Este martes empezó en el fin del mundo, oficialmente, la primera gira del nuevo presidente de Taiwán. Lai Ching-te fue recibido a pie de escalerilla por la presidenta de las Islas Marshall, Hilda Heine. Pero antes incluso de despegar de Taipéi, este amigo de los Estados Unidos ya tenía dos certezas sobre su estreno diplomático. Una, que no cambiará el rumbo de la humanidad, porque los tres aliados formales que le quedan en el Pacífico suman menos de setenta mil habitantes. Dos, que Pekín iba a poner el grito en el cielo de todos modos.
Es verdad que a esto último han contribuido otro dos factores. Por un lado, que el político soberanista decidiera hacer una “escala” -de dos días- en el archipiélago estadounidense de Hawái, que no queda a medio camino de ninguno de sus destinos en las antiguas islas Marianas y Carolinas. A saber, las citadas Marshall, Tuvalu y -tras una parada en el territorio hoy estadounidense de Guam- las Palaos.
Por otro lado, su gira se vio precedido por la aprobación por parte de Washington de una nueva venta de armamento a la isla china, por más de trecientos millones de dólares. Y ha coincidido con el anuncio por parte de Lituania de la expulsión de tres diplomáticos de China. La República Popular y la república báltica empezaron su serie de represalias y contra represalias- comerciales y diplomáticas, culminando con la retirada de embajadores- a raíz de la apertura en Vilna de una oficina de representación “de Taiwán”, en lugar de “Taipéi”.
“Hacemos un llamamiento a los Estados Unidos para que cesen inmediatamente de armar a Taiwán y de espolear a las fuerzas que persiguen la independencia”, declara ahora la diplomacia de la República Popular de China. Esta sustituyó a la República de China -nombre oficial de Taiwán- en la ONU en 1971.
En Pekín escuece que el Partido Progresista Demócratico, al que considera “separatista”, volviera a ganar las presidenciales en enero pasado, si bien es verdad que con mucho menor margen que en 2020 y 2016. De hecho, el partido ha quedado en minoría en el Yuan legislativo, pero otras instancias del Estado han salido en su auxilio.
Así, la ley aprobada hace unos meses por el Kuomintang y el Partido Popular de Taiwán, que quiere terminar con la opacidad en asuntos de Defensa y prevé poderes reforzados de supervisión sobre el ejecutivo por parte de la cámara, ha sido tumbada por el Tribunal Constitucional apelando a la “seguridad nacional”.
La economía taiwanesa crecerá este año un punto menos que la de la China continental. Pero muchas otras coas inquietan a sus ciudadanos. Aunque son las generaciones mayores las que mantienen mayor vínculo con el resto de los chinos, son los chicos jóvenes los que, justo después de las elecciones, empezaron a cumpliar un servicio militar prolongado hasta un año, cuando hasta entonces duraba solo cuatro meses.
Desde la victoria de Lai -con una vicepresidenta que fue ciudadana estadounidense hasta hace pocos años- el Ejército Popular de Liberación ha realizado dos grandes maniobras militares alrededor de la isla. La última, hace pocas semanas, permitió apreciar que, antes que una invasión, Pekín entrena a sus fuerzas en un hipotético estrangulamiento de una isla sin apenas recursos energéticos ni de materias primas, en caso de que esta cruzara la línea roja de proclamar la independencia.
Aunque Estados Unidos no reconoce a Taiwán como un país soberano -como tampoco hace ninguno de los países de la UE- se obliga por ley a contribuir a la defensa de esta excolonia japonesa, que sirvió luego de refugio de las huestes del generalísimo Chiang Kai-shek, derrotado por Mao Zedong en la guerra civil china.
Durante décadas, Taipéi quiso rivalizar con Pekín como capital legítima de la verdadera China, aprovechándose de la división del mundo en bloques ideológicos, durante la Guerra Fría. La realidad se impuso en la ONU en 1971 y, hoy en día, a la República de China (Taiwán) solo la reconocen una docena escasa de estados -incluyendo al Vaticano- en su gran mayoría de población y extensión insignificante y soberanía limitada.
Xi Jinping ha elevado el tono de amenaza, respecto a sus predecesores, sobre cualquier veleidad secesionista. El presidente chino Xi castigado a los “separatistas” -según él- de Taiwán, que en sus ocho años en el poder desde 2016 han visto como se reducía a la mitad el número de países con embajada en Taipéi.
Bajo la anterior presidenta taiwanesa, Tsai Ing-wen, diez estados dejaron de reconocer a la República de China, en favor de la República Popular de China. Entre ellos, Kiribati y las islas Salomón. Este mismo año, tras el triunfo de William Lai, Nauru también cambió de bando. Se rumoreó que Tuvalu podría seguir el mismo camino casi de inmediato, pero hasta ahora no ha sido así y el periplo oceánico de Lai -el primero de un presidente taiwanés en el Pacífico en cinco años- pretende salvar los muebles del naufragio.
No le va a salir gratis, pero tampoco caro. Los países que podían decantarse por el mayor músculo económico de Pekín ya lo han hecho y los demás no quieren o no pueden sustraerse de los lazos políticos y militares con Estados Unidos. El Pentágono conserva para sus fuerzas armadas una d. las islas Marshall, pese a
Lai, en las islas Marshall, ha prometido un crédito para comprar una nueva avioneta que una los atolones, sin dar cifras. También ha dicho que las naciones “austranesias” forman parte de una misma “familia”. Es verdad que todos estos pueblos del Pacífico Sur -como todos los malayos, hasta Madagascar- tienen su origen remoto en Formosa. Pero los indígenas hoy representan menos del 3% de la población actual de Taiwán (en Hawái, el 10%). Pero cualquier carta que distinga a la China insular de la continental es susceptible de ser utilizada. Incluso la tendencia a llamar “taiwanés” al dialecto hokkien, muy popular en la isla, pero originario, como el mandarín oficial, del continente (de la vecina costa de Fujian). Del mismo modo que el cantonés de Hong Kong no deja de ser la misma lengua que la de Cantón, aunque el chino que se escriba no sea el simplificado sino el tradicional, como se hace en Taiwán (y entre gran parte de la diáspora en el sudeste asiático).
A Taiwán siempre le quedará Palaos, ya que ningún otro país ha abierto allí embajada. Su capital, Melekeok, cuenta con nada menos que trescientos habitantes. Su capitolio, inspirado en el de Washington, pero situado en medio de la nada, pondrá el broche de oro -o por lo menos una guirnalda más- al pacífico periplo del levantisco Lai.
Este se habrá dejado caer antes por el atolón de Tuvalu -más poblado, con 18.000 habitantes- y pernoctará en Agaña, la capital de Guam. Uno de esos territorios estadounidenses donde la población no puede votar al presidente de Estados Unidos, pero libres de mandar a Washington a un representante cuyo voto no se cuenta. Un país, dos sistemas.
En Guam, que formó parte de las Marianas, muchos de los nativos chamorros -mayoritariamente católicos y cuya lengua contiene casi tantos vocablos castellanos como el filipino- deploran que el 27% de la isla fuera expropiado por el ejército estadounidense. Para la ONU, Guam es uno de los 16 territorios pendientes de descolonizar en el siglo XXI, pero los discursos emancipadores nunca tuvieron mucho recorrido en la isla que Chiang Kai-shek convirtió en bastión de la internacional anticomunista. De aquella época proviene la amistad con Paraguay, que la semana pasada celebraba más de seis décadas de relaciones diplomáticas con la República de China.
La misma semana, con mayor moderación en las formas, también brindaban en Taipéi -con Heineken- los representantes holandeses, que tienen más presente que los españoles su desembarco en Formosa, hace cuatro siglos.
“Basándonos en los valores de democracia, paz y prosperidad, y trabajando junto con nuestros aliados, continuaremos ampliando la cooperación y profundizando nuestras asociaciones para que el mundo vea que Taiwán no sólo es una democracia modelo, sino también una fuerza clave para promover la paz, la estabilidad, la prosperidad y el desarrollo globales”, ha aseverado el líder taiwanés al hilo de su gira, con la “sostenibilidad” como centro.