Meloni tiene truco

Análisis

Meloni tiene truco

Cuando Luigi Bambrilla y Giulia Colombo acudan el domingo a su colegio electoral en Milán deberán repasar bien las normas de la jornada, puesto que votar no es fácil en Italia. (Bambrilla y Colombo son los dos apellidos más frecuentes en la ciudad de Milán).

Dispondrán de dos papeletas con todas las candidaturas para la Cámara de los Diputados y el Senado. En ambas deberán marcar el nombre del candidato que desean votar por el sistema mayoritario y la lista que escogen para el proporcional. Candidato y lista deben estar asociados por un acuerdo político. Si les gusta el equilibrismo, esta vez no pueden pueden poner un voto distinto en cada cesto, no pueden optar, por ejemplo, por el candidato de Hermanos de Italia en el mayoritario y la lista del Partido Democrático en el proporcional. El voto sería nulo.

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El método es el mismo para las dos cámaras y este año hay novedad. La Cámara de los Diputados pasa de 630 a 400 escaños. Y el Senado de 315 a 200. El Parlamento se encoge. Había demasiados parlamentarios cobrando del erario público, clamaban los tribunos desde hace años. Porca miseria!  Matteo Renzi promovió el recorte. Luego hablaremos de Renzi.

Cuando salgan del colegio electoral, la señora Colombo y el señor Bambrilla habrán votado mediante el Rosatellum, quinta ley electoral vigente en Italia en los últimos treinta años, algo nunca visto en ningún otro país europeo después de la Segunda Guerra Mundial.  Esa ley establece que el 37% de los diputados y senadores se deben elegir por el sistema mayoritario, al estilo británico. El resto saldrán del sistema proporcional, un proporcional sin la ley  D’Hondt que se aplica en España, pero con la obligación de superar el umbral del 3% de los votos.

El Rosatellum es una norma que privilegia las coaliciones sin enterrar a los partidos. Es una fórmula que empezó a ensayarse en los años noventa, cuando el país parecía venirse abajo por el agotamiento de los grandes partidos, tras la extenuante guerra fría, de la que Italia fue escenario destacado. (Italia, no lo olvidemos, es bisagra entre la Europa occidental y la Europa oriental). Esa fórmula, con variaciones respecto a la ley actual, fue introducida en 1993 por un diputado democristiano llamado Sergio Mattarella, al que se le encargó una nueva norma electoral.  Habían desaparecido los dos grandes partidos de masas -la Democracia Cristiana y el Partido Comunista– y el proceso Mani Pulite se había llevado por delante al rampante Partido Socialista. El voto proporcional vigente desde 1946 podía atomizar el país, puesto que el sistema tradicional estaba deshecho. Muchos creyeron que lo mejor era ir a la formación de dos grandes coaliciones: el Polo de la Libertad (liderado por el empresario Silvio Berlusconi, derecha) y El Olivo (encabezado por el profesor Romano Prodi, centroizquierda). La ley de Mattarella –hoy venerable presidente de la República– fue bautizada irónicamente como Mattarellum por el prestigioso politólogo Giovanni Sartori, que no creía mucho en el invento. A los periódicos les hizo gracia el mote.

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Cartel electoral de Giorgia Meloni, líder del partido Hermanos de Italia

Alessandra Tarantino / AP

Después vino la ley Porcellum, impulsada por Berlusconi para cerrar el paso a Prodi en el 2005. “Esta ley es una porcata” (una porquería), reconoció su ponente, Roberto Calderoli, diputado de la Liga Norte, en un rapto de sinceridad. Efectivamente, era una porquería y acabó siendo tumbada por la Corte Constitucional. Matteo Renzi, astro en ascenso en el 2015, también de origen democristiano, quiso reparar la chapuza con la ley Italicum, que debía coronar una ambiciosa reforma constitucional. Renzi cometió el grave error de querer convertir la reforma de la Constitución en un plebiscito personal y se estrelló. El chico listo de Florencia siguió conspirando e impulsó en el 2017 la actual Rosatellum, cuyo ponente fue Ettore Rosato, diputado del Partido Democrático. En 2017 querían parar los pies al populista Movimiento 5 Estrellas, que no lo tenía fácil para ir en coalición, y solo lo consiguieron a medias. El M5E se ha frenado solo, como consecuencia de sus muchas contradicciones. Aún no lo podemos dar por muerto. 

Cinco leyes electorales en 30 años han desquiciado políticamente Italia

El Rosatellum es la soga con la que el Partido Democrático, ahora dirigido por Enrico Letta, puede morir ahorcado este próximo fin de semana. La ley privilegia las coaliciones y la única coalición hoy bien articulada en Italia es la de la derecha (Hermanos de Italia, Liga de Salvini y Forza Italia). El Partido Democrático necesitaba apurar la legislatura, necesitaba llegar a la primavera del 2023, para tejer un paciente acuerdo con el M5E, convertido en una jaula de grillos. El Partido Democrático es fuerte, es el partido de las grandes ciudades, los alcaldes de Roma, Milán, Turín, Nápoles, Florencia, Bolonia, Reggio Emilia... pertenecen al PD, pero flojea en las ciudades medias y pequeñas del norte y del sur. En el rico arco prealpino gana la Liga Norte (hoy amenazada por el auge electoral de los Hermanos de Italia) y en el sur profundo, el Movimiento 5 Estrellas puede volver a dar una sorpresa. 

He ahí la clave de todo. Cuando en julio la derecha vio a Mario Draghi en dificultades, lo dejó caer. Era el momento de romper el gobierno de unidad nacional formado un año antes. Era el momento de ir a votar, antes de que la otra parte se reorganizase. La derecha barrerá en las circunscripciones del mayoritario y con eso puede garantizarse la victoria. Los historiadores nos explicarán en el futuro por qué Draghi fue tan torpe en la crisis de julio. ¿Quiso salir corriendo? ¿Temía el invierno? ¿Se sentía decepcionado por no haber sido elegido presidente de la República y los quiso mandar a todos a paseo? Quizá la explicación sea más simple: Mario Draghi es un banquero acostumbrado a dar órdenes ejecutivas, no un político capaz de tejer lentos y pacientes pactos. Sea como fuere, la crisis de julio se convirtió en una oportunidad de oro para la derecha italiana y no la desaprovecharon.

Cinco leyes electorales en treinta años han enloquecido políticamente Italia, acentuando la desconfianza social en la política, el fastidio y el cansancio. El sistema proporcional puro de la denominada Primera República (periodo que va de 1948 a 1992) estaba en consonancia con el espíritu de la Constitución, una constitución antifascista que sitúa el centro de gravedad en el Parlamento, con amplios poderes para fiscalizar al Ejecutivo,  cuyo jefe no tiene la potestad de disolver las dos cámaras y convocar elecciones, puesto que esa prerrogativa es asignada al presidente de la República. La Constitución italiana de 1948 es un monumento al equilibrio de poderes, que viene a decir: ¡Nunca más un Duce!

En las actuales circunstancias, la cuota mayoritaria beneficia claramente a la derecha

A diferencia de lo que ocurre en España, la ley electoral no está inscrita en la Constitución. En España, UCD quiso asegura la estabilidad de la ley electoral promovida por Adolfo Suárez en 1976 para poder ganar holgadamente las primeras elecciones democráticas (junio de 1977). La Constitución española dice que los diputados se elegirán en circunscripción provincial con el sistema proporcional. Para modificar sustantivamente la ley electoral hay que cambiar la Constitución y eso no es fácil. Gracias a ese mecanismo, España tiene un sistema electoral muy estable. Ese paraguas no existe en Italia y ello explica que la ley electoral haya sido cambiada cinco veces en 30 años, en buena medida por razones tácticas.

Con un sistema electoral más estable, Giorgia Meloni, heredera del Movimiento Social Italiano, el partido de los nostálgicos de Benito Mussolini, no encabezaría hoy las encuestas como capitana de la derecha.

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