Cuando Benedicto XVI tomó la decisión histórica de dar un paso atrás y renunciar al pontificado, asumiendo que ya no tenía fuerzas para seguir adelante con su función al frente de la Iglesia ante un pesado viaje a Río de Janeiro, solo un puñado de colaboradores conocía sus intenciones. El primero en saberlo fue su secretario de Estado, Tarcisio Bertone, su número dos en el Vaticano. Pero después fue el turno de Georg Gänswein, un discreto sacerdote alemán que, en el 2003, cuando Ratzinger todavía era prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, se ganó la confianza del entonces cardenal y le acompañó fielmente como secretario personal hasta su muerte. Y si su papel durante el pontificado ya era clave como la mano derecha del papa, tras su retiro en un monasterio de los jardines vaticanos cobró todavía más importancia: se convirtió en el guardián del emérito, el custodio de sus confidencias y su puente para comunicarse con el mundo.
En estos últimos años, muy poca gente sabía lo que ocurría realmente en el monasterio Mater Ecclesiae. Quien movía los hilos y filtraba las visitas del papa alemán era solamente el arzobispo Gänswein, nacido hace 66 años en la Selva Negra y apodado por la prensa “il Bello Giorgio” –le llegaron a comparar con George Clooney, y Donatella Versace se inspiró en él para una colección–. Este jueves, gran parte de lo que sabe ya es público: las librerías italianas acogen desde hoy sus memorias Nient’altro che la verità. La mia vita al fianco di Benedetto XVI (Nada más que la verdad. Mi vida junto a Benedicto XVI), un libro que ya está poniendo en apuros al Vaticano. Ahora, tras su muerte, tiene una instrucción precisa, tal y como asegura en el volumen: destruir los documentos privados de Benedicto XVI, “sin excepciones y sin escapatorias”, incluyendo su correspondencia, los manuscritos de su libro o la documentación acerca del concilio.
Gänswein identifica que el problema entre los dos papas fue el “desarrollo de dos hinchadas”
En el libro narra los entresijos de la histórica renuncia y cómo le convenció para no hacerlo justo antes de Navidad, al final de la audiencia con la curia romana para la felicitación navideña, para no arruinar las fiestas a los católicos. “Cuando me lo dijo, a mitad de octubre, repliqué: ‘Santo Padre, me permita decirle que si lo hace así, este año nadie celebrará la Navidad, ni en el Vaticano ni en ningún sitio. Será como un jarro de agua fría’. Él comprendió la motivación y al final eligió el 11 de febrero”, escribe. También revela cómo se le escaparon las lágrimas al bajar por última vez del apartamento pontificio y que Ratzinger no se esperaba que Bergoglio fuera elegido en el cónclave. Lo primero que hizo el argentino al ver al monseñor alemán tras ser escogido fue querer hablar con su predecesor, llamándole por teléfono al palacio de Castel Gandolfo, donde se refugió el alemán hasta que estuvo listo el monasterio. Gänswein revela la sorpresa que les causó que Francisco no quisiera utilizar el apartamento pontificio, sugiriendo la falta de “sensibilidad” del argentino hacia el simbolismo que representaban las estancias y subrayando que los espacios personales de los últimos papas no son tan fastuosos como algunos hicieron pensar.
Pero lo más interesante de las memorias es el capítulo que aborda la relación entre los dos papas, y por el que Gänswein está siendo criticado en la curia –incluso por cardenales– por abrir una nueva batalla solo una semana después del entierro del pontífice emérito. En él, no esconde que entre los pontífices hay “diferencias en el modo de actuar y en matices de juicio teológico”, pero indica que el problema no fue tanto la coexistencia entre ambos sino el “nacimiento y el desarrollo de dos hinchadas, que con el paso del tiempo demostraron por siempre más que efectivamente habían dos visiones de la Iglesia”. Y estas dos hinchadas, a su juicio, basándose en gestos o afirmaciones de Benedicto y Francisco, crearon una “tensión” que se manifestó también sobre aquellos “que no eran suficientemente conscientes de las dinámicas eclesiásticas”.
El arzobispo alemán ha jurado destruir los documentos privados del papa emérito, “sin excepciones”
El arzobispo, que en ocasiones ha sido acusado de no hacer suficiente para impedir que Benedicto XVI fuera instrumentalizado por los opositores a su sucesor, no se olvida de una de las tormentas mediáticas más importantes de la etapa de la convivencia entre Bergoglio y Ratzinger en la Santa Sede. Fue cuando, en enero del 2020, el cardenal ultraconservador Robert Sarah publicó un libro llamado Desde lo más profundo de nuestros corazones, planteado como escrito a cuatro manos con Benedicto. El revuelo fue destacado porque el libro presionaba directamente al Papa para que no pensara en la posibilidad de ordenar hombres casados en las zonas más remotas de la Amazonia, algo que pondría en cuestión el celibato. En sus memorias, el secretario personal de Benedicto habla del episodio como “la chapuza de Sarah” y carga directamente contra el purpurado, diciendo que Benedicto quedó “estupefacto” al ver su imagen en la portada. El caso terminó con la bochornosa desautorización de Sarah, que, según cuenta Gänswein, no tuvo más remedio que pedirle perdón por los daños ocasionados tanto a él como a Benedicto. Además, acusa directamente al papa Francisco de haberle maltratado por apartarlo como prefecto de la Casa Pontificia, una decisión que, según escribe, hizo sospechar a Benedicto XVI: “Parece que el Papa no se fía ya de mí y quiere que usted sea mi custodio”, le dijo al enterarse, según la publicación.