“¡Sean todos bienvenidos a Dahiya!”, gritan eufóricos unos jóvenes chiís sobre un montículo de escombros, mientras ondean grandes banderas amarillas Hizbulah. Es la primera vez en tres meses que pueden volver a pisar su barrio, el mayor feudo de la milicia en Beirut y el epicentro de los bombardeos israelíes.
Las horas entre el alto el fuego anunciado por Beniamin Netanyahu y su aplicación se hicieron extremadamente largas. Los últimos impactos tuvieron lugar de madrugada, apurando los minutos previos al cese de hostilidades acordado entre Israel y el grupo chií. Pero la mañana llegó y con ella el regreso de los miles de habitantes del suburbio, que se acercaron en coche a ver si su casa estaba entre las agraciadas que aún siguen en pie.
El aire, aún cargado con el polvo del hormigón hecho trizas, era de aparente victoria. “Estamos felices de que todo haya acabado. No han podido con nosotros”, dice Zeina, una libanesa que asegura apoyar al Partido de Dios “hasta el final”. Junto a una rotonda reventada por la artillería, posa para un selfie con su novio Mahmoud.
El acuerdo de paz, engrasado diplomáticamente por Estados Unidos y Francia, prevé, en un plazo de 60 días, la retirada de todas las tropas israelíes en suelo libanés y el “cese de la ofensiva militar” en “tierra, mar y aire”. Además, emplaza a Hizbulah a cumplir con el desmantelamiento de “todas las infraestructuras y posiciones militares” al norte del Río Litani, 30 kilómetros al norte de la frontera, según el texto, publicado por el medio libanés L’Orient Le Jour, y que cuenta con el visto bueno de la milicia.
“Estamos decididos: este conflicto no será solo otro ciclo de violencia”, aseguró el presidente estadounidense, Joe Biden, poco después del anuncio. “Estados Unidos, con el pleno apoyo de Francia y nuestros otros aliados, se ha comprometido a trabajar con Israel y Líbano para garantizar que este acuerdo se mantenga plenamente”, agregó.
“Hemos perdido mucho, pero ha merecido la pena”, confiesa Mahmoud, quien comparte apellido con Hasan Nasralah, el difunto líder de Hizbulah que fue asesinado por las bombas antibúnker de Israel a no muchas calles de allí y cuya cara empapela las ruinas de todo Dahiya.
Entre las furgonetas cargadas de colchones, ropa y alfombras, se escurren los milicianos en moto en plena celebración del armisticio. En sus manos, fusiles que disparan al aire por el fin de una guerra que se niegan a considerar una derrota pese a no haber conseguido su objetivo inicial: el fin de la ofensiva en Gaza. “Les hemos detenido en el sur”, grita Mohamed uno de estos combatientes, de tan sólo 21 años y quien prefiere no dar su nombre real.
Hasan, en cambio, no se siente como un ganador precisamente. Su salón en el primer piso es visible desde la calle, a través de las ventanas rotas y el balcón arrancado por una bomba explosiva. Pero, a pesar los desperfectos, no ha sido el vecino con peor suerte: las cinco plantas del bloque contiguo se apilan una tras otra en el suelo. “Está bien... pensaba que habían derribado la casa entera, aunque no estoy seguro de que sea posible entrar”, lamenta.
Más de 1,3 millones de personas han sido desplazadas por el conflicto, que en 14 meses se ha cobrado la vida de más 3.700 personas y ha herido a 15.700 en Líbano. El mayor éxodo de la historia del país, que comienza a revertirse. Durante el primer día de paz, decenas de miles de personas salieron de los refugios improvisados en la capital en dirección al sur del país.
Fuera de la capital, una caravana quilométrica se abrió paso por las carreteras bombardeadas para alcanzar los pueblos del sur. Algunos de ellos, situados en la zona de combates, llevan deshabitados desde hace más de un año y han quedado arrasados por completo por la artillería israelí. Donde 24 horas antes había combates, ahora llegaban los primeros regresados.
Éxodo inverso
Más de 1,3 millones de personas han sido desplazadas de sus hogares
Sin embargo, el ejército israelí volvió emitió una estricta “prohibición de desplazamiento hacia el sur del Líbano” entre las cinco de la tarde las siete de la mañana del día siguiente. “Quienes se encuentren al norte del río Litani no podrán dirigirse hacia el sur”, demandó su portavoz, Avichay Adraee, “mientras que quienes ya se encuentren al sur deberán permanecer allí”.
Es un ejemplo de la fragilidad del armisticio, “destinado a ser permanente”, según Biden, pero que depende de la buena voluntad de ambas partes. A partir de ahora, tan sólo el Ejército libanés y UNIFIL estarán autorizados a operar en la franja fronteriza —como ya establecía la resolución de paz previa—, aunque esta vez será Washington y París quienes vigilen y eviten el despliegue del grupo chií. El documento establece en uno de su 13 puntos que tanto Israel como Líbano “mantendrán su derecho respectivo a la autodefensa de acuerdo con las resoluciones internacionales”.
Para ello, el ministro de Defensa interino de Líbano, Maurice Sleem, confirmó en una entrevista con la televisión catarí Al Jazeera los planes para aumentar el número de soldados en el sur del país a 10.000 efectivos. Aunque para Mohamed, el miliciano pubescente de Beirut, esto es solo una tregua para recobrar fuerzas. “Lo volveremos a hacer”, dice convencido, con una estampa de Nasralah bajo el brazo. “Necesitamos tiempo, pero esto no es el fin”.