“Uno es tan bueno como lo último que ha hecho”
“soy pintor de nacimiento”
Tengo 87 años. Nací en Medellín y vivo en Mónaco, Grecia e Italia. Me he casado tres veces y he tenido 4 hijos. Tengo 7 nietos y 3 bisnietos. Soy autodidacta. Soy de izquierdas y considero que estamos en recesión política, Trump hace mucho daño. Creo que cuando te mueres, te mueres del todo
Humilde
Es el artista latinoamericano vivo más cotizado del mundo, pero él se sorprendió cuando China (2016) le dedicó una antológica, o cuando al cumplir ochenta años se celebraron una serie de homenajes internacionales desde Brasil hasta Alemania. Su pintura y sus esculturas han creado lo que se conoce como el boterismo y le reconocen los museos y los niños por igual. Nos vemos en la Marlborogh de Barcelona donde hasta el 4 de mayo expone sus pinturas recientes, tan Botero y tan asombrosas como siempre. Es un hombre próximo y encantador al que le gusta conversar. No le asoma el ego en ningún momento. Sonríe a menudo, incluso cuando me dice con mucha humildad que ya no puede más, que se está quedando afónico.
La redondez es ternura?
La gran pintura se hizo casi siempre con temas amables, y cuando uno pinta está acariciando las formas, de manera que sí, hay ternura. Para mí el volumen es forma, no es carne.
¿El arte debe dar placer?
Hoy en día se considera sospechoso pretender dar placer con el arte, pero siempre se hizo para elevar al hombre.
Su arte lo entiende todo el mundo.
Yo creo en la claridad, no hace falta oscurecer nada para crear misterio.
¿Qué es la belleza?
Un equilibrio, una tranquilidad, una coherencia, nada sobra ni nada falta y eso produce paz.
Sus padres no fueron personas cultas.
Mi padre murió cuando yo tenía 4 años y mi madre quedó viuda con tres hijos y se pasó la vida trabajando, nos criamos más bien solos. Fuimos pobres y no fue una infancia fácil. Me interesé por la pintura a los 15 años y no sé por qué.
Y de Medellín al mundo.
A los 19 años me fui a Europa. Durante los dos años que viví en Madrid visité a diario el Museo del Prado. Cuando volví a Colombia, me convertí en el pintor de moda.
Pero decidió irse a Nueva York a empezar de cero y se quedó 14 años.
Llegué cuando triunfaban los abstractos, cuando ser figurativo era como ser leproso. Durante nueve años nadie quiso exponerme y vendía mis cuadros a precios ridículos.
Pero siempre fue Botero.
El destino nace de la convicción, hay que tener una creencia firme.
¿Estaba solo?
Nunca he vivido solo, no sé hacerlo.
Su hijo Juan Carlos me contó que usted le preparaba sopas con ojos.
Si eres un padre divorciado y sin dinero, entretener a los hijos es complicado, así que cuando venían a Nueva York abría una lata de sopa Campbell y le echaba unos ojos de vidrio que había por el estudio: “No se coman los ojos que sólo están para dar sabor”, les decía yo.
Suplía la falta de dinero con imaginación.
Como no podía llevarlos al cine los llevaba al cementerio de noche. Yo me quedaba en la puerta muerto de miedo y los enviaba a dejar algo sobre una tumba lejana. Hoy me recuerdan cosas que yo he olvidado y que me parecen increíbles.
Ser su hijo en Colombia tenía su riesgo.
Más de una vez han amordazado a una familia para llevarse un cuadro mío.
La mala fortuna le golpeó en España.
Iba en el coche con mis hijos, estábamos de vacaciones en Andalucía y un camión que venía en dirección contraria se nos cayó literalmente encima en un atasco. El pequeño Pedrito, fruto de mi segundo matrimonio, murió con 4 años.
¿Qué entendió de la vida?
Todo, porque uno lo pone todo en duda. La felicidad se esfuma en segundos, la vida se destruye, la fragilidad se impone. Mi segundo matrimonio acabó ahí. Me sobrepuse trabajando, por eso amo tanto la pintura.
¿Recuerda a Pedrito?
Me acompaña en la noche y en cada despertar.Tengo su foto en mi mesilla de noche.
Al final Medellín y su infancia se han impuesto en su obra.
Uno es muy sensible a lo que ve de niño y yo miraba un librito de pintura, El arte moderno. Mi mundo era Medellín, entonces muy pueblerino y primitivo, pero atractivo al mismo tiempo. Fue mi única realidad hasta los 19 años.
¿Y el mundo mágico de García Márquez?
En Medellín no había esa alegría de la costa. Era un pueblo aislado, sin museos, sin pintores...
¿La fama distrae?
Me impactó que me trataran de maestro en China. El éxito me sorprendió y me sigue sorprendiendo. Pero uno es tan bueno como lo último que ha hecho. Me importa la última obra.
Qué dolor su paloma de la paz.
Terrible, le pusieron entre las patas una bomba que cubrieron de flores. Mataron a 22 personas e hirieron a más de cien, gente muy humilde. En aquella época había masacres a diario.
¿Qué ha sido lo mejor hasta hoy?
El placer que siento pintando es extraordinario. No hablo con nadie durante todo el día, mucha gente no entendería esa manera de vivir, pero yo no me siento solo, estoy pintando.
Hay artistas que sufren pintando.
Cuando lo estoy haciendo bien disfruto, cuando me sale mal pienso: “Qué interesante, voy a aprender algo”. Pintar es siempre un placer.
¿Es usted de fiestas?
Lo fui mucho, de rumba, de novias y romances. Al tiempo que yo pasaba en Bogotá lo llamaban “la temporada Botero”, había fiesta todas las noches hasta la madrugada, pero hay un momento en la vida para cada cosa. Ahora aprecio mucho la tranquilidad.
Hemos vivido muchas desgracias, pero usted escogió pintar las de Abu Ghraib...
Me pareció una injusticia enorme. Cogían a gente que podía ser culpable o no, muchos eran ancianos, y los humillaban y torturaban de una forma horrenda.Y con esa hipocresía, esa pretensión americana de creerse los más compasivos del planeta. Hice esos cuadros con mucha ira, envenenado de injusticia.
¿Qué merece la pena en la vida?
No perder el tiempo. He dejado una obra y dos museos en Colombia, y eso a mi edad me da satisfacción. No me obsesiona la muerte, lo único que deseo es no tener dolor.