El dilema se dibujó gráficamente en el gesto del vendedor de banderas unas semanas después de la victoria de Lula en las elecciones presidenciales. Llevaba una caja llena de banderitas verde amarillas en la terminal del ferry de Sao Luis, en el noreste brasileño. “¡Esta ya no es la bandera de Bolsonaro sino la de Brasil!”, gritaba.
Pero después de años en los que el bolsonarismo se ha apoderado de la bandera verde y amarilla, omnipresente en las manifestaciones anti Lula y las concentraciones golpistas delante de los cuarteles, la vuelta a la normalidad del simbolismo nacional no será tan fácil.
Como todo en este movimiento golpista de espectáculo, el modelo es Estados Unidos
En el asalto al Congreso el domingo, miles de seguidores del ex presidente llevaban la bandera tirada sobre los hombros como una capa por encima de la camiseta de fútbol estampada con el nombre de Neymar, por las lealtades del futbolista con el ex presidente.
Los bolsonaristas se consideran “patriotas” y tienen fuertes convicciones. Creen que su lucha contra un presidente sentenciado por delitos de corrupción y luego puesto en libertad, es esencial para liberar la patria. Denuncian un inexistente fraude electoral.
Como todo en este movimiento golpista de espectáculo, el modelo es Estados Unidos. Concretamente el Tea Party y el turmpismo, donde los activistas se califican a sí mismos de “patriotas” y revindican la lucha contra el colonialismo británico en el siglo XVIII.
La ironía en Brasil, por supuesto, es que jamás hubo un movimiento popular fuerte en favor de la independencia, conseguida solo cuando el príncipe regente, Don Pedro, decidió en 1822 permanecer en Brasil al frente de un nuevo reino imperial. Muchos esperaban que, después de la derrota de Bolsonaro y acabado el Mundial de fútbol –con el jugador estrella brasileño, el antibolsonarista Richarlison, tan estrechamente identificado con la bandera y la camiseta amarilla como Neymar–, el simbolismo patriótico volviera a neutralizarse. Pero no ocurrió
Fue la clase media que salió a la calle para pedir procesar a Lula en 2013 la que se envolvió en la bandera
Lo cierto es que no son los bolsonaristas los que dieron el primer paso en el secuestro de la bandera nacional con fines golpistas. Eso ocurrió en el 2013 y el 2014 , con el beneplácito de los grandes medios brasileños –y unos cuantos internacionales– cuando miles de integrantes de las clases medias se lanzaron a la calle para exigir la destitución de la presidente de izquierdas Dilma Rousseff y el encarcelamiento de Lula. La mayoría protestaba entonces con banderas verde y amarillas y la poderosa federación empresarial –que financiaba las manifestaciones– puso el toque de gracia con un pato hinchable decorado con los colores nacionales.
Ahí está la incómoda verdad detrás del teatro golpista del bolsonarismo. De no ser por el apoyo en aquellos años del establishment brasileño –encabezado por grandes medios como Globo y otros medios internacionales– a la politizada investigación judicial contra Lula, habría sido muy difícil que Bolsonaro se apoderase de un símbolo tan querido como la bandera de Pelé. En aquellos años se produjo un verdadero golpe en Brasil. Rousseff fue forzada a salir de la presidencia dos años después de ganar las elecciones, pese a que no había cometido ningún delito. La elite, actualmente horrorizada por el secuestro del simbolismo nacional, aplaudió .
Paradójicamente, la bandera republicana brasileña no parece la más indicada para un movimiento bolsonarista arraigado en los delirios fundamentalistas del neopentecostalismo y en las teorías de conspiración medievales.
El lema “Orden y progreso” escrito en la bandera es la consigna del positivismo decimonónico del padre de la sociología francesa, Auguste Comte. La bandera fue el símbolo de la república proclamada en 1889 –un año después de la abolición de la esclavitud– después de la rebelión del ejercito inspirada en el manifiesto positivista, que reivindicó entre otras cosas, el sufragio universal. Siglo y medio después los golpistas del bolsonarismo, con sus constantes llamamientos a la acción directa y el rechazo a la modernidad, seguramente se sentirían más a gusto con otro lema: “Nostalgia y desorden”, por ejemplo.
En cuanto al hemisferio azul con 27 estrellas para representar a cada uno de los estados del sistema federal brasileño, los ideólogos bolsonaristas seguramente lo tacharían de “globalista”.