Lenin no tiene quien le entierre

El reportaje

La momia del fundador de la URSS preside la plaza Roja de Moscú desde su muerte, ocurrida hace cien años

Una entusiasta seguidora del Partido Comunista de Rusia, posando con un retrato de  Lenin frente al mausoleo del fundador soviético

Una entusiasta seguidora del Partido Comunista de Rusia, posando con un retrato de Lenin frente al mausoleo del fundador soviético

AFP

Acabo de cumplir un sueño de la infancia”, dice Liubov, sonriente como una niña a pesar del intenso frío del invierno moscovita, tras visitar la necrópolis de la muralla del Kremlin y entrar en el mausoleo donde descansa el protagonista de este histórico lugar: la momia de Vladímir Lenin, de cuyo fallecimiento hoy se cumplen cien años.

La noticia supuso un duro golpe en el joven país de los sóviets. Pero para el círculo interno del líder soviético no fue ninguna sorpresa. Tres años antes había comenzado a sufrir mareos, desmayos, insomnio y fuertes dolores de cabeza. La enfermedad se fue agravando y finalmente murió de una hemorragia cerebral el 21 de enero de 1924.

Los bolcheviques temían que con la desaparición de su líder, popular y carismático, perderían la confianza del pueblo. Así que decidieron hacer de él una especie de semidiós. Esa imagen ya había empezado a cultivarse en vida, impulsada por quien fuera su secretario personal, Vladímir Bonch-Bruyévich. En especial se había reflejado en los libros escolares. En uno de ellos, Los preescolares sobre Lenin , aparecido en 1925, se recogen testimonios de niños que asistieron con sus padres a los funerales, que duraron tres días en la Casa de los Sindicatos de Moscú, cerca del Kremlin. El pequeño Sasha, de seis años, dice: “No se puede vivir sin Lenin. Como Lenin ha muerto, el mundo entero morirá pronto, el sol, la luna y las estrellas”.

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Ese fervor perduró en la época soviética, recuerda Talib, un hombre de mediana edad de Tashkent (Uzbekistán) que hace turismo con dos amigos en la capital rusa. “Yo ya estuve aquí en tiempos de la URSS y entonces la cola era kilométrica. Ahora en unos quince minutos se puede ver todo con mucha tranquilidad y, además, gratis”, señala tras bajar a la cripta roja , y rodear el sarcófago de cristal. La cabeza de Lenin iluminada como una bombilla, traje negro sobre el que descansan las dos manos: la derecha semicerrada, la izquierda abierta. Corbata negra con puntos blancos, Vladímir Ilich Uliánov tiene la piel tersa, como si aún pudiera enardecer a las masas desde una tribuna, nada que ver con sus últimas fotografías en vida, arrugado y postrado en silla de ruedas.

Tras su muerte, la dirección soviética decidió conservarlo embalsamado, a pesar de que su propia esposa, Nadezhda Krúpskaya, se oponía. La misión se encargó al arquitecto Alexéi Schúsev, al que llamaron al Kremlin un día después del óbito. El primer lugar para exponer al jefe bolchevique se construyó en solo tres días con madera de pino. Luego se levantó el primer mausoleo, de madera de roble y olivo. A los cinco años se construyó la versión actual, de granito rojo y negro.

El día que Liubov visita al héroe de su niñez, el jueves 18 de enero, hace un frío que pela, 14 grados bajo cero. Pero eso no ha interrumpido sus planes. Ella vive en Kurgan, una ciudad “al otro lado de los Urales”, pero está visitando a su hija, con la que se ha acercado a la plaza Roja. “Estoy impresionada, me parece que es un lugar muy importante para nuestro país”, asegura.

Pocos visitantes, rusos en su mayoría y de fuera de Moscú, comienzan a llegar antes de las diez de la mañana. El goteo es regular durante las tres horas en que el monumento está abierto cinco días a la semana, pero no se suelen formar colas. En la época soviética, el fundador de la URSS recibía más de un millón de visitas al año.

Como en el centenario de la revolución rusa,el Kremlin ignora los cien años de la muerte del líder bolchevique

Un camino flanqueado por preciosos abetos, nevados en esta época, conduce hasta los primeros habitantes de la necrópolis, sepultados en el muro del Kremlin o bajo tierra. Miembros del politburó o comunistas extranjeros ilustres, como el húngaro Jenö Landler; el estadounidense John Reed, testigo de la revolución bolchevique que plasmó en Diez días que estremecieron el mundo , o Sen Katayama, cofundador del Partido Comunista de Japón. Y personalidades relevantes de la época, como el astronauta Yuri Gagarin. Y todos los líderes, desde Dzerzhinski hasta Chernenko, con su busto correspondiente. Solo faltan Nikita Jruschov, destituido en 1964, y Mijaíl Gorbachov, con el que se acabó la URSS en 1991.

Por supuesto está Stalin, a quien tras su muerte, en 1953, también se intentó preservar para la eternidad. El mausoleo se convirtió así en un hogar para dos, y a la inscripción de la entrada se añadió el nombre del segundo inquilino: “LENIN Y STALIN”. Duró sólo nueve años, porque tras la de­sestalinización capitaneada por Jruschov se le sacó del mausoleo. “Esto es historia, venir aquí y ver a Lenin es algo obligado para quien esté en Moscú”, asegura Talib.

Periódicamente surge la idea de desmantelar el mausoleo y dar a Lenin sepultura bajo tierra. Así se planteó con fuerza en el 2017, centenario de la revolución rusa. Varios candidatos a las presidenciales del año siguiente y el jefe de Chechenia, Ramzán Kadírov, entre otros, dijeron en público que había que hacerlo. Como siempre, el Partido Comunista argumentó que Lenin dejó una huella indeleble en Rusia y en todo el mundo. Y atacó las propuestas, nacidas para atacar al partido y “distraer la atención de problemas sociales”.

En el 2022, Serguéi Mitrojin, diputado en la Asamblea de Moscú por el partido liberal Yábloko, dijo que Lenin debería estar desde hace tiempo enterrado con sus familiares. Y desde el ultranacionalista Partido Liberal-Democrático, Borís Chernishov aseguraba que también había que retirar de los muros del Kremlin las tumbas de todos los exlíderes soviéticos y personalidades de aquella época. “Que se ocupen de sus propios familiares. Y que lean la ley. Hace tiempo que se tomaron todas las decisiones estatales. ¿Qué hay que discutir ahora?”, reaccionaba desde la dirección del Partido Comunista Serguéi Obújov.

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Una encuesta indicó en el 2017 que un 63% de los rusos sería partidario de enterrar a Lenin, frente a un 31% que decía que no. En todas las ocasiones, el Kremlin ha aparcado discretamente el asunto, señalando que “llegará el momento adecuado”, y el partido oficialista Rusia Unida ha evitado opinar.

Ya a finales del 2021, el Kremlin dijo que no había planes para aprovechar el centenario y vaciar el mausoleo. El presidente ruso, Vladímir Putin, dijo en una ocasión que no se tomará esta medida hasta que no haya “mucha gente” que sienta que esto es importante para su vida. Ese momento no ha llegado todavía. Una encuesta publicada el viernes por el Centro de Estudios de la Opinión Pública (VTsIOM) indica que un 47% de los rusos tiene una opinión positiva del fundador de la URSS.

Para los comunistas, esta es, además, una cuestión práctica. El principal partido opositor de Rusia se ha convertido en los últimos años en una formación comparsa del Kremlin, y con eso ha ido perdiendo electorado. Apelar a las figuras más icónicas del pasado le sirve para recuperarlo. De hecho, en los últimos meses ha organizado varias conferencias sobre Lenin y Stalin. Cualquier reivindicación o protesta de carácter socioeconómico o político podría provocar el enfrentamiento con el Kremlin que la formación, liderada por Guennadi Ziugánov, quiere evitar. Pero el recuerdo histórico está permitido.

Mientras el Kremlin rehabilita a Stalin, un 47% de los rusos sigue teniendo una opinión positiva de Lenin

Es más, al Kremlin de Putin le conviene, aunque evite recordar todo lo relacionado con la revolución bolchevique. De hecho, en esta ocasión, igual que sucediera en el 2017, ha pasado de puntillas por el aniversario, sin exposiciones, recuerdos u otro tipo de conmemoración oficial. Además, Putin ha criticado en los últimos meses la figura de Lenin por los errores cometidos al fundar la URSS. En noviembre insistió en el papel que tuvo Lenin en la fundación de Ucrania, tema nada menor en medio de la actual guerra con el país vecino.

A quien sí ha llevado el Kremlin de Putin a los altares es a Stalin, ensalzándolo como símbolo de un Estado fuerte y vertical, y convirtiéndole en una figura heroica por la victoria en la Segunda Guerra Mundial. Pero pasando por alto su vida revolucionaria, su papel en la creación de la URSS y olvidando totalmente la represión de los años treinta y el gulag. Las estatuas de Lenin son incontables y en Rusia están en todas partes. De Stalin hay menos: más de cien monumentos, pero la mayoría levantados durante el Gobierno de Putin.

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