“Mi filosofía ha sido cuidar al cliente, que se sienta a gusto”
Tengo 63 años. Nací en Arenales de San Gregorio (Campo de Criptana, Ciudad Real) y vivo en Esparreguera. Soy profesional de la hostelería. Separado. Un hijo, Vicente (32): ¡quiero ser abuelo! ¿Política? ¡Podrida! ¿Creencias? Si digo que sí, le engaño; si digo que no, igual... No sé si me explico. (Foto: Xavi Jurio)
Una lágrima en la copa
La coctelería-restaurante Il Giardinetto se inauguró hace cincuenta años (1974): diez años después (1984) debutó Ángel: es el alma del lugar tras 40 años, una institución en Barcelona. Don Ángel se jubila y están desfilando dos generaciones de clientes para agradecerle y despedirle con una lágrima en la copa. Ángel se dirige a sus clientes aún como “señor” (o “señora”), jamás con ese irritante “chicos” con que hoy te bautizan tantos camareros. Ángel es profesional avezado, atento, despierto, no se le escapa nada y jamás se aparta de su objetivo: cuidar, dar bienestar, hacerte sentir tan a gusto que deseas volver. Lo ha conseguido siempre. Y ahora habrá que añorarle cada vez que entremos en la que ha sido su casa... Oh, ¡qué rico mi daiquiri! Hoy don Ángel le ha dado un toque de coco...
Se jubila después de...
Cuarenta años hará el 3 de diciembre que estoy aquí.
¡Cuarenta años!
Estas paredes son mi casa, mi casa es Il Giardinetto.
¿Qué ha hecho aquí?
Desde un cóctel hasta un steak tartare.
¿Bartender, le llamo?
¿Soy barman? ¿Soy coctelero? ¿Soy jefe de sala? ¿Soy maître? No, nada... y todo: soy un profesional de la hostelería.
Ha atendido a miles de clientes aquí.
Sirvo cócteles a clientes a cuyos padres ya les serví cócteles.
¿Qué cóctel vive tras cuarenta años?
Son tres cócteles: dry martini, negroni y whisky shower.
¿Y qué cóctel ha decaído?
El medio combinado. El varón se pedía su dry martini, y la dama su medio combinado: mitad ginebra, mitad vermut.
En la barra hoy nos hemos igualado.
Esta barra de caoba ha bendecido amoríos: una noche de San Valentín, una mujer y un hombre conversaban... “Estáis deseando besaros”, les animamos Lis y yo...
Lis, camarera aquí...
Y se besaron. Al día siguiente me llamó él, agradecido: habían pasado la noche juntos en un hotel, no sé si me explico.
¡Viva el amor! ¿Y ha visto peleas?
Algún empellón, sí... Y he negado alguna copa a algún cliente... Y expulsé a dos que no volverán aquí, y es gente conocida.
¡Nombres, nombres!
Nunca. Si alguien me preguntase mañana por usted, yo le diré “hace mucho que no le veo, señor Víctor”, no sé si me explico.
¿Por qué expulsó a aquellos dos?
Faltaron el respeto a las mujeres de otros dos clientes y el hombre de una alzó su silla para partir la crisma de los faltones. “Espere usted”, le frené, y les expulsé.
¡Bien! Lo celebraré con un daiquiri.
Hoy le añadiré algo nuevo. Nunca sirvo un trago al cliente hasta que él me lo pide, aunque sepa lo que me pedirá (me basta con que haya venido dos o tres veces).
¿Ha habido algún muerto en la sala?
Gabriel Escudero, pianista aquí: estaba tocando lo de Casablanca y cayó redondo. “¿Algún médico en la sala?”, gritamos, y los había, pero murió en la ambulancia.
¡Podría usted contar mil anécdotas!
Me han tentado editoriales, ¡pero no!
Si le ponen delante un millón de euros...
Ni tres millones, ni cinco millones.
¿Me regala una anécdota gratis?
He servido aquí a grandes escritores: García Márquez, Vargas Llosa... Uno bebía whisky... solo en un vaso que él mismo se traía. Yo se lo limpiaba y se lo llevaba.
¿Nunca ha perdido usted los nervios?
Una mesa de seis me dio una noche imposible. Al día siguiente uno se me disculpó: ¡había apostado a sacarme de mis casillas! Y pagó él, porque perdió la apuesta.
¿Cómo empezó usted en esto?
Mi padre era paleta . Llegué con cinco años. Vivíamos en una habitación en l’Hospitalet. Mis dos hermanos y yo empezamos de camareros en Mora 2, yo aún menor de edad: éramos los Chinchillas .
Mora 2, pastelería en la Diagonal.
Luego ¡a la mili! Y allí serví como camarero de los suboficiales.
¿No estudió usted?
Era bueno en matemáticas, pero no pudo ser, tocaba trabajar, no sé si me explico.
Y al regresar de la mili...
Entré aquí, y conocí a los fundadores: Leopoldo Pomés y Alfonso Milá, socios, y Federico Correa, como si lo fuese.
Personas muy creativas: ¿qué bebían?
Milá, arquitecto, gustaba del whisky y de su Montecristo n.º 5. Y Pomés, fotógrafo, de su whisky shower. Y Correa tomaba solo aquel refresco de cola llamado Tag.
¡Y aquí sigue aquel diseño fundacional!
Es el único caso de un local con dos premios FAD: uno hace cincuenta años (1974) y otro hace once años (2013).
¿Entran aquí viajeros extranjeros?
Algunas personas con buen gusto y bien informadas por el boca a boca, pero sobre todo aquí vienen barceloneses.
¿Qué aporta este local a Barcelona?
Un lugar elegante y fiable, tranquilo y familiar: aquí los clientes se saludan.
A alguno habrá usted encubierto...
He alejado mesas reservadas para que no colindasen las de una pareja recién separada, ese día con acompañantes nuevos... O alguna vez he recomendado a alguien en la barra: “Mejor no suba a comer”.
¿Cómo ha evolucionado la clientela del local en estos 40 años?
Antes vestían mejor y alargaban sobremesas con licores y tabaco. Hoy llegan y me dicen: “Ángel, tengo veinte minutos”.
Y sin usted, ¿qué pasará aquí, Ángel?
Todo irá bien. O mejor. He buscado cuidar al cliente, que disfrute y se sienta como en casa. O mejor. Y eso... seguirá así.