Pendientes de Iowa, pero menos

Diarios del Tío Sam

El próximo día 15 de este mes se inicia formalmente el proceso electoral para determinar quién será el candidato del Partido Republicano en las elecciones de noviembre. Ese día se celebran en el estado de Iowa los llamados caucus, unas asambleas vecinales en escuelas, parroquias y centros cívicos en las que los ciudadanos y ciudadanas, normalmente a mano alzada, expresan sus preferencias políticas y designan a los delegados para las convenciones nacionales que decidirán formalmente las candidaturas.

Los republicanos siguen el modelo tradicional y, si no pasa nada fuera de lo común, al día siguiente deberían conocerse los apoyos cosechados por los candidatos que se presentan, el expresidente Donald Trump, el gobernador de Florida Ron DeSantis, la exembajadora en las Naciones Unidas Nikki Haley y el empresario Vivek Ramaswamy, por citar a los únicos cuatro capaces a primera vista de conseguir delegados.

Los demócratas merecen párrafo aparte, ya que, a raíz del fiasco experimentado en el 2020 –una aplicación supuestamente ideada para agilizar el proceso no funcionó y transcurrieron semanas antes de saberse los resultados–, decidieron aplicar un sistema progresivo de designación de delegados que empieza el 12 de enero y que culmina en el llamado supermartes, la fecha a primeros de marzo en la que votan un número considerable de estados. En cualquier caso, el presidente Biden apenas cuenta con oposición en su partido para obtener la nominación.

Con ello, los demócratas abandonan una tradición de medio siglo que situaba a ese estado tan atípico –mucho más blanco, más agrícola y ahora más eólico que la media del país– en el trascendental rol de kingmaker, de otorgar credibilidad y tracción a candidaturas hasta entonces desconocidas o envueltas en interrogantes. Fue el caso, por ejemplo, de Jimmy Carter en 1976, hasta entonces un semidesconocido gobernador sureño y, a raíz de su victoria en Iowa, el candidato a batir finalmente triunfador. Más espectacular si cabe fue la victoria en esa cita del 2008 de Barack Obama, un senador joven y novato, capaz de imponerse a pesar del color de su piel en un estado lily-white, de rudos granjeros blancos de confesión mayoritariamente evangélica. Sí se puede, o al menos se podía…

Supporters attend a campaign event held by former U.S. President and Republican presidential candidate Donald Trump, in Clinton, Iowa, U.S., January 6, 2024. REUTERS/Cheney Orr

Mitin de Donald Trump en Clinton, estado de Iowa, el 6 de enero

CHENEY ORR / Reuters

Iowa, con poco más de tres millones de habitantes y con una sola ciudad, Des Moines, por encima de los doscientos mil, ha pasado a ser un estado bisagra a un bastión del trumpismo. En 1988 fue el segundo estado con mayor porcentaje de votos a favor del candidato demócrata derrotado, Michael Dukakis, y votó sólidamente tanto a Bill Clinton como a Barack Obama. Sin embargo, las tornas se volvieron con Donald Trump, que se impuso fácilmente a Hillary Clinton en el 2016 y a Joe Biden en el 2020. La razón puede que estribe en un conservadurismo sociocultural potente y en la primacía por aquellos lares de la fe evangélica, cuidadosa y paradójicamente cultivada por un tipo de costumbres personales tan poco edificantes como las que adornan al expresidente.

En definitiva, lo más importante que está en juego en las asambleas del próximo día 15 es qué candidato republicano estaría mejor situado para recoger la antorcha de Donald Trump en el caso de que los numerosos frentes judiciales que ahora tiene abiertos acaben por pasar factura al expresidente. ¿Ron DeSantis o Nikki Haley? Ambos tendrían muy buenas perspectivas de negar la reelección del presidente Biden, quizás mejores que las del propio Trump.

Lee también
Etiquetas
Mostrar comentarios
Cargando siguiente contenido...