Francia lleva tiempo en el punto de mira de Moscú por su decidido apoyo a Ucrania en la guerra. Durante los últimos meses ha habido varias acciones desestabilizadoras, hechos extraños, algo cutres y de bajo presupuesto, como colocar ataúdes bajo la torre Eiffel o pintar estrellas de David en fachadas. Pero la reciente detención en París de un presunto espía de los servicios rusos (FSB, ex KGB), Kirill Griaznov, pocos días antes de la ceremonia inaugural de los Juegos Olímpicos, puede tratarse de un asunto potencialmente más serio, pese a su tinte rocambolesco.
Las autoridades francesas han optado por mantener un perfil bajo sobre el arresto, el viernes de la semana pasada, porque no quieren exacerbar la tensión en un periodo tan delicado. Sin embargo, una investigación periodística conjunta de Le Monde, Der Spiegel y The Insider ha revelado detalles del caso dignos de una novela.
El presunto espía se delató durante una cena, borracho, mientras estaba en el mar Negro búlgaro
Griaznov, de 40 años, fue arrestado y posteriormente la fiscalía presentó cargos contra él por “espiar para una potencia extranjera para incitar hostilidades” en Francia, incluida una operación a gran escala que hubiera podido tener serias consecuencias. Hace dos meses, en un mensaje a su superior del FSB, Griaznov se jactó de que “los franceses tendrán una ceremonia de apertura como nunca”, un mensaje tan enigmático como inquietante. Ahora el supuesto espía está en prisión preventiva. Si fuera juzgado, podría ser condenado hasta a 30 años de cárcel. Esta situación complica todavía más las tensas relaciones entre el Elíseo y el Kremlin.
Como en los mejores relatos de espionaje, Griaznov no era lo que parecía. Residía legalmente en Francia desde hacía más de diez año, a donde llegó para estudiar cocina y convertirse en un chef de prestigio. Aprendió el arte de los fogones en la escuela parisina Le Cordon Bleu.
A Griaznov, como a otros espías, le traicionó el alcohol, una de sus debilidades. La bebida le condujo a la indiscreción, a delatarse. Es lo que sucedió, al parecer, en mayo pasado. El presunto agente ruso regresaba a París desde Moscú, con escala en Estambul. El problema es que se emborrachó en el aeropuerto de la ciudad turca y le prohibieron subir al avión. Entonces decidió tomar un taxi hasta la frontera búlgara y de allí a St. Vlas, una ciudad balneario en el mar Negro donde posee un apartamento. Durante una cena en la que volvió a beber demasiado, explicó que tenía una misión en los Juegos de París y hasta exhibió su carnet del FSB. La investigación periodística no aclara cómo las autoridades francesas se enteraron del caso.
Se sabe que Griaznov nació en Perm y estudió Derecho. No se hizo cocinero hasta después de aprender el oficio en París. En paralelo trabajó en consultorías legales y de finanzas en Luxemburgo. También ejerció de chef en un restaurante con estrellas Michelin en una estación de esquí en los Alpes franceses. En su currículum figura incluso su intervención en un reality show de la televisión rusa para encontrar pareja.
Según The Insider , un hermano de Griaznov, Dmitri, tiene también conexiones con la inteligencia militar rusa (GRU), el servicio al que acusaron del intento de envenenar a Serguéi y Yulia Skripal en Reino Unido, en el 2018.
En su cuenta de Facebook, Griaznov aparecía hace unos años ante el museo del KGB de Praga. Al presunto espía le gusta viajar. Hay constancia de estancias en Estados Unidos, Suiza, China e India. Su trayectoria se detuvo bruscamente cuando le detuvieron en su piso alquilado en el céntrico distrito II de París.
El ministro del Interior francés , Gérald Darmanin, confirmó que otros ciudadanos rusos han sido detenidos en los últimos días, entre ellos una mujer de 25 años que pretendía entrar en el perímetro de seguridad en torno al Sena escondida en el maletero de un vehículo. El temor es que, detrás de las recientes acciones de bajo presupuesto se oculte un proyecto de mayor calado y más peligroso.