Corea del Sur reactiva la diplomacia del golf para congraciarse con Trump

Suspense en Asia

El presidente Yoon Suk Yeol practica con los palos tras 8 años, con el ejemplo en mente del japonés Abe

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El próximo presidente de EE.UU., Donald Trump, propietario de una docena de campos de golf además de jugador empedernido, en el torneo de Bedminster, hace tres veranos.

Seth Wenig / Ap-LaPresse

El presidente de Corea del Sur es el primero en desempolvar los palos de golf, pero no será el último. El próximo retorno a la presidencia de EE.UU. de Donald Trump, gran aficionado al deporte, llevó el sábado pasado a su homólogo Yoon Suk Yeol a practicar en el green, por primera vez desde 2016. En realidad, el mandatario coreano prácticamente no pisaba un campo de golf desde 2010, según sus propias declaraciones de hace unos años. Pero las razones de Estado son insoslayables y bien merecen un sacrificio. 

Yoon no es el primer dirigente asiático que pone su fe en la diplomacia del golf para congraciarse con sus homólogos, preferentemente los de EE.UU., antigua potencia ocupante y hoy aliada. El ejemplo a seguir es el desaparecido Shinzo Abe, el primer ministro japonés que se jactaba de haber jugado en cinco ocasiones con Donald Trump durante el mandato de este. 

El empresario inmobiliario metido a político no destacó, durante su anterior presidencia, por su capacidad de concentración, según sus propios colaboradores en la Casa Blanca, que pugnaban por su atención. Pero donde seguro que Donald Trump puede prestar oídos es en el campo de golf. Alrededor de una docena -dentro y fuera de EE.UU.- son de su propiedad. Y según publicó una vez The Washington Post, Trump completa un recorrido de 18 hoyos, en promedio, cada 5,8 días. 

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El presidente conservador de Corea del Sur, Yoon Suk Yeol, en rueda de prensa en Seúl, el jueves pasado. 

Kim Hong-Ji / Ap-LaPresse

Yoon Suk Yeol, meticuloso a la hora de prepararse, como buen coreano, no debería excederse en su entrenamiento, a sabiendas de que Trump no se caracteriza por su buen perder. En el caso de Shinzo Abe, no había peligro, puesto que nunca pasó de jugador de nivel “de fin de semana”, según fuentes conocedoras. Aunque fuera socio del club de golf de los Trescientos, el más exclusivo de Tokio,  donde la cuota anual roza el medio millón de euros.

La membresía le venía de familia, siendo hijo de ministro de Exteriores y nieto y sobrino nieto de primeros ministros. El abuelo Nobusuke Kishi -al que EE.UU. encarceló como criminal de guerra antes de rehabilitarlo políticamente por todo lo alto-  fue pionero en la diplomacia del golf, golpeando la bola con Dwight Eisenhower en Maryland. 

En el caso de Corea del Sur, hay precedentes de otros presidentes ganando puntos diplomáticos en el campo de golf, mano a mano con George W. Bush o con el dictador Suharto de Indonesia. 

Yoon Suk Yeol, un exfiscal general del estado con un perfil muy conservador, felicitó el jueves pasado a Trump y se permitió aseverar que son muchos los que le han insinuado que entre ambos “habrá buena química”. Aunque el jefe de la oposición, Lee Jae Myung, discrepa: “Para nada, porque Trump es una persona práctica que ve la guerra como un despilfarro”. 

Que el tablero internacional pueda depender de las ocurrencias sobre el green puede parecer una astracanada. Pero en defensa de Yoon hay que decir que el golf en Corea del Sur es algo serio. Hay tantos aficionados a este deporte como en Japón -más de seis millones- aunque bastantes menos campos: “Solamente” ochocientos. Aun así, los consumidores surcoreanos representan la mitad del mercado mundial de productos relacionados con el golf, deporte que cuenta además con canales coreanos especializados, que emiten las 24 horas.  Para los surcoreanos, el estatus lo es todo y el golf es el no va más. 

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La popularidad de Yoon está literalmente por los suelos (17%) y el sábado pasado miles de manifestantes pedían su dimisión, a pesar de que apenas ha cruzado el ecuador de su mandato. 

Ahn Young-joon / Ap-LaPresse

Aun así, Yoon debe ir con pies de plomo, porque casi todos sus antecesores han acabado mal y él mismo se encuentra en su punto más bajo de popularidad, ya que solo uno de cada seis surcoreanos tiene una buena opinión de él (menos todavía acerca de su esposa, asediada por su afición a los bolsos Dior). Ya en su época de fiscal tuvo que dar explicaciones por unas vacaciones en un lujoso complejo de golf supuestamente pagadas por una inmobiliaria. 

Yoon, que se ha adaptado como un guante a la política exterior de Joe Biden, tiene mucho que discutir con Trump, alguien que, a diferencia de él, se entrevistó varias veces con el líder de Corea del Norte, Kim Jong Un. Tendrán de que hablar, entre golpe y golpe, de los gastos de mantenimiento de los cerca de treinta mil soldados estadounidenses en bases sobre su territorio. Trump ya se quejó en su primer mandato de que Seúl -uno de los principales clientes de su industria de armamento- debe pagar todavía más. El otro punto sensible es el incremento previsto de los aranceles de EE.UU, un mercado clave para las empresas tecnológicas y automovilísticas surcoreanas. 

Yoon abre el juego, pero habrá más, en el Open de los Estados Unidos de Trump que ya se avista, abierto a hacer negocios. Algunos, como el malogrado Abe en su día, lo considerarán una lección de pragmatismo, cuando no una medalla. Pero también habrá quien se esfuerce en no parecer el caddie.

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