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"Comunicar es conectar nuestras historias vitales"

Tengo 52 años. De San Francisco, vivo en Silicon Valley. Tengo dos hijos. Estoy especializada en trastornos de la comunicación. Las políticas de educación deben hacer hincapié en las habilidades sociales. No tengo creencias, pero mi padre es un superviviente del holocausto

Michelle G. Winnerlogopeda, experta en pensamiento social

Qué ha descubierto?
Que todos tenemos reflexiones y pensamientos buenos y malos sobre los otros. Y que a todos nos preocupa mucho lo que puedan pensar de nosotros los demás.

Uno pretende dar una imagen, pero da otra.
Los otros sólo pueden entender e imaginar lo que estás explicando basándose en su propia experiencia. De manera que tu interlocutor se imagina algo que él ha experimentado en primera persona y que más o menos encaja con lo que le estás contando.

Entonces, cuanto más claramente nos expresemos, mejor.
Sí, pero todos somos bastante egocéntricos, le diría que somos hasta cierto punto paranoicos. Si Marta comparte un rato con otras dos personas y alaba a una de ellas, la que no es elogiada se sentirá frustrada. Pensará que a Marta no le gusta su compañía.

Tendemos a interpretar a las personas.
Y a menudo de manera negativa, a menos que hagan un esfuerzo por ser muy positivos. Queremos ser valorados y no nos gusta la gente que nos hace sentir incómodos.

Somos pequeños.
Demasiado egocéntricos. Si usted hablase mucho de sí misma, yo pensaría que no le intereso; y si me explica algo que usted ha hecho muy, muy bien, me hará sentir que quizá yo no soy lo suficientemente buena.

¿Lo sabe o lo supone?
Me baso en los estudios. Somos complicados, estamos llenos de conceptos y filtros a través de los cuales entendemos lo que se nos dice.

¿Qué podemos hacer para que la comunicación no sea un desastre?
Cuando uno quiere contar algo personal, también tiene que dar espacio y tiempo al otro para que hable de sí mismo.

Es básico.
Sí, pero no muchos lo hacen. Si usted y yo nos fuéramos a cenar juntas, probablemente hablaríamos de nosotras, y el éxito de esa velada consistiría en que usted conectara su vida a la mía y yo a la suya.

Eso no depende de la razón.
Cada una de esas conexiones es emocional, y es lo que nos hace empatizar. No se trata de compartir información, sino de permitirnos conectar nuestras historias vitales, y eso sólo para tener una conversación.

Igual le pide demasiado a una conversación.
Todos queremos tener más y mejores amigos, queremos estar conectados. Cuando enseño a los adultos cómo comunicar, primero he de enseñarles a tener pensamientos más positivos sobre sí mismos, para que así los tengan sobre los otros.

¿Qué es lo que más le ha sorprendido de la comunicación humana?
Viajo por todo el mundo dando conferencias y me sorprende lo similares que somos todos desde el punto de vista de nuestras necesidades sociales y emocionales. Al final todos queremos que nos valoren por quiénes somos. El problema hoy en día es que las habilidades sociales se aprenden de niño observando el entorno y a los adultos.

¿Y?
Hoy vemos a los niños con su familia en el restaurante jugando con sus maquinitas. Cuando alguien está inmerso en algún tipo de tecnología, no está comunicando, y a la larga todo el mundo quiere ser valorado por lo que tiene que decir.

¿Adolecemos de mala comunicación?
Sí, sobre todo en Estados Unidos. Las familias conviven, pero cada uno con su tele y su tecnología. Hay muchas familias empeñadas en que sus hijos sean los mejores (horas de extraescolares) y sacrifican esa conexión más profunda. Luego los llevan a mi clínica porque quieren que aprendan habilidades sociales.

¿Qué hace usted?
Lo primero, que los miembros de la familia se sienten a comer juntos y que ese rato desconecten los móviles y la tele. Estamos perdiendo el arte de la buena conversación.

Igual no tienen nada que decirse.
Nuestras vidas son historias, narraciones. Podemos pasar todo el día juntos y no saber nunca cómo se siente el otro. Eso no sólo acaba con la comunicación: crea problemas, por ejemplo, a la hora de encontrar empleo.

No basta con las buenas notas.
Los sistemas educativos están concentrados en transmitir información científica, piensan que los jóvenes que consigan buenas notas serán adultos exitosos, pero lo que la investigación demuestra es que una edad adulta con éxito se alcanza mediante la inteligencia emocional y social.

¿Por qué cuando nos preguntan cómo estamos solemos contestar "bien"?
Las personas deprimidas ahuyentan a la gente, pero sucede lo mismo con las personas excesivamente felices. Tememos el desequilibrio emocional ajeno.

Hay experimentos que confirman que el mal humor es contagioso.
Efectivamente, se ha comprobado neurológicamente que si una persona que está de mal humor entra en una sala, sin necesidad de que exprese su mal humor ni con gestos ni con palabras, rápidamente su estado negativo se expande como un virus.