guía que nos ilumina el paso en la incertidumbre; ¿qué sería de los Reyes Magos sin su estrella? No le pongo un cinco porque la Navidad aún no me embargó de buenos sentimientos.
Y que los autores del tinglado repitan que su montaje nos remite al origen del universo y al big bang tampoco importa mucho. Todo el mundo sabe que las obras de arte trascienden a su perpetradores, que en el fondo importan bien poco sus intenciones y todo lo que pretendían, que una obra de arte nunca está completa hasta que el otro la hace suya al otro lado, hasta que alguien se siente de repente sobrecogido, ¡arrebatado! A cada cual le da el síndrome de Stendhal con lo que le da la real gana. Los códigos QR y demás mandangas inmersivas tampoco son ahora relevantes. A buen seguro que ante esta estrella muchos vivirán evocaciones mucho más navideñas que las suscitadas por tantos montajes pretéritos aquí instalados tan atrevidos como incomprensibles. Y encima, una estrella perfectamente geométrica sin ningún fleco suelto casa la mar de bien con el espíritu del barcelonés medio, tan amante de la innovación como a la par conservador.
Oficialmente, el destierro del tradicional pesebre que pocas veces pareció un pesebre tradicional responde a la voluntad del ejecutivo municipal de decorar tan significativa plaza con un montaje coherente y no una acumulación de elementos sin orden ni concierto. Pero no se llamen a engaño. Los dirigentes de esta ciudad también pretenden ahorrarse el torrente de críticas ciudadanas que el pesebre no pesebre suscitaba cada año, unas críticas que en realidad venían a cuestionar el modo en que los políticos se gastan el dinero público y su verdadera atención a las inquietudes de la gente. “Claro, como el dinero no es suyo...”. Pero el gobierno no debería subestimar la capacidad del barcelonés de indignarse. En cuanto la gente se entere de lo que le cuesta esta estrella, el ejecutivo del alcalde Jaume Collboni echará de menos hasta a aquel butanero tan injustamente maltratado por la historia.