“Un romance conmigo mismo”
En México hay cinco secuestros al día y solo sobreviven dos, a de la Fuente le tocó uno de los más largos: “Fue como un parto, estuve nueve meses y medio metido en una caja y el embrión que salió de allí es una mejor versión de mí mismo”. Cuando lo liberaron, no hubo ninguna investigación: “Me enojé con el gobierno, pero he decidido ser libre, no vivir con rencor y no irme de mi país”. Decidió afrontar lo vivido, volvió a la calle en la que le secuestraron y recopiló la lista de narcocorridos con la que le torturaron, “la ponía en el coche a todo volumen porque sabía de gente secuestrada que no soporta volver a escuchar música”, y decidió escribir La caja (Media Luna): “Soltar la historia me ha permitido vivir tranquilo. Y que mi experiencia ayude a otros es fantástico. Es posible salir fortalecido de algo tan traumático, yo tuve un romance conmigo mismo”.
En una caja 290 días.
Era una jaula prefabricada, si extendía los brazos chocaba contra las paredes, no vi la luz del sol jamás y de dos altavoces salía música a todo volumen día y noche.
Para volverse loco.
Me ponían narcocorridos violentos para que no oyera lo que sucedía fuera y hacía mis necesidades en una neverita portátil. Los últimos meses los viví desnudo, sin colchón y con un plato de alubias al día, te aprietan para que hables y traiciones la negociación.
Volvamos al 29 de noviembre del 2016.
Antes de llevar a mi hijo al colegio como cada día, ese día me tomé cinco minutos para agradecer a Dios lo bien que me iba todo, tenía un buen trabajo, una bonita casa y era feliz con mi mujer y con mis hijos, un niño de tres años y una bebé de 1 año.
Agradecía ser un privilegiado.
Sí, y 45 minutos después, me interceptaron ocho encapuchados con un furgón.
¿Qué le ayudó en su cautiverio?
Lo primero que hice fue recordar la charla de un hombre que había estado 257 días secuestrado, y descubrí que ese hombre tenía todas las cualidades que yo no tenía.
Eso debió de ser frustrante.
El hombre tenía claro que Dios estaba con él. Mi fe era bastante frágil, de hecho en esos momentos quería matar a Dios. Una de mis primeras decisiones fue hablar con Dios y conmigo mismo, y lo hacía en voz alta.
¿Qué más se propuso?
El hombre insistió en hacer ejercicio, él era corredor de maratones y yo me cansaba subiendo cinco escalones, pero empecé a moverme como león enjaulado y terminé haciendo 200 sentadillas y 10 km diarios.
Eso son endorfinas para el cerebro.
Y el tercer pilar que puse en práctica fue no obsesionarme en odiar a mis raptores. Entraron tres veces en la caja, una para la prueba de vida y dos para pegarme, vestían trajes bacteriológicos, jamás les vi la cara.
¿Podía controlar sus emociones?
Esos nueve meses y medio fueron como un proceso de gestación de un nuevo ser humano. Pasé por todas las emociones, los enojos y desesperos, pero salí en estado zen, aunque me duró poco: viví un tiempo de mucha furia.
¿Qué ha cambiado en su vida?
No veo al ser humano igual. Escribir mi historia fue una catarsis, al principio lloraba y lloraba, durante tres años regresé a la caja todos los días. Fue un encierro tan largo que me quebré allí dentro, tuve ideas suicidas, pero luego me levanté, me fortalecí y me creé una armadura que me ayudó a sobrevivir.
¿Qué ha descubierto de sí mismo?
Que me crezco en la adversidad. En la caja tuve tres ataques de ansiedad potentísimos que tuve que dominar con la mente. En mí había el Beto bueno y el Beto malo, que me repetía “te van a matar, tus hijos te olvidarán”. Mi prioridad era dejar de pensar, que ese diálogo entre el bien y el mal se detuviera.
¿Quién ganaba?
El pensamiento negativo que se acrecentaba por las noches y me impedía dormir, pero de repente le pude dar la vuelta a la tortilla.
¿Cómo?
Nunca había meditado, pero empecé a rezar y a ir hacia dentro, y encontré todo un mundo dentro de mí maravilloso y una fortaleza increíble, un Beto autodisciplinado que podía llegar donde quisiera; y tuve un momento de lucidez en el que me dije que no iba a alimentarme de mis recuerdos sino de los momentos que me faltan por vivir.
¿Mantiene esa fortaleza?
Sí, y ahora soy mucho más empático. Cuando salí necesitaba abrazos y ahora los doy y me entrevisto con gente a la que han secuestrado para decirles que saldrán adelante. A mí me dolió mucho, cuando me liberaron, encontrar poca empatía incluso de gente muy cercana. En México el secuestro es tabú.
¿Cuál ha sido su mayor recurso: la emoción o la razón?
Los primeros meses en la caja lloré cinco horas diarias; luego se formó mi coraza y lo racional mató lo emocional para que no acabara conmigo. Cuando salí no pude llorar durante meses, recuperé las lágrimas al leer el diario que escribió mi mujer durante el secuestro.
¿Sobrevivió por su familia?
Al principio sí, pero llegó un momento que me pregunté: ¿qué pasa con tus ganas de vivir? Me di cuenta de la necesidad de quererme a mí mismo antes que nada. Por mí voy a hacer ejercicio y asearme, porque quiero vivir, quiero comerme el mundo. Uno de mis superpoderes fue ser mi mejor amigo.
¿Ha reflexionado sobre el ser humano?
Quiero pensar que todavía somos más la gente buena que la mala, lo que pasa es que los buenos estamos mal organizados. La avaricia y el dinero sacan lo peor de nosotros.
¿Cuál ha sido su aprendizaje esencial?
Que la vida es hoy y hay que vivirla con intensidad; conozco el valor del tiempo. Yo ya no pido, solo agradezco. Vivo con mucha libertad y soy mucho más gozador que antes.