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“En la guerra no fui voluntario ni para comer lentejas”

Tengo 99 años: cumplo 100 el próximo día 12. Nací en la calle Hospital, 54, de Barcelona: teníamos farmacia. Fui de la quinta del chupete, la de antes de la del biberón: nos masacraron en el Segre. Me hizo prisionero una tanqueta italiana. Lo testimonio en el libro ‘Los campos de concentración de Franco’

Josep Salafue soldado republicano y preso en los campos de concentración del franquismo

Cuándo le movilizaron para la guerra?

Yo era de familia acomodada: teníamos una farmacia en la calle Hospital de Barcelona y yo trabajaba en ella con mi primo cuando me movilizaron.

¿Cómo se enteró de que iba al frente?

Pusieron un anuncio en los diarios para que los de mi quinta, que no fue la del biberón sino la anterior, la del chupete, nos presentáramos el 10 de marzo en el Portal de la Pau. Allí con un megáfono nos dijeron que al día siguiente a las 3 de la tarde debíamos estar todos en la estación de Francia.

¿Qué se llevó en el petate?

Algo de ropa y casi nada más. Nos llevaron a Gavà y de Gavà al convento de Begues, donde estuvimos 39 días. Allí perdimos el tiempo, porque no hicimos nada. Luego nos llevaron a Manresa, al convento de Santa Clara, y luego ya a Lleida, cerca del frente, a Agramunt.

¿Allí los equiparon?

Allí, sí. Nos dieron de todo y se organizó el batallón: era el batallón disciplinario de la 141.ª brigada, 32.ª división. El 22 de mayo vinieron los camiones que nos llevaron al frente.

¿Cuántos eran?

Empezamos el primer ataque junto al Segre, yo iba con el batallón de ametralladoras. Subíamos una montaña de noche más de 600 soldados, cuando encendieron bengalas y comenzaron los disparos de artillería y ametralladora de los franquistas. Bajamos 117.

Una escabechina.

Por eso, pensamos que nos iban a retirar. Estaba agotado y recuerdo que tras bajar me quedé dormido enseguida, porque llevaba tres días sin dormir. Después me tocó ir a buscar soldados desperdigados y a cargar los macutos de los que habían caído.

¿Cuántos recogió?

Dieciocho fusiles.

¿Qué hicieron con ustedes?

A los que quedábamos nos llevaron a Artesa de Segre, donde estuvimos en casas del pueblo, muy bien atendidos desde mayo hasta septiembre. Allí se nos unió una quinta de Torroella de Montgrí. Muchos de aquellos chavales no sabían leer.

¿Qué hacían fuera del frente?

Yo les enseñaba a leer y escribir. Con ellos también nos llegó uno que era comisario del PSUC y me propuso ser espía de un capitán de los nuestros, que él decía que era quintacolumnista. Me negué.

¿Por qué?

Yo no soy ningún espía. Y voluntario no iba ni para comer lentejas. Pero los chavales empezaron a aprender de verdad cuando llegó la orden de que quien no supiera firmar con su nombre, no cobraría la paga.

¿No volvió a entrar en batalla?

Sí, el 25 de julio en la batalla del Ebro. Desde Isona hay una carretera que va a Tremp por la que nos colamos. En Artesa, nos recogieron con camiones y fuimos andando hasta las trincheras de Balaguer y allí empezó la batalla. En un momento dado, oí gritos de “¡sálvese quien pueda!”. Y ya tenía un soldado franquista apuntándome.

¿Cómo era?

Un soldado normal. Después, vino un brigada. Iban en tanquetas italianas. Recuerdo una alfombra de cadáveres. Muertos y más muertos por todo el camino.

¿Fue usted el único prisionero?

También cogieron al capitán. Desde Balaguer fuimos hasta Alfarràs, donde nos metieron en vagones de carga hasta Miranda de Ebro, pero como estaba lleno, al final nos dejaron en León, en Santa Ana, un antiguo matadero.

¿Eran muchos allí?

Ciento y pico.

¿Era usted comunista? ¿Lo sabían?

Yo no era comunista. Me hice del PSUC porque mi hermano me dijo que un amigo suyo del partido nos colocaría bien. Y ya no me pillaron el carnet, porque, antes de que me cogieran, lo había enterrado en un hoyo que hice en el suelo cuando no me veían.

¿Qué trato le dieron al principio?

Al capitán, que iba hecho un figurín, lo dejaron en calzoncillos y a mí me quitaron las botas y me dieron unas alpargatas.

¿Cómo logró salir?

Al final de marzo logré que me dieran los avales, gracias a un familiar, pero no me dejaron libre. Me llevaron a la caja de reclutas. Y luego a San Marcos, donde el cura nos dijo:“Sois prisioneros de guerra y no tenéis derecho ni al aire que respiráis. Sé que entre vosotros hay gente buena y maleantes, pero esto es un purgatorio y ¡ay de quien tenga las manos manchadas de sangre!”.

¿Murió mucha gente allí?

Ahora mismo recuerdo a dos gemelos de los que uno murió en una semana de una neumonía. Por fin me enviaron a A Coruña. Allí había mucha disciplina, pero comíamos. De allí nos enviaron a África.

¿Por qué?

Nos enviaron allí a los catalanes. Estuve dos años en Ceuta con dos monjes de Montserrat y un obispo amigo mío, Josep Capmany.

¿Qué hizo allí?

Lo bueno es que aprendí a conducir.

¿Otra mili?

Pues no, era más bien trabajo de pico y pala, nada de fusiles. No se fiaban. Cuando volví había hecho cinco años de mili.