Emmanuel Macron, como presidente de la República Francesa, sigue atesorando un enorme poder, simbólico y fáctico. En caso de grave ataque exterior o amenaza inminente, le correspondería a él, en última instancia, apretar el botón del arma nuclear. Pero, a un nivel más cercano, menos apocalíptico, es hoy Marine Le Pen quien ejerce mayor influencia en la política nacional, una situación inédita para la jefa de un partido, el Reagrupamiento Nacional (RN, extrema derecha), que lleva decenios tratando de hacerse respetar y de dejar atrás su condición de apestado.
En los próximos días, Le Pen debe decidir si hace caer al frágil Gobierno de Michel Barnier, lo que agudizaría la crisis que Francia arrastra desde que el 9 de junio pasado el presidente Emmanuel Macron disolvió anticipadamente la Asamblea Nacional. Los 140 diputados del RN y de sus aliados, sumados a los 192 de los partidos de izquierda, serían una mayoría holgada a favor de una moción de censura.
Le Pen debe considerar que los votantes de la derecha tradicional, a quienes necesitará, no quieren el caos
Le Pen saborea el momento y se ha permitido incluso lanzar un ultimátum a Barnier para que cumpla las condiciones que le exige. El primer plazo expira mañana lunes ante la prevista votación sobre el presupuesto de la seguridad social. El editorial de Le Monde habló de “chantaje”. La amenaza persistirá con los presupuestos generales del 2025, que se discutirán después. El pulso podría prolongarse hasta las vísperas navideñas.
Barnier, un político de largo recorrido a quien tocó negociar el Brexit, ha realizado ya algunas concesiones, dolorosas, porque significan descafeinar unos presupuestos que pretendían ser austeros para convencer a Bruselas y a los mercados sobre la seriedad de Francia para reducir su déficit y deuda. El jefe de Gobierno renunció, por ejemplo, a un impuesto sobre la electricidad. Aunque sin admitir que lo hacía para complacer a la extrema derecha –lo que irrita al RN–, prometió también reducir las prestaciones médicas a los inmigrantes irregulares y abordar de manera más restrictiva el flujo migratorio global.
Le Pen, sin embargo, aprieta las tuercas. Pide una marcha atrás en el aumento del copago de los medicamentos, la revalorización de las pensiones según la inflación –en vez de hacerlo solo en un porcentaje inferior–, la reducción de la aportación francesa a las arcas de Bruselas y un esfuerzo consistente para eliminar gastos innecesarios del Estado, llegando a la supresión de organismos que efectúan tareas casi duplicadas. Sabe que obtener todo será imposible, pero no cede en su firmeza.
Le Pen se halla ante un dilema difícil de resolver. Su electorado más fiel –clases humildes que antes apoyaban a la izquierda– es muy partidario de que derribe al Gobierno, según los sondeos, a pesar de los riesgos que correrá el país. Ella misma pareció apuntar hacia la moción de censura en una tribuna publicada la pasada semana en Le Figaro , enla que rechazó los argumentos catastrofistas y recordó que existen mecanismos para seguir recaudando impuestos, pagar pensiones y otros gastos del Estado.
La líder de la extrema derecha, candidata perdedora al Elíseo en tres ocasiones y que piensa volver a intentarlo en el 2027, debe considerar asimismo que jamás logrará su objetivo si no capta más voto de la derecha tradicional, la burguesa, o llega a algún tipo de alianza con ella en el futuro. Esos electores conservadores son alérgicos a la inestabilidad y temen que Macron, como última alternativa, encargue la formación de gobierno a la izquierda. Barnier les parece la mejor opción por el momento, dado que, constitucionalmente, no puede haber nuevas elecciones hasta julio del año que viene. Si Le Pen aboca al país a un escenario caótico, se arriesga a arruinar la imagen de sensatez y de pragmatismo que tanto le ha costado forjarse.
Adoptar una posición constructiva significa para Le Pen olvidarse de los agravios. “Quieren mi muerte política”, soltó al saber que la Fiscalía pidió hace poco cinco años de cárcel y de inhabilitación para ella por el supuesto fraude de su partido al Parlamento Europeo. La sentencia llegará el 31 de marzo del 2025. Una inhabilitación le impediría volver a presentarse al Elíseo. Más allá del acoso judicial, ni ella ni su partido han digerido el desprecio que sufrió el RN al constituirse la Asamblea Nacional tras las elecciones. Pese a ser la fuerza política con más votos populares y más diputados, se quedó sin ningún cargo interno en la Cámara, ni siquiera una de las doce secretarías.
La presión para que Macron dimita aumentará si el país sigue bloqueado
La habilidad política y estratégica de Le Pen se pondrá a prueba en esta coyuntura. Siempre se la ha infravalorado. Ese fue uno de los errores de Macron cuando disolvió la Asamblea. Desde el famoso debate televisado del 2017 en el que ella quedó muy mal, el presidente ha pensado que era una rival floja, poco preparada, y que nunca podría obtener una mayoría en el país. La evolución del RN indica más bien lo contrario.
La realidad hoy es que Macron, a quien quedan dos años y medio de mandato, es un líder bastante devaluado y con menos influencia en Europa. Quizás la jugada de Le Pen sea salvar ahora al Gobierno, in extremis, y desatar una gran crisis la próxima primavera. Según un reciente sondeo del instituto Elabe para la cadena BFMTV, el 63% de los franceses es partidario de la dimisión de Macron si cae el Gobierno Barnier. Las voces que sugieren la renuncia del presidente crecen en los últimos días y, si la situación del país sigue tan precaria, habrá mucha presión a favor de un big bang que desbloquee el país. Si los jueces la dejan, esa sería la última gran oportunidad de Marine Le Pen.
Chad y Senegal expulsarán a las tropas francesas
París acogió, al principio con incredulidad, porque no se esperaba tal humillación, el anuncio casi simultáneo, el viernes, de las autoridades de Chad y de Senegal de que las tropas francesas deberán abandonar ambos países. Se trata de un nuevo golpe, muy duro, a Francia, en una región de África en que fue potencia colonial. Durante la presidencia de Emmanuel Macron, el retroceso ha sido imparable. Los militares franceses ya fueron expulsados de la República Centroafricana, Mali, Burkina Faso y Níger. En varios casos fueron sustituidos por mercenarios rusos. Perder las bases de Chad –donde operan cazabombarderos Mirage– y de Senegal no es tan importante por el número de efectivos –en total, 1.350– como por su significado geopolítico. La presencia francesa en esos países es histórica. Chad dio la noticia por sorpresa, justo horas después de que dejara el país el ministro de Asuntos Exteriores francés, Jean-Noël Barrot, que al parecer no fue advertido durante su corta visita. Francia ha apoyado siempre el régimen autoritario chadiano de Idriss Deby y, antes, de su padre. En el caso de Senegal, lo anunció el propio presidente, Bassirou Diomaye Faye, en una entrevista.