“Cuelgo mis libros de un árbol, para que se aireen”
Artista
Tengo 72 años. Nací en Barcelona y vivo en un bosque del Montnegre. Soy artista, cuento historias: teatro, marionetas... Tengo cuatro hijos (de 50 a 18 años), y vivo con dos. ¿ Política? Anarquista sociológico, votante infiel. Creo en todos los dioses, descreo de todas las religiones
‘Desordre general’
Con Baixas paseo ante las piezas de la exposición que antologa su obra y glosa su biografía de artista inclasificable, en el hall del CaixaForum de Barcelona. Su libro catálogo, Desordre general. Joan Baixas en el 50 aniversari del Teatre de La Claca (Institut del Teatre-Diputació de Barcelona) es un muestrario de maravillas. Es artista a tiempo completo y se entrega en la foto: se embarca con determinación piratesca en su “nave de los locos” que ha armado con libros de su biblioteca particular... De la conversación con Baixas acabo magnetizado por la poesía de la aventura, tras haber navegado por las latitudes del sueño, de la fábula, del verso, del teatro, de la forma, del corazón y de la idea.
¿Quién es usted?
El hombre invisible. ¿Sabía usted de mí, acaso?
No.
¡Ajá! He alcanzado el sueño de la invisibilidad..., tras cincuenta años de teatro, marionetas, instalaciones, circo, pasacalles, cuentos, pinturas...
¡Cincuenta años!
En 1968, con mi pareja, decidimos dedicarnos sólo a esto, al teatro, las marionetas...
¿Y dónde ha estado todo ese tiempo?
En la vida, pero en la orilla de la urbe.
¿Qué le pasa a la urbe?
Mis amigos barceloneses se quejan de todo. ¡Qué pesimismo! Yo aquí hago cosas divertidas, y regreso a mi bosque.
Cíteme algún espectáculo suyo.
Mori el Merma, de 1978: uno se convierte en su propia máscara: alusión a Franco...
¡Eso lo recuerdo!
Miró nos pintó los muñecos gigantes de tela, pidió que mis actores se metiesen dentro y se moviesen... Yo le ayudé a pintarlos...
¡Joan Miró!
Yo tenía 28 años, él 82, ¡y me dijo sí!
¿Por qué?
Porque Miró era artista en cada minuto de su vida. Esta obra postrera ha sido silenciada por su entorno, como si le desmereciese...
¿Y usted cómo se metió en eso?
Pasé de los 8 a los 14 años en el internado del Collell: de aquella negrura salí rabioso.
¿Contra qué?
Contra el orden: en el internado, espabilé para no formar fila. ¡Lo odiaba! Lo logré haciéndome lector en el comedor.
¿Leía en voz alta a los comensales?
Eso es, y vi que según cómo leyese, callaban todos: ¡qué poder! Enid Blyton, Zane Grey... y Stevenson: ¡qué hallazgo! Seguí con Melville, Conrad... No he dejado las aventuras.
¿Y qué tal sus estudios?
Suspendía, es que encajaba novelas en los manuales de texto, y no estudiaba: sólo leía.
Envenenado por el arte.
Odiaba la disciplina: con 15 años, en otro colegio, llamé “pijo y chorra” a un profesor. Me expulsaron. Lo callé en casa. Cada día me sentaba en un banco de la Rambla, y leía. El director me vio un día. Me hizo volver.
¿Qué quería ser de mayor?
Misionero, para viajar por África. Pero al saber que debía entrar en el seminario, preferí la bohemia artística: aprendí de Gil de Biedma, Terenci Moix, Pere Gimferrer, Antoni Tàpies... y el Papa: Joan Brossa.
¿Qué recuerda de Brossa?
Que sabía de surrealismo, magia, artes ocultas, cine, poesía, Upanishad, teatro, fregolismo..., ¡de todo! Me hizo descubrir a Lorca, del que ahora he dirigido una obra en Polonia: ¡y cómo cautiva a los jóvenes allí!
Y de Brossa, a Miró...
“¡Dirígeme, tú eres el director!”, me pedía Miró. Es que aliarse a nuestra tropilla de anarcos porreros le daba vidilla.
¿Era consciente usted del privilegio?
¡Sí! Paladeé intensamente la experiencia. Miró decía que el Gernika de Picasso y nuestro Mori el Merma simbolizaban desde el arte el principio y el fin del franquismo.
Señáleme algo que hiciese después.
Dirigí por un año el Circo Oz, ¡el mayor de Australia! Y luego me empeñé en conocer el desierto australiano...
¿Y qué tal?
Me interné allá, y ayudé a dos comunidades aborígenes enfrentadas a montar un pasacalles... Y aprendí algo muy hondo, esencial.
¿Qué?
Les explicaba yo algo..., y se largaban sin preguntarme dudas. Eso me desconcertaba. Hasta que una mujer me lo aclaró: “Nosotros no pensamos. No es necesario pensar”.
¿Cómo que no?
Pues no. Porque los ancianos, que son ya sabios, deciden por el grupo. “La mente está para otras cosas, no para estar pensando todo el rato en todo”, me detalló la mujer.
¿Entonces, para qué está la mente?
Eso mismo pregunté. “La mente está para bromear, reír, cantar, contar chistes, historias...”, dijo. Y sí: se chanceaban de todo.
¿Ha aplicado usted esta enseñanza?
Procuro reducir el raciocinio, sí... Leía un libro un día y me pareció demasiado denso, sentí que necesitaba airearse... y lo colgué del colosal roble del jardín de mi casa.
¿Se aireó el libro?
Muchísimo. El viento lo abre, y va llevándose hojas... Contemplaba yo el otro día el crepúsculo en el jardín... y el aire me trajo una página. Y sigo colgando libros de mi árbol.
¿Nadie le riñe por maltratar libros?
A los libros puedes hacerles de todo, puedes pedirles lo que quieras: pintarlos, sembrarlos, colgarlos, esconderlos, encender la lumbre en invierno... Todo. Y colgados del árbol, se retuercen y abren, florecen bellísimos.
¿Qué le guía a usted, hombre invisible?
Mi máxima, que reza así: “Te esperaré, ¡oh muerte!, con la maleta hecha, las deudas pagadas y una sonrisa en el bolsillo”.
¿Qué consejo daría a un joven artista?
Poco antes de morir vi a Miró, que siempre lo tocaba todo antes de pintarlo, y me dijo, maravillado y feliz: “¡Estoy del todo magnetizado, ya siento las cosas sin tocarlas!”. Y yo le digo a todo joven artista: “Sé tú, y permite que el arte circule a través de ti”.