El desafío a la seguridad de Egipto que llega de Gaza
Vanguardia Dossier
Tras una década con problemas en la frontera libia y con células del Estado Islámico en el Sinaí, sin contar con los internos, El Cairo consiguió cierta estabilidad que saltó por los aires con el ataque de Hamas a Israel
El 6 de octubre del 2023, la vigilia del ataque, Egipto había salido de una especie de crescendo de diferentes retos de seguridad. A lo largo de la década anterior, habían surgido de forma intermitente problemas en la frontera libia, células relacionadas con el Estado Islámico en todo el país y la península del Sinaí, en particular, así como una oposición violenta no relacionada con el Estado Islámico ni con Al Qaeda contra el Gobierno de El Cairo.
En Libia, la guerra civil entre las distintas facciones en el oeste y el este del país había vuelto bastante inestable la situación del país. Egipto tuvo que hacer frente a la inestabilidad de un vecino con el que compartía más de 1.100 kilómetros de frontera, con todos los riesgos asociados de que los problemas de seguridad se extendieran a su propio territorio. De hecho, se habían producido incidentes previos en los que estaban implicados agentes no estatales, sobre todo personajes del estilo de Hesham Ashmawi, un antiguo oficial de operaciones especiales egipcio convertido en jefe de un grupo local de Al Qaeda, Al Murabitun. Además, sobre todo en el 2020, existió una gran preocupación de que fuerzas respaldadas por Turquía cruzaran Sirte en dirección a Egipto, lo que se suponía que provocaría una enérgica respuesta militar egipcia. El cruce de esa línea roja nunca llegó a producirse, pero la preocupación fue real y evidente.
La actividad relacionada con el terrorismo no estatal había sido una preocupación en toda la región desde la formación de Estado Islámico, pero en el Sinaí lo fue sobre todo a partir del 2013. En realidad, en el Sinaí el extremismo militante procedió de diferentes agentes no estatales, mientras que las células del Estado Islámico eran conocidas por reivindicar la autoría de actos terroristas en todo el país. Durante cerca de una década, la particular “guerra contra el terror” de Egipto dominó los debates con los socios internacionales en torno al país, unos debates en los que surgieron a menudo tensiones cuando el análisis acerca de la resolución más adecuada difería entre El Cairo y sus aliados.
Sin embargo, el 7 de octubre del 2023, la situación ya parecía muy diferente. Libia no se había convertido en un Estado funcional, pero los combates en el país habían disminuido. Quizás lo más importante era que Turquía había abierto vías de desescalada con Egipto; y, con la mejora de las relaciones entre El Cairo y Ankara, disminuyó la amenaza de ataques vicarios. De hecho, el presidente turco, Recep Erdogan, ha acudido este año a El Cairo en visita de Estado y ha sido recibido por el presidente egipcio Abdel Fatah al Sisi, un escenario que habría sido totalmente impensable hace un par de años.
En el Sinaí, la amenaza de los agentes no estatales también había disminuido de forma drástica. En todo el país, la actividad de los militantes extremistas no había sido ni de lejos tan notoria como en años anteriores. Las preocupaciones de los agentes externos e internos se referían mucho más a la actividad al otro lado de la frontera sudanesa, donde se libraba una guerra civil, y a las repercusiones de una preocupante perspectiva económica susceptible de causar muchas penalidades al ciudadano egipcio medio.
Desafíos a la seguridad egipcia
Eso cambió de la noche a la mañana con los ataques del 7 de octubre de 2023 y sus consecuencias, que condujeron a una masiva campaña israelí de destrucción de Gaza. Todo ello ha supuesto una situación terrible para los palestinos de Gaza. Para Egipto, representa una nueva serie de desafíos: es el país árabe más poblado y con un sentimiento interno abrumador en apoyo de los palestinos; y, al mismo tiempo, fue el primer Estado árabe en firmar un acuerdo de paz con Israel hace unas cuatro décadas.
Esos desafíos de seguridad podrían resumirse en los siguientes temas:
1. La perspectiva a medio-largo plazo de tratar con un Israel que no deja de desplazarse hacia la extrema derecha.
2. El riesgo a corto plazo de que la seguridad fronteriza egipcia sea vulnerada por los israelíes (sobre todo, en el corredor Filadelfia)
3. El riesgo más inmediato de que el territorio egipcio se convierta en escenario de actividades de autodefensa contra Israel, con el riesgo de que Israel tome represalias en territorio egipcio.
4. Gaza como tierra de nadie en la frontera de Egipto.
Durante los últimos 10-15 años al menos, Israel se ha ido desplazando cada vez más hacia la derecha, y la extrema derecha se ha ido integrando cada vez más en el cuerpo político israelí. Hay varias razones para ello, pero el hecho es que parece más probable (no menos) que Egipto tenga que tratar a medio plazo con un entorno político israelí en el que personajes como Bezalel Smotrich e Itamar Ben-Gvir sean cada vez más habituales en la vida política israelí. Teniendo en cuenta el radicalismo y el racismo manifiestos que dichos sectores muestran hacia los árabes, es difícil imaginar que esa deriva no tenga efectos nocivos en las relaciones con El Cairo, así como muchas otras consecuencias en general y en relación también con los palestinos que viven bajo la ocupación israelí en Gaza, Jerusalén Este y Cisjordania.
Durante los últimos 10-15 años, la extrema derecha se ha ido integrando cada vez más en el cuerpo israelí. Lo más probable es que Egipto tenga que tratar con ese entorno
Eso está relacionado con el segundo riesgo, que es más inmediato: la amenaza a la seguridad fronteriza egipcia planteada por la insistencia israelí en intervenir militarmente de forma unilateral en el corredor Filadelfia. El Cairo ha dejado claro que se trata de una línea roja, pero lo que no está claro es cómo podría bloquear eficazmente a una intervención israelí. También ha dejado claro que no prevé retirarse del tratado de paz, aunque quizás suspendería ciertos aspectos en respuesta a tales violaciones. Lo sabremos con el tiempo.
Iniciado ya el asalto israelí a Rafah varias situaciones son bastante verosímiles. La primera es uno o varios acontecimientos con víctimas masivas entre la población civil palestina. Desde octubre del 2023, las fuerzas israelíes ya han matado a varias decenas de miles de personas en Gaza, civiles en su inmensa mayoría. Rafah es una zona tan densamente poblada que parece casi imposible imaginar un escenario en el que no se produzca tal escenario de muertes generalizadas. Si tal acontecimiento se produjera, parecería casi imposible no asistir a un movimiento multitudinario de gazatíes cruzando la frontera hacia Egipto para huir de la matanza. Aunque los egipcios se han resistido hasta ahora a la apertura a gran escala de la frontera y han insistido en que ello convertiría a Egipto en cómplice de la limpieza étnica (ya que los israelíes nunca han permitido a los palestinos el regreso a sus tierras tras la huida del conflicto), las noticias indican que El Cairo se está preparando para recibir a muchos refugiados palestinos si la situación lo hace necesario.
Eso significaría que, junto con los civiles, los combatientes palestinos podrían cruzar a territorio egipcio y lanzar posiblemente desde ahí ataques contra Israel. Eso supondría una seria preocupación para Egipto, debido a la posibilidad de represalias israelíes.
Gaza, tierra de nadie
La última consideración de seguridad se refiere a Gaza como una auténtica tierra de nadie. A ningún país le agradaría una situación así en su frontera. Sin embargo, en el caso de Gaza, todo es mucho más difícil. Un entorno de tierra de nadie en Gaza no sería, a diferencia de otros ejemplos recientes, el resultado de una guerra civil. Se debería más bien a la destrucción generalizada de las infraestructuras gazatíes, que los israelíes han atacado sin cesar desde octubre de 2023: hospitales, universidades, residencias, todos los elementos que permiten a las sociedades funcionar, por no hablar de prosperar, fueron sistemáticamente destruidos entre octubre de 2023 y febrero de 2024. La situación no mejoró a partir de entonces, sino que empeoró mucho más. Las Naciones Unidas afirmaron que la “destrucción sin precedentes exigirá decenas de miles de millones de dólares y décadas para revertirse” en Gaza. El riesgo de que una situación así tenga ramificaciones en Egipto ya es lo bastante preocupante; además, no cabe subestimar el efecto radicalizador que una situación tan calamitosa como la vivida en Gaza puede tener en algunos segmentos de la población egipcia y también en el ámbito internacional.
Con este panorama como telón de fondo, Egipto se encuentra en medio de una situación que le afecta de manera extraordinaria, por más que en este momento su capacidad de reaccionar ante ella esté muy restringida. Quizás El Cairo desee contemplar una situación en la que, por ejemplo, los israelíes abandonen Gaza y permitan la aparición de algún tipo de entidad palestina que gobierne el territorio, en preparación de una solución de dos estados. Podría estar más que dispuesto incluso a participar en la prestación de asistencia en materia de seguridad en la zona de separación de la franja de Gaza; pero la disposición egipcia no es la clave del asunto. Lo es, más bien, la intransigencia de los israelíes al negarse a permitir que surja el menor indicio de tal eventualidad. Egipto carece de influencia para forzar la situación, pese a la abrumadora oposición de la opinión pública internacional a la política de Israel respecto a Gaza.
De hecho, incluso en lo que se refiere a la mediación entre Hamas e Israel, Egipto ya no goza del papel preponderante que tuvo antaño, porque Qatar ha asumido un papel mucho mayor que el desempeñado nunca por Egipto. Ahora bien, cabe señalar que ese papel depende de varios factores, que no son tan permanentes como la simple geografía. El papel de Qatar depende en gran medida del hecho de que los dirigentes de Hamas residen en Doha, un arreglo facilitado y solicitado por Estados Unidos y el propio Israel. Sin embargo, pese a la posibilidad de una generosidad económica de Doha hacia la franja de Gaza y Hamas (también facilitada por Estados Unidos e Israel), es del todo posible que la presión estadounidense, procedente sobre todo del Congreso y no del Gobierno de Biden, haga que Doha retire parte de su apoyo a la continuación de dicho arreglo. Ya se especula con la posibilidad de que Hamas acabe trasladándose a Argelia, Irán o Turquía.
Egipto y Jordania: el capital de la geografía
Egipto, por su parte, es una constante. El Cairo es el único interlocutor de la región que ha mantenido vínculos con Hamas, los israelíes, Al Fatah y la mayoría de las facciones palestinas, si no todas. El agente que más se le acerca en ese sentido es Ammán, y a los jordanos no les interesa en absoluto competir con Egipto para anular el papel de este último. Tras los acuerdos de Abraham, se insinuó (de forma bastante poco creíble) que los emiratíes, los bahreiníes y los marroquíes podrían convertirse en el nuevo interlocutor• con los israelíes, desde dentro del mundo árabe. Nada de eso llegó a producirse. Lo que otorga a Egipto y Jordania su principal capital con los israelíes es algo que no se puede conseguir: la geografía. En el apogeo de la influencia qatarí, Egipto siguió siendo un interlocutor clave en la cuestión palestino-israelí. Al margen de que muchos en Occidente deseen que otros países que han normalizado hace poco relaciones con Israel adopten una posición de primera línea en las relaciones árabe-israelíes, un hecho es inamovible: Egipto y Jordania son, debido a su proximidad, los países más importantes para Israel en términos de normalización. Es más, en las conversaciones de mediación de finales de abril que estaban en curso en el momento de escribir estas líneas, Egipto era el principal motor de las discusiones.
En lo que se refiere a la mediación entre Hamas e Israel, Egipto ya no goza del papel preponderante que tuvo antaño, porque Qatar ha asumido un papel mucho mayor
Aunque Washington siga promoviendo la idea de que es posible que Riad se normalice con Tel Aviv en el 2024 (un avance improbable y dudoso, pese a la voluntad saudí de normalizarse bajo ciertas condiciones), eso no negaría la realidad histórica e inequívoca de que El Cairo y Ammán son cruciales para Tel Aviv. Ninguna de las dos capitales ha podido ofrecer nunca a Tel Aviv una “normalización de pueblo a pueblo”, porque la cuestión palestina sigue sin resolverse; pero Riad tampoco podría hacerlo, por la misma razón.
Lo paradójico, en efecto, es que por mucho que cambien las cosas, también siguen igual. El papel de Egipto no desaparecerá en lo que se refiere a la cuestión palestino-israelí, al margen de lo que ocurra en Gaza o de la actividad de normalización con Israel. Sin embargo, Egipto tampoco entrará en una nueva situación en la que tenga más influencia sobre los israelíes para forzar un cambio de comportamiento. En ese sentido, están en el mismo barco que muchos estados a los cuales les gustaría estar en posición de obligar a Israel a emprender un rumbo diferente. El principal catalizador en ese sentido es Estados Unidos, que sigue teniendo la influencia necesaria y requerida para forzar ese cambio de comportamiento. Sin embargo, hasta ahora, Washington solo ha mostrado su voluntad de rechazar el uso de dicha influencia, lo que no hace sino reconfirmar la dinámica de poder dentro de la cual se halla encerrado El Cairo.
H.A. Hellyer es investigador asociado senior en seguridad internacional en el Instituto Real de Servicios Unidos para Estudios de Defensa y Seguridad (RUSI) en Londres e investigador no residente en Oriente Medio del Fondo Carnegie para la Paz Internacional de Washington DC.