A las ocho en punto de la noche de ayer, cuando la luz ya se había ido, se hizo el silencio. En los pubs, en muchos hogares, en reuniones públicas y en Downing Street, donde la primera ministra Liz Truss dirigió a la nación en un “minuto de reflexión” sobre la muerte y la vida de Isabel II, lo que queda atrás y lo que viene por delante. El periodista norteamericano John Reed escribió Diez días que estremecieron al mundo , una crónica testimonial de los acontecimientos de la Revolución Rusa de octubre de 1917. Cuando se relate en el futuro la crónica definitiva del tiempo transcurrido desde el fallecimiento de la reina inglesa en Balmoral y su funeral de hoy, quizás se titule Diez días que paralizaron al mundo .
Y es que, observando la cobertura de las radios, televisiones y periódicos de buena parte del planeta, viendo las imágenes de miles de personas de todas las edades y razas haciendo cola de hasta veinticuatro horas desde el jueves para acceder menos de un minuto a la capilla ardiente en el Westminster Hall, y constatando la presencia de medio millar de líderes de todo el mundo en la capital inglesa, uno se llevaría la impresión (si no fuera porque obviamente la vida sigue, incluso en el propio Londres) de que la Tierra se ha salido provisionalmente de su órbita y se ha metido en una especie de cápsula en la que lo único que pasa es el duelo por Isabel II.
Un millón de personas acompañarán al cortejo fúnebre en las calles de Londres y los pueblos del camino a Windsor
Pero todo acabará finalmente hoy con el funeral del siglo (igual que se habla del partido del siglo, o el combate de boxeo del siglo), el más imponente que ha conocido el mundo desde el de Nelson Mandela en el 2013, y el mayor que ha visto Londres desde los de Winston Churchill en un día frío y gris de 1965, y de Jorge VI (padre de Isabel II) en 1952, cuando no había redes sociales ni teléfonos móviles, la gente se enteraba de las noticias por los gritos de los vendedores callejeros de diarios (“El rey ha muerto”) o leyendo las portadas de las primeras ediciones -precursores de las versiones digitales de ahora- en las cristaleras de las sedes de los periódicos. Un mundo diferente, en el que quienes abarrotaban las calles llevaban sombreros de copa, trajes y vestidos muy formales, en vez de sudaderas y zapatillas de deporte.
Si la reina murió el Día D, va a ser enterrada hoy, día D más once, en la misma cripta de la capilla del rey Jorge VI del castillo de Windsor donde yace su marido el duque Felipe de Edimburgo. A las 10.44 en punto de una ceremonia que lleva años ensayándose, el féretro saldrá del Westminster Hall en un carruaje rumbo a la Abadía de Westminster, donde a las once en punto hora local se celebrará un funeral oficiado por el arzobispo de Canterbury ante dos mil personas (y más de cuatro mil millones que lo seguirán por televisión), entre ellas los presidentes de los Estados Unidos y Francia, Olena Zelanska (esposa del líder ucraniano), el emperador de Japón, representantes de todas las casas reales europeas, y primeros ministros de los países de la Commonwealth. Un auténtico quién es quién de la política del 2022, con ausencias tan notables como las presencias (Vladimir Putin y los dirigentes de Bielorrusia, Myanmar, Siria y Venezuela no han sido invitados, e Irán y Corea del Norte sólo a nivel de embajador). El príncipe heredero saudí, , Mohamed bin Salman, dará el pésame en privado al rey Carlos. El acto será retransmitido en directo en pantallas gigantes en catedrales, plazas, parques, estadios de fútbol y cadenas de cines (donde, por respeto, no se venderán palomitas de maíz).
El homenaje de Camila
“Isabel II será siempre parte de nuestras vidas”
Isabel II se ha llevado a la tumba la opinión que tenía de Camila por su papel en el divorcio de Carlos y Diana. La reina consorte rindió ayer tributo a la difunta en un mensaje televisado, grabado con anterioridad, en el que recordó su “inolvidable sonrisa” y dijo que “será siempre parte de nuestras vidas”.
A las 12.15 el ataúd recorrerá los aproximadamente dos kilómetros que van de la abadía al Arco de Wellington de la esquina nororiental del Hyde Park, a través del Mall, con el rey Carlos III y otros miembros de la familia real siguiéndolo a pie, y decenas de miles de personas en las aceras, detrás de las barreras de seguridad erigidas por la policía como parte del mayor dispositivo de seguridad en la historia de Londres. Cien mil policías, mil quinientos soldados, agentes de paisano infiltrados en la multitud, todas las cámaras en circuito cerrado activadas, perros especializados en detectar explosivos, francotiradores en las azoteas de los edificios...
En el Arco de Wellington el féretro se depositará en coche funerario para el viaje de cuarenta kilómetros hasta Windsor por carreteras secundarias -también llenas de gente-, a través de pueblos y aldeas de Surrey y Berkshire, y a las tres de la tarde será llevado en procesión hasta la capilla de San Jorge del castillo, donde se oficiará otro servicio religioso más pequeño, para familiares y personalidades que no estuvieron en el de la abadía. A las 7.30 de la tarde Isabel II será enterrada junto a Felipe de Edimburgo, se guardarán dos minutos de silencio, y la vida volverá a la normalidad.
Quince mil policías, francotiradores, soldados y agentes de paisano se encargan de la seguridad
Ayer, el día D más diez, Carlos III celebró una audiencia con la primera ministra Liz Truss, la reina consorte Camila rindió tributo a Isabel II, el presidente norteamericano Joe Biden y la primera dama de los Estados Unidos acudieron al Westminster Hall para expresar su respeto a la difunta, y la cola de más de quince kilómetros para acceder a la capilla ardiente fue oficialmente cerrada (las últimas personas vieron el catafalco con el ataúd y la corona imperial hoy a las 6.30 de la mañana).
Si la reina hubiera muerto sólo un par de días antes, es posible que el Partido Conservador hubiera suspendido el anuncio del resultado de la elección de un nuevo líder hasta pasado el duelo, y Boris Johnson fuera todavía el primer ministro. Lo es sin embargo Truss, a quien Biden le canceló ayer sin más explicaciones el encuentro bilateral previsto, pero se reunió con el taoiseach irlandés Michéal Martin y el presidente polaco Andrzej Duda. Los diez días que han paralizado el mundo tocan a su fin, y el planeta regresa lentamente a su órbita.