Los profesores de universidad están apreciando un cambio en la letra de sus alumnos. “Cada curso que pasa es peor, hay más alumnos con mala letra”, observa Anna Bartra, profesora de Filología Catalana de la UAB. No es un comentario nuevo. “A menudo te ves obligado a dar por buenas frases ininteligibles, después de pasar un rato tratando de averiguar qué dicen”, confirma Juan Pablo Sanz, profesor de la Universitat Abat Oliba CEU (UAO-CEU). “Pero también es verdad que las buenas caligrafías no han desparecido del todo”.
La falta de práctica puede llevar a la deformación de la letra. Desde hace unos años, básicamente se aprende y practica en la escuela. Incluso en el instituto los trabajos se escriben en el ordenador. El tiempo que antes se dedicaba a escribir a mano se va reduciendo a partir de la adolescencia en detrimiento de los beneficios cognitivos que tuviera esa práctica, pero a favor de otras ganancias.
“El hábito de escribir, que se adquiere de niños, nunca se pierde”, tranquiliza Ignacio Morgado, catedrático de Psicobiología del Instituto de Neurociencia de la UAB. Es como la bicicleta, por mucho que deje de usarse, uno puede volver a conducirla. Otra cosa es la destreza o la incomodidad del sillín. “Mire, me ha salido un callo”, protestó no hace mucho un estudiante universitario a su profesor tras hora y media de examen.
Los profesores señalan que cada vez entienden menos los exámenes escritos que corrigen
“Como cualquier hábito, si no se practica, se va perdiendo la velocidad y la fluidez del trazo”, continúa Morgado, lo que puede abocar a una deformación de la letra. “¿Pero qué adulto escribe ahora textos largos a mano?”, se pregunta. Efectivamente, la relación de los ciudadanos con la administración o con las empresas se establece mediante plataformas tecnológicas. A los amigos, se les felicitan las fiestas a través del móvil. El lápiz se coge para la lista de la compra, si uno no es aficionado a escribir diarios.
“Con la pandemia se aceleró la digitalización no solo en las universidades sino también en los institutos, y ese proceso, lamentablemente, no se ha desacelerado”, explica la neuropsicóloga Marina Fernández Andújar, profesora de la UAO-CEU, para quien si no se escribe no se fomentan otras funciones ejecutivas superiores. “Escribir cuesta más que teclear”, añade.
En gran proporción, el ordenador es ya el medio de relación habitual en muchas facultades, aunque tras la irrupción de las inteligencias artificiales como ChatGPT se está volviendo a exámenes manuscritos. “En la UPC pedimos informes y memorias a mano para evitar el copy and paste del ordenador”, indica Josep Pegueroles, investigador de la Escuela Técnica Superior de Ingeniería de Telecomunicación de Barcelona (ETSETB) de la UPC. Se muestra muy favorable a que se tomen apuntes a mano porque el esfuerzo que implica escribir fuerza a un trabajo mental que no se realiza si solo se escucha. “Además, así no atienden al móvil”.
Desde la pandemia, se ha acelerado el uso de dispositivos en las aulas de los campus y también de institutos
El pasado martes, en un rápido vistazo a las mesas de la biblioteca Jaume Fuster, de la plaza Lesseps, abarrotada de estudiantes, se constata que ya no vivimos en un mundo de escritura exclusivamente manual. Conviven a la par portátiles y papeles, aunque entre estos últimos, pocos están escritos a mano. Paradójicamente, los estudiantes de carreras científicas y tecnológicas escriben de su puño y letra, mientras que los de ciencias sociales y humanidades lo hacen en ordenador.
Anna (22 años), estudiante de Derecho, está frente a un tocho encuadernado en el que hay frases subrayadas con colores fosforitos. Ella teclea en clase u obtiene apuntes ajenos y maneja material que cuelgan los profesores. A su juicio, sería imposible estudiar todo eso si fuera manuscrito.
Ro (23 años), estudiante de Educación Social en la UB, toma los apuntes a mano y en ordenador, indistintamente. No los pasa a limpio. “No lo necesito, casi no hago exámenes”, justifica. También la carrera de Guillermo, estudiante del grado Lenin (Universidad de Mondragón), es tan práctica que sus aprendizajes no pasan por anotar la teoría. Escribe, eso sí, comentarios en la agenda. “Son frases breves”, afirma. Como le da mucho valor, se esmera con la letra hasta el punto de que cree que, ahora, sus antiguos profesores elogiarían su caligrafía.
Los estudiantes de carreras tecnológicas o científicas anotan a mano; no así los de sociales y humanidades
La calidad de la letra, explican los profesores consultados, puede adivinarse por el género del autor, y en esta comparación ganan claramente las mujeres: mejor caligrafía, mejor presentación, mejor estructuración de ideas. Parecería que la letra y el rendimiento fueran también a la par. “Aunque he visto bella caligrafía con narrativa de ficción espectacular”, se ríe al recordarlo Sanz.
Carlos (18), futuro ingeniero industrial por la UPC, y Claudia (23), estudiante de Estadística (UB/UPC), toman apuntes a mano. Lo hacen, explican, por la dificultad de los ordenadores de incorporar símbolos matemáticos. También la estudiante de Químicas, Rachele (20), que como los otros dos está en la biblioteca, coge apuntes a mano, solo que lo hace con un tablero electrónico conectado con el portátil. Se transcribe todo automáticamente a un documento.
Otros alumnos explican que toman apuntes de forma cooperativa. Es el caso de Alba (21), estudiante de periodismo y ADE en la UB. “Desde que estoy en la universidad, nunca he utilizado una hoja de papel. Ya en el instituto escribía en ordenador”, afirma. Ahora registra las explicaciones del aula en un documento Drive conjunto con dos amigas. Entre las tres se reparten el tiempo de clase. “Así, dos horas se hacen más cortas”. Valora el tiempo que “no pierde”. Y no nota que su letra haya cambiado.
Alba toma apuntes en un documento compartido junto a dos compañeras, para evitar el aburrimiento
A la tecnología también se les da otros usos como la grabación de la voz del profesor (lo que no está permitido en muchos campus) que una aplicación transcribe de forma inmediata a un documento de ordenador que el estudiante pule, eliminando palabras inútiles registradas, durante la clase. Quien esto aplica, reconoce que después, antes del examen, tiene que estudiar un poco más que cuando lo hacía a mano y lo pasaba a limpio, porque en ese proceso “se le quedaba más”. Pero, como Alba, valora ahorrar tiempo y esfuerzo en todo el proceso.
“Los apuntes sirven para leer, pensar, estudiar”, enumera Enric Prats, vicedecano de la facultad de Educación de la UB. El ordenador va más rápido, pero simplifica procesos útiles”.
“Me cuesta entender cómo toman los apuntes en el ordenador porque no pueden hacer esquemas, incluir asteriscos para destacar, unir párrafos con flechas…, reflexiona el profesor de Historia de la UAB Ignasi Fernández Terricabra, que avisa de que en las universidades de otros países solo usan portátiles. “No estoy en contra de la tecnología, pero si tienes todo a mano (correos, noticias, webs...), es fácil distraerte y perder la atención”.
Un alumno poco acostumbrado a la tinta lamentó tras un largo examen el dolor del callo en el dedo
“Cuando quiero que retengan un concepto esencial les digo: ‘Necesito que en los próximos 10 minutos me prestéis atención. Dejad móviles y bajar la tapa de los portátiles’”, explica la profesora de la UAO-CEU.
Fernández Terricabra también relaciona el uso del ordenador con la dificultad para leer textos largos. Este es un lamento compartido por todos los docentes consultados. Se lee poco. Se sugieren libros adaptados, se eliminan apuntes a pie de página para que no sean rechazados. Apenas se atiende a las bibliografías sugeridas. “Si pides una frase que recoja la esencia de un texto, no lo escriben, te copian un fragmento”.
“Ahora se lo damos todo más fácil”, considera Barta, a quien más que la pérdida de calidad de la caligrafía le preocupan las faltas de ortografía, el vocabulario empobrecido, la buena presentación de un trabajo y el poco hábito de leer. “Colgamos gráficos, mapas, fotos, apuntes, quizás facilitamos demasiado”.
Rachele se ha comprado una tableta sobre la que escribe a mano, y un programa transmite el texto
Daniel Cassany, profesor adscrito a la UPF, no llora el retroceso caligráfico. Opina que nunca se valoró estéticamente como en países asiáticos y que muchos alumnos actuales conocen tipografías de otras lenguas. Considera que los tiempos han cambiado y que es más importante saber detectar un bulo o distinguir una fuente fiable. “Antes, la caligrafía era importante porque formaba parte de tu presentación, ahora construyes la identidad de otra manera”, añade. A su juicio, la escritura se está “reacomodando” a los diversos registros de aprendizaje existentes (podcast, vídeos.. etcétera) que los jóvenes valoran.
También Morgado ve un signo de los tiempos la tecnología a la que todos los adultos de mayor edad se han acostumbrado. Cree que, en todo caso, se genera una dependencia (siempre hay que cargar con un dispositivo). “Al cerebro no le va a pasar nada”. concluye. Y da una recomendación a los jóvenes: reservar lo manuscrito para lo emocional. “Regala escritos con tu letra a tus seres queridos”, les dice.
¿Aprender con lápiz o con un teclado?
Si el teclado es el nuevo lápiz, ¿tiene sentido el esfuerzo que requiere enseñar a escribir? ¿puede cambiarse la letra caligráfica por la de imprenta? Para Ignacio Morgado, el ser humano debe mantener la habilidad de escribir a mano, aunque termine haciéndolo a máquina de adulto. El aprendizaje, que cuesta un enorme esfuerzo adquirirlo, es indeleble y es lo último que pierden las personas con enfermedades de la memoria. “Los niños pequeños deben aprender a escribir con el lápiz, repetir las palabras al calor de un dictado, porque eso desarrolla capacidades implícitas importantes”. La escritura manual moviliza más y diversas áreas cerebrales que la pulsación de teclas y exige al niño pasar del sonido al grafismo, conservando en la memoria la forma de las letras y el movimiento de los músculos que se requiere para reproducirla. Ahora bien no entra en el debate, aún actual, sobre si es mejor mantener la letra ligada –de mayor complejidad y belleza– que letra de imprenta –más simple pero utilizada en la mayoría de textos escritos como ordenador, libros o diarios–. En todo caso defiende una letra personal, rápida y legible. En las escuelas catalanas, se enseña según el criterio del centro educativo. Justo en una escuela pública se ha reproducido el debate sobre la escritura. Han decidido, finalmente, cambiar de la tradicional a la de imprenta. Sostienen los docentes que las horas que pasan los niños aprendiendo y esforzándose por unir la be con la erre lo pueden pasar practicando la escritura. No todo el claustro está de acuerdo. Este es un debate irresuelto que viene de lejos. Finlandia, modelo de educación referente para los países occidentales, optó hace años por la letra de palo, separada y el aprendizaje también por ordenador. Para Marina Fernández Andújar, profesora de neurociencia, la enseñanza de la cursiva es mucho más laboriosa porque implica dominar todas las ligaduras entre las letras y los trazados de las mayúsculas. Todas siguen la misma dirección y, una vez se alcanza cierto grado de destreza, se gana en velocidad. La letra de imprenta, por otra parte, es más rítmica y nítida y se aprende con mayor rapidez. No obstante, algunas letras se confunden porque se parecen. Asimismo, tiene más momentos en los que se levanta el lápiz del papel. Las unidades de letras que forman las palabras acaban no separándose con tanta facilidad. A juicio de Fernández Andújar, acostumbrarse a la rapidez puede reducir el esfuerzo de aprender. “Se ha demostrado que la letra ligada trabaja aspectos como la voluntad y el esfuerzo”, añade.