‘Camino al cielo’
Todos en China fingían ignorar la existencia de ermitaños en los montes Zhong- nan. Porter, de espíritu curioso, intrépido e indisciplinado, quiso conocerles. De esa experiencia salió Camino al cielo (Tres Portales), libro subtitulado Encuentros con ermitaños chinos: treinta años después llega aquí en castellano (en traducción de Guillem Usandizaga), cuajado de vidas remotas al fin desveladas, deslumbrantes perlas de sabiduría y didácticas peripecias. Estima Bill Porter que viven en esas montañas unos 600 ermitaños, de los que trató a una sexta parte. La historia quiso que mientras Porter triscaba por esos montes, irrumpiesen tanques en la plaza de Tiananmen. Y me da un verso chino: “Sólo lamento de esta vida que no haya habido suficiente”. A falta de más vida, ¡extráele más jugo!
¿Viajó para conocer a ermitaños chinos?
Sí, hace treinta años viajé a los montes Zhongnan, en China: vivían allí ermitaños budistas, zen, taoístas y confucionistas.
¿Qué buscaban esos ermitaños allí?
Aprender.
¿Aprender qué?
Sobre sí mismos y el alma humana, meditando, observando la naturaleza y leyendo a sabios y filósofos.
¿Y llegan a aprender algo?
Algunos siguen allí hasta su muerte, aprendiendo cada día algo. Otros consiguen dominar deseos y llevar una vida tranquila. Y deciden también enseñar: regresan a la sociedad como maestros.
¿Alguno de ellos fue su maestro?
Hace sesenta años, siendo universitario, con 21 años, traté a un maestro budista. Me interesó lo que me dio a leer y lo que me enseñó. Y, como doctorando de la Universidad de Columbia (Nueva York), me fui a Taiwán: ingresé en un monasterio.
¿Y qué aprendió en el monasterio?
Aprendí lo mucho que me convenía desaprender. Y algo conseguí desaprender, sí: empecé a verlo todo desde otro prisma más limpio, más despojado. Eso sí, cuatro años después supe que no quería ser monje.
¿Por qué no?
No soy tan espiritual, no soy tan disciplinado. Pero sí traduje viejos textos tradicionales chinos. Y se enteró el abad...
¿Le pareció bien al abad?
Sí, y me impuso el sobrenombre de Red Pine (pino rojo): un chamán chino de la antigüedad. Y me puse a traducirlo...
¿Al chamán Pino Rojo?
¡Era un augur del clima! Y traduciéndole encontré mi voz. Me lo editó un amigo, hijo del hombre más rico de Taiwán. Habíamos sido colegas beatniks y hippies...
¿Tuvo muchos amigos ricos?
Sí, mi padre lo era: fue hotelero a partir de 1931, y en los años 60 llegó a ser propietario de 52 hoteles. Pero tenía un secreto...
¿Qué secreto?
Un dato de su pasado, que descubrí una vez muerto: mi padre, de joven, había sido atracador de bancos.
¿En serio?
Harto de pincharse los dedos como jornalero recolector de algodón, se lanzó a robar bancos, en un itinerario de sur a norte, hasta llegar a Detroit.
¿Y qué le pasó?
La policía le hirió una rodilla en un tiroteo, le detuvieron. Pero un día pudo huir. Se casó... y con el dinero de mi madre, en El Paso, la frontera mexicana, prosperó.
Ocultando su pasado delictivo.
Sí. En los años 60 simpatizó con el Partido Demócrata y amistó con los Kennedy. Yo, de niño, llegué a ver a JFK en mi casa. Y también a Marilyn Monroe.
¡Oh! ¿Puedo tocarle la mano?
Sí. ¿Y eso?
Para estar a un grado de separación de Marilyn Monroe.
Marilyn venía a casa con su pareja, el gran ídolo Joe Di Maggio: era él en quien yo me fijaba, un héroe del béisbol.
¿Y a ella, cómo la recuerda?
La recuerdo vestida de negro, elegante.
¿Tiene usted alguna pista sobre las muertes de Marilyn o de Kennedy?
No. Son misterios que seguirán siéndolo.
Y usted, a traducir a sus chinos.
Durante treinta años traduje a poetas chinos... Disfruté conversando con personas que llevan mil años muertos. Traducir es un juego de reinterpretación. Desde luego, le di la espalda a ganar dinero...
¿Y un día decidió viajar a su tierra?
Tras veinticinco años en Taiwán, en 1989 viajé a China para conocer a ermitaños.
¿No le puso pegas el régimen chino?
Las sorteé. Las autoridades comunistas chinas dejaban en paz a esas personas mientras no molestasen. Algunas eran fugados de la revolución cultural china...
¿Cómo eran aquellos ermitaños?
Las personas más felices que he conocido.
¿Cómo era su vida?
Muy simple. Duermen en una cabaña. Comen poco. No tienen nada. Y son felices. Tras meses allí, me dije: “¡Debo contarlo!”.
Y escribió Camino al cielo.
Tras tratar a cien ermitaños, y eran mujeres más de la mitad.
No sabía que había tantas mujeres...
La vida espiritual es más atractiva que la que les espera como madres de familia, cuidando de todo el clan... Es duro.
¿Recuerda a alguna en particular?
No olvido a Huiyuán, monja budista de 21 años: era universitaria, había ido allí... y se había quedado. Hoy en día es una famosa maestra, muy venerada por sus discípulas.
¿Qué enseña Huiyuán?
Enseña el sabio cultivo del fracaso. Porque desde la luna llena, solo se mengua; en cambio, desde la luna nueva, ¡se crece!