Unos catorce mil kilómetros separan Port Stanley, la capital de las Islas Malvinas, de Kiev, y cuarenta y tres años separan el frustrado intento de colocar la bandera argentina en el remoto archipiélago del Atlántico sur de la actual coyuntura geopolítica, con Estados Unidos dejando a Ucrania en la estacada para forjar una alianza anti China con Putin, debilitando a la UE y abandonando la protección a Europa que ha sido una de las claves del orden mundial de los últimos ochenta años.
Pero para el gobierno británico es como si esa distancia y esa diferencia en el tiempo no existieran políticamente. Las Malvinas salvaron a Thatcher en su momento más bajo, tres años después de ganar sus primeras elecciones, a un año de las segundas, y cuando el propio Partido Conservador se planteaba si había sido un error poner el destino en sus manos, y el actual primer ministro Keir Starmer confía en que el actual drama sea el equivalente para él.
Ha dado un giro radical a la derecha en Medio Ambiente, inmigración, ayuda exterior, Estado de bienestar y subsidios
Sin ser como para lanzar cohetes, la valoración del dirigente laborista ya ha subido en los sondeos, a raíz de su encuentro sin sobresaltos con Trump en el Despacho Oval, la posibilidad de que el Reino Unido quede a salvo de las tarifas comerciales de Estados Unidos, y el protagonismo internacional que le ha dado el actual conflicto, pareciendo uno de los líderes más importantes de Europa a pesar de que el país no pertenece a la UE, y llevando junto con el presidente francés Macron la batuta para articular una “coalición de voluntarios” que actúen como fuerza de paz y reforzar la defensa europea.
Más abogado (fue ex fiscal general) que político o ideólogo, el rol de hombre tranquilo que ejerce de mediador, capaz de charlar con el presidente norteamericano sin ser humillado como Zelenski, responde a su personalidad y a sus habilidades mucho mejor que la gestión de la economía y los problemas del país, y encaja con el papel de puente entre los dos lados del Atlántico que se ha arrogado Gran Bretaña, aunque el Tío Sam pase en gran medida de ella, y la famosa “relación especial” sea en realidad una de vasallaje. Pero, por la naturaleza misma de Trump, es un campo de minas del que no le resultará fácil salir sin que le explote alguna.
El ambiente de emergencia nacional le ha permitido abandonar muchas de las promesas con las que llegó al poder
Ucrania ya ha sido útil para Starmer, facilitándole un giro hacia la derecha que quería hacer pero no sabía cómo sin que el ala izquierda del Labour pusiera el grito en el cielo. El ambiente de pre guerra y de emergencia nacional, con la necesidad de gastar más en armamento, le ha permitido abandonar muchas de las promesas con las que llegó al poder, endurecer la política de inmigración, renunciar a los objetivos más ambiciosos en materia de cambio climático, recortar drásticamente la ayuda exterior y meter la tijera al Estado de bienestar, y en especial a los subsidios para los tres millones y medio de británicos que desde la pandemia no trabajan ni buscan trabajo alegando razones de salud (con un coste estimado de 45.000 millones de euros anuales, entre lo que dejan de contribuir en impuestos y las ayudas que perciben, en numerosos casos por encima del salario mínimo).
“Por fin tenemos un Gobierno auténticamente de derechas, no como los conservadores de los catorce años anteriores”, ha escrito con ironía el columnista del Daily Telegraph John Harris. Ya antes de la llegada de Trump a la Casa Blanca, Starmer recortó la asistencia a los pensionistas para pagar la energía en invierno, subió la carga fiscal a los granjeros y se resistió a aumentar las ayudas a las familias pobres con más de dos hijos. Ahora, difunde vídeos en los que se ve a inmigrantes siendo deportados a sus países de origen, ha renunciado al soft power británico y a ayudar a los países pobres para gastar más en Defensa (cuando podía haber subido los impuestos a los más ricos), y ha diluido los objetivos medioambientales de manera que son irreconocibles.
En las próximas semanas se dispone a anunciar una revolución sin precedentes en el Estado de bienestar, a la que no se había atrevido ningún líder laborista (hay localidades en las que la mitad de la población en edad laboral no trabaja). Imitando a Musk, ha anunciado un programa de despidos y jubilaciones negociadas para los funcionarios públicos que ofrezcan menos rendimiento.
Starmer cruza los dedos para que la contribución británica a la defensa europea (es la única potencia nuclear junto a Francia) anime a Bruselas a hacerle concesiones comerciales, y que la herencia escocesa de Trump (y su pasión por la monarquía) exima a Londres de tarifas y castigos. Hace equilibrismo sin red, y por el momento no se ha caído. Pero es pronto para cantar victoria. Pueden pasar –y pasarán– muchas cosas que le harán tomar partido.