El atentado contra Trump llega en cuestión de minutos a Keystone, a un tiro de piedra del Mount Rushmore National Memorial, lugar de peregrinación del patriotismo ortodoxo americano al que se desplazan cada año dos millones de estadounidenses para observar la icónica estampa de los presidentes Washington, Jefferson, Roosevelt y Lincoln esculpidos en piedra en lo alto de una montaña de las Black Hills.
Un grupo de personas acaba de visitar el National Presidential Wax Museum, en el que se exhiben las figuras de cera de los cuarenta y seis presidentes que ha tenido EE.UU hasta la fecha. Justo enfrente, cruzando la carretera, un portugués que hace seis años se trasladó a Florida y que hace un mes perdió su trabajo en el sector de la construcción, regenta un colorido y bien nutrido puesto de venta ambulante de material de campaña de Trump. “Es un buen lugar para este producto. Viene mucha gente que vota republicano de excursión. Saco un buen puñado de dólares a diario. Tenemos siete paradas como esta en la zona”, explica.
En la América que Trump tiene ganada, el atentado confirma que se hará lo posible para evitar su regreso
Algunas personas del grupo se acercan a curiosear y a comprar justo en el momento en que la alerta informativa sobre el atentado ya corre de móvil a móvil. El dueño del negocio está contento, intuye que van a dispararse sus ventas. Los clientes no dan crédito a la noticia. Una mujer, en los sesenta avanzados, se lleva unas pegatinas de color rosa en las que puede leerse “Women for Trump” para regalar a sus amigas. Le pregunto, en broma, si votará por Biden. “Lo odio, hay que echarlo del despacho. Perdón. No le odio, simplemente no me gusta”, responde. En unos minutos se venden tres camisetas de hombre. Dos de ellas con el mismo estampado: Trump en primer plano y la leyenda “Votaré por un criminal convicto”. En la otra puede leerse, sobre una pistola, refiriéndose al modelo de arma: “Trump 45. Porque la 44 no sirvió para 8 años”.
“No van a poder con él. Ni los medios de comunicación ni quienes quieran matarlo. Ganará seguro”, comenta el hombre que ha comprado la camiseta con el serigrafiado del arma en el pecho.
Dakota del Sur es un paraíso republicano. Aquí no sería necesario ni tan siquiera votar en las elecciones de noviembre. Por la noche, en Deadwood, uno de los lugares en los que empezó a forjarse la leyenda del salvaje Oeste y al que ahora la gente va a divertirse a sus salones y casinos tematizados, resulta estadísticamente fácil abordar a gente que ni siquiera ha de decidir su voto porqué milita en el trumpismo de la manera más natural. Pregunto a un hombre que lleva una pistola en el cinto si el arma es de broma. “It’s real, man” (Dakota del Sur permite llevar armas a la vista). Y a continuación le inquiero sobre el atentado. “No van a poder con él. Hay una gran conspiración para eliminarlo pero va a ganar las elecciones”, es su respuesta.
Un grupo de jóvenes de perfil estereotipado con algunos sombreros de vaquero en las cabezas parlotea alegremente enfrente del Historic Bullok Hotel. Uno de ellos viste una camiseta con el rostro de Biden. ¿Un demócrata? No. La leyenda que lleva escrita no deja dudas al respecto: “Biden, el mayor hijo de puta”. Saben del atentado, pero la indignación no es suficiente para echar a perder un viernes por la noche. Pregunto al grupo sobre si creen que va a tener repercusión alguna en las elecciones. “Aquí desde luego que no”, y la risotada es general. Llevan razón. En la América que Trump ya tiene ganada, el atentado solo confirma que va a hacerse lo posible para evitar su regreso a la Casa Blanca. Solo los estados clave que bailan entre republicanos y demócratas tienen la respuesta sobre qué consecuencias, dejando al margen la afectación en el nivel de crispación que va a generar el atentado, puede tener el tiroteo en las urnas. Aquí Trump ya no puede ganar un voto más. Ni aún cosiéndolo a balazos.