El manto de la Virgen de Lieja
De los objetos lo que más recordamos es el color; sin los colores no existiría Tiffany ni Ferrari, pero tampoco Nesquick, y para demostrarlo Falcinelli ha invertido ocho años en escribir Cromorama (Taurus), un ensayo de 480 páginas, superventas en Italia, en el que cuenta cómo los colores han cambiado nuestra forma de mirar a lo largo de la historia. Analiza desde cómo el amarillo de los Simpson se ha convertido en un referente, o el verde de Hitchcock, por qué nuestra mente relaciona colores con sabores, hasta por qué repintaron cuatro veces el manto de la Virgen del Museo de Lieja: “A principios del siglo XV viste de negro, en el Renacimiento de azul, color caro y poderoso que en el barroco fue el oro, y a finales del XIX, de blanco, el color de la pureza”.
Le voy a contar algo que me ocurre habitualmente cuando voy con mis alumnos a un museo.
Adelante.
Cuando nos plantamos delante de un óleo famoso, el comentario suele ser: “Me lo imaginaba más brillante”. Para ellos un fresco del Renacimiento debe emitir luz, porque es así como lo han visto en sus pantallas.
¿Las imágenes digitales están cambiando nuestra percepción?
Sí. Hoy los niños estudian viendo las grandes obras de arte a través de internet. Tenemos una idea del color muy brillante y luminosa que no existía en el pasado.
Ha estudiado usted la relación entre neurociencia y color, ¿qué le ha sorprendido?
Yo he intentado averiguar si nuestra manera de ser y nuestros gustos son innatos o culturales.
¿Y?
Es una mezcla muy intrincada. Desde el punto de vista de la comunicación y la moda, el color es una convención que arraiga hasta tal punto que ni la cuestionamos, de manera que acaba formando parte de nosotros.
Póngame un ejemplo.
Fíjese en esa tradición de vestir a los bebés de azul o de rosa, una invención reciente que no tiene ningún fundamento, pero que asumimos.
Hace cien años eran los bebés varones los que vestían de rosa.
Efectivamente, en el siglo XIX el azul claro era el color del manto de la Virgen, y por eso las niñas vestían de azul. A los niños los vestían de rosa porque era más suave que el rojo, el color del dios de la guerra, pero no se alejaba demasiado.
¿Cuándo y por qué cambió?
Fue culpa de la Barbie, la primera muñeca con cuerpo de mujer; hasta entonces las niñas jugaban a ser mamás con muñecas bebés, y a partir de la Barbie, con sus complementos y vestidos, jugaron a ser mujeres.
Qué interesante.
El color icónico de sus vestidos y complementos fue el rosa, y me atrevería a decir que fue así por Mamie Eisenhower, la mujer del presidente norteamericano, que se presentó en una fiesta vestida de rosa palo contraviniendo la costumbre de ir de negro o de rojo.
¿El rosa palo causó furor?
Sí, se puso de moda entre las mujeres norteamericanas. Los creadores de la Barbie lo adoptaron y se convirtió en la muñeca superventas y todos los fabricantes de juguetes la imitaron.
El color es el aspecto que más recordamos ante cualquier objeto.
Es lo primero que elabora nuestra mente. Si algo entra en nuestro campo visual lateralmente, primero sabemos decir de qué color es y luego qué es. Por eso las marcas buscan identificarse con un color.
¿El rojo de las latas de Coca-Cola?
Se hizo un experimento muy interesante: diseñaron una lata de Coca-Cola de color naranja y todos los que la probaron dijeron que era Fanta. ¿Y sabe por qué dos tercios de los lápices vendidos en el mundo son amarillos?
¿Por qué?
En la exposición de Chicago de 1895 se vendieron por primera vez lápices de madera pintados de amarillo, antes nunca se habían barnizado. Tuvieron tanto éxito que el fabricante persistió en el color y hoy se ha convertido en un estereotipo.
¿Y adónde nos llevan esos estereotipos?
El lápiz amarillo forma parte del imaginario colectivo. Se hizo un estudio muy interesante: se repartieron lápices en oficinas, todos idénticos, sólo cambiaba el color del barniz, unos eran amarillos y otros verdes. Los usuarios concluyeron que a los verdes se les rompía la punta, lo cual no ocurría con los amarillos.
Curioso.
Una vez que una idea arraiga en nuestro pensamiento se convierte en expectativa, es una metáfora perfecta de cómo funciona nuestra mente. Una parte de nuestra mente está hecha de prejuicios que son en cierto modo inevitables.
¿Inevitables?
Hay que hacer un gran esfuerzo intelectual para luchar contra esa predisposición. El color es una expectativa y no un símbolo.
¿Y se intrinca en nuestra neurología?
Le pondré un ejemplo: solemos pensar que las cosas negras son más pesadas y las blancas más livianas. Se hizo un experimento con maletas idénticas en tamaño y peso, negras y blancas. Los participantes aseguraron que la negra pesaba más y efectivamente para ellos así era.
¿Cómo consiguieron medirlo?
Midieron su nivel de esfuerzo colocándoles electrodos: las personas sudaban y se esforzaban más levantando la maleta negra. Al ver el negro, el cerebro prepara al sistema muscular para realizar un mayor esfuerzo.
¿La valoración y percepción de los colores es una cuestión de modas?
Va más allá de la moda. En el Renacimiento, por ejemplo, el azul era un color muy valorado porque se extraía del lapislázuli y era muy costoso, así que representaba riqueza y poderío, pero todo eso cambió con la revolución industrial.
Una inmensa paleta de colores plásticos a nuestra disposición.
Sí, hoy podemos tener cualquier cosa de cualquier color, por tanto son los medios de comunicación de masas los que les dan el valor.