El triunfo de los rebeldes sirios ha sido posible gracias a la audacia de Turquía en su afán por liderar un nuevo orden en Oriente Medio, sin duda más islamista, pero también más pragmático. El triunfo aplastante de Israel sobre Irán y Hizbulah, unido al desgaste de Rusia en Ucrania, completan las causas que han precipitado el fin de la dictadura laica en Siria.
Los rebeldes se presentan como moderados, pero EE.UU. los considera terroristas. Su principal reto es evitar el caos que surge con todo vacío de poder. Conscientes de lo que se juegan, hablan de reconciliación y ayuda que el primer ministro siga en Damasco, dispuesto a colaborar en la transición, como pide la ONU.
Erdogan juega con Rusia, Israel y EE.UU. una partida a varias bandas que puede ayudar a Palestina
El presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, que hace una década facilitó el yihadismo en Siria, ve ahora cumplida su aspiración de tener en Damasco a un socio suní que le debe la vida. Hará, por tanto, de tutor para evitar que se radicalice y acabe cayendo, como sucedió con otros gobiernos islamistas surgidos de las primaveras árabes.
Erdogan tiene ahora una gran oportunidad pero en Oriente Medio no hay un palmo de terreno que no esté minado. Para sortearlo debe jugar a varias bandas.
Si Rusia ha dejado de pelear por El Asad ha sido porque Turquía le ha garantizado que los rebeldes respetarán la base aérea en Latakia y la naval en Tartus. Erdogan y Putin han tenido sus roces pero se entienden. Turquía es miembro de la OTAN y, al mismo tiempo, defiende su territorio con el sistema antimisiles ruso S-400.
Estados Unidos, a pesar del aislacionismo que predica el presidente electo Donald Trump, no puede ceder toda la iniciativa a Turquía. El Pentágono tiene a 900 soldados en el nordeste de Siria, territorio kurdo conectado con el protectorado del Kurdistán iraquí. Ellos son una garantía frente a Irán y Turquía. Erdogan considera que los kurdos son terroristas porque amenazan la identidad turca, pero son aliados de EE.UU. y también de Israel. No tiene más remedio que aceptar su semiindependencia.
Israel, ahora que ha recuperado todo su poder disuasorio, debe dar un voto de confianza a la nueva Siria. A Netanyahu no le gusta nada Erdogan porque es un firme defensor de la causa palestina, pero no tiene mejor alternativa. Una Siria islamista sin la supervisión turca sería un gran peligro. Erdogan se hará pagar este favor. Con Egipto y Qatar presionarán para que Israel acepte un Estado palestino. Es lógico que Arabia Saudí y los EAU también apoyen.
La paz vuelve a tener una oportunidad, pero solo si Israel y EE.UU. aceptan que el islamismo suní arraigue en Siria. Tal vez sea pedir demasiado en esta época de guerras y supremacismos, pero solo las concesiones más difíciles garantizan la convivencia.