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Harris enfada y doblega a Trump, pero ¿será suficiente?

El debate presidencial

Kamala Harris enfadó anoche a Donald Trump y esto fue suficiente para ponerlo a la defensiva y doblegar sus argumentos durante su primer y, seguramente, último debate de la campaña.

La vicepresidenta impuso su estilo tranquilo, su experiencia profesional como fiscal, senadora y vicepresidenta, frente a un expresidente enfadado y, a ratos, furibundo, pero no está claro que este contraste de ideas y carácter baste para ganar las elecciones.

Kamala Harris supera la prueba y pone a Donald Trump a la defensiva en un tenso debate cara a cara

La crónica del debate

Kamala Harris supera la prueba y pone a Donald Trump a la defensiva en un tenso cara a cara

Javier de la Sotilla

Los electores republicanos están firmemente adheridos a la espalda de Trump y nada de lo que pueda decirse y demostrarse sobre sus delitos y pasadas políticas les hará quedarse en casa y, menos aún, votar contra él.

El debate fue duro pero arrancó con un apretón de manos. Harris se acercó a Trump, se presentó y le tendió la mano. Fue la primera vez desde 2016 que dos candidatos a la Casa Blanca se saludaban al inicio de un debate.

El primer tema fue la economía, el más importante para los electores, y la gran baza electoral de Trump. La inflación ha castigado a muchas familias que hoy tienen más dificultades para pagar la hipoteca y llegar a fin de mes.

Clientes de un bar de San Antonio siguiendo el debate entre Trump y Harris

AP Photo/Eric Gay

Trump, como era de esperar, culpó a Harris, aunque el alza de precios sea debida, como en todo el mundo, a la pandemia, la guerra en Ucrania y las consiguientes dificultades para mantener la energía a buen precio y la cadena de suministros engrasada.

La vicepresidenta se defendió culpando a Trump de la gestión de la pandemia y presentándose como defensora de los trabajadores y la pequeña y mediana empresa. Explicó su plan para una “economía de la oportunidad”, para extender los beneficios industriales y comerciales a muchos más estadounidenses, así como para ampliar el estado del bienestar con una sanidad más pública y unos medicamentos más baratos.

Harris atacó los planes de Trump para subir los aranceles a las importaciones –una medida que, seguramente, encarecerá aún más los productos básicos-, pero el candidato republicano se defendió con un argumento inapelable: la administración Biden ha mantenido las tarifas a los productos chinos que él impuso.

En este arranque del debate más importante de su vida, Harris se mostró nerviosa. Pisaba un terreno resbaladizo porque la mayoría de electores confía más en su rival para gestionar la economía, pero se rehizo a partir de minuto 20, cuando el aborto entró en escena.

Es la cuestión que más preocupa a las mujeres y una de las que decidirá la victoria en las elecciones de noviembre. Trump atacó con la falsedad de que los demócratas defienden el aborto en el noveno mes de embarazo y Harris, que se reía cada vez que su rival mentía, respondió con el argumento que la mayoría de mujeres quiere oír: nadie y menos el gobierno puede decidir sobre su salud reproductiva.

Trump rehusó pronunciarse sobre si aprobaría una ley federal para garantizar el derecho de las mujeres a decidir y Harris consiguió sacarlo de sus casillas recordando al público la larga lista de denuncias y procesos judiciales a los que está haciendo frente. Entre ellos hay unos cuantos por abusar de las mujeres.

Cuanto más se enfadaba Trump menos tenía que hablar Harris. El candidato republicano se hundía en su propio barrizal. Repitió, por ejemplo, que los inmigrantes en Springfield (Ohio) se comían a los perros, un rumor muy extendido en las redes republicanas, que el moderador de la cadena ABC, organizadora del debate, recordó que era falso.

Harris se reía cada vez que Trump exageraba o mentía, como cuando dijo que si ella era presidenta estallaría la tercera guerra mundial y Estados Unidos sería una Venezuela con esteroides. La acusó de ser marxista y de estar haciendo el ridículo. La comparó con Biden y ella, sin entrar al trapo, sin faltarle al respeto, le recordó que representaba a una nueva generación que no piensa volver al pasado, a las políticas divisivas y a los discursos del odio.

Cuando el moderador planeó el tema del asalto al Capitolio, Trump intentó salirse por la tangente. Dijo que él no había instigado ninguna revuelta y trató de presentarse como un pacificador. Harris tiró aquí de su larga trayectoria como fiscal y repasó las pruebas en su contra, el discurso que alentó la revuelta y su pasado racista.

Trump, acorralado, contraatacó con la inmigración, con los “millones y millones” de indocumentados que, a su juicio, la administración Biden ha abierto las puertas. El moderador le cortaba el paso con datos sólidos y Harris callaba. Cuanto más se peleaba él con el periodista, más presidencial parecía ella.

Trump intentó recuperar la verticalidad con otra mentira -que había sido el candidato más votado de la historia- y Harris le golpeó con una frase sacada de El Aprendiz, el reality show que presentó durante 14 años en la cadena NBC: “A usted lo despidieron 81 millones de americanos”.

Trump encajaba los golpes encogiendo los hombros, cerrando los ojos y apretando los labios en una sonrisa forzada. No miraba a Harris. No lo hizo en ningún momento del debate, a diferencia de ella, que lo miraba cuando hablaba y también cuando se reía frente sus falsedades. “Mi oponente no está capacitado para distinguir los hechos”, decía. “Los líderes mundiales se ríen de él”, insistía.

Harris golpeaba el ego de Trump como una boxeadora en busca del hígado de su contrincante y llegaba con facilidad.

Para demostrar que los presidentes de otros países le aprecian, Trump mencionó a Viktor Orbán, el autócrata húngaro amigo de Putin y enfrentado con la Unión Europea.

Harris lo tenía fácil. Dijo que a su rival le caen bien los dictadores, gente como Xi, Putin y Kim Jong Un. Él mismo “quiere ser un dictador el primer día de su nuevo mandato”, remachó.

Trump se revolvía contra las cuerdas. Cuando el debate se centró en Ucrania, él se negó a contestar si quería que ganara la guerra y cuando entró de lleno en el tema de la raza, con los moderadores y la propia Harris afeándole que utilizara las diferencias raciales para dividir a los estadounidenses, él intentó zafarse volviendo a la economía y la inflación.

Trump gesticulaba con agresividad y exhibía desprecio, mientras Harris ponía en evidencia, sin necesidad de hablar, solo con su presencia, una diferencia de edad y de criterio muy acusada. 

En su alegato final, Harris insistió en una idea con mucho tirón popular, que representa a una generación que no piensa volver atrás.

Trump, que tuvo la última palabra, podría haberle hecho daño con una idea que su equipo esperaba que hubiera sacado mucho antes: si tiene tantas soluciones, cómo es que durante los tres años y medio que lleva de vicepresidenta no ha hecho nada.

Pero lo dijo al final, en medio de varias descalificaciones personales a Harris, demasiado tarde y con demasiada agresividad para seducir a los indecisos, el gran objetivo que ayer tenían los dos candidatos.

Harris estuvo mejor, más agresiva y más elegante, un estilo reposado que fue muy efectivo para desequilibrar a su contrincante. En todo momento dio la sensación de dominar los temas y logró distanciarse del impopular Biden sin necesidad de criticarlo.

Este triunfo la ayudará en los sondeos, pero nada indica que vaya a ser decisivo. Trump es muy probable que se recupere, como se recuperó a final de agosto del tirón demócrata, y en las urnas siempre lo hace mejor de lo que se ha pronosticado.

Harris, como demostró anoche, tiene la energía, la preparación y la alegría para ganar las elecciones, pero en esta era de incertidumbres y miedos a Trump le basta con muy poco para movilizar a los descontentos, a los ilusos y cohibidos, a los que buscan en el pasado las soluciones al futuro.

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