Un líder incorrecto y providencial

TRIBUNA

Un líder incorrecto y providencial

La aparición de Mijaíl Serguéyevich Gorbachov se interpretó por la gran mayoría de soviéticos y analistas occidentales como la ya soporífera sucesión lógica de la descomposición patente del régimen. La única diferencia de este “patán” venido del sur de Rusia, de las tierras de Stávropol, con su acento campesino y sus modales provincianos, comparado con sus decrépitos antecesores, era su relativa juventud.

Pero muy pronto sorprendió, incluso a quienes lo conocían de sus años en la universidad, como por ejemplo Adam Michnik y sobre todo a los perspicaces y siempre acertados analistas occidentales, por su discurso, entre lo oficial y lo nuevo, donde, de pronto, lo cotidiano chocaba con lo soviéticamente poco correcto.

Como cuenta Elvira Vail, la viuda del gran periodista Piotr Vail, preguntado Gorbachov al principio de su mandato por un periodista norteamericano: “Se dice que usted consulta todas las cuestiones importantes a su esposa Raísa”, el presidente, tras un momento de perplejidad y sonrojo (no estaba acostumbrado a este tipo de preguntas), contestó: “Sí, así es.” “¿Y por qué?”, quiso saber el periodista. A lo que Gorbachov contestó: “Porque la quiero”.

En otro orden de cosas, siendo la literatura aún entonces uno de los indicadores más fieles de los aires que se respiraban en el poder –recordemos la aparición en 1962 de Un día de Iván Denísovich , la novela tan breve como demoledora de Alexánder Solzhenitsin–, la publicación de El incendio (1985), de Valentín Rasputin, el autor de Adiós a Matiora , fue una de las pruebas de que algo estaba moviéndose. En una aldea se incendia el almacén donde se guardan las mercancías que abastecen al pueblo y todos los habitantes se lanzan a apagar aquel fuego. La amarga y reveladora sorpresa es que dentro del almacén, humeante ya y chamuscado, se guarda todo aquello en lo que la gente de a pie sueña pero que nunca alcanza a poseer: motocicletas, lavadoras, etcétera.

(FILES) In this file photo taken on November 20, 1990 Soviet President Mikhail Gorbatchev looks in deep thoughts during the meeting of the 2nd day of the CSCE (Commission on Security and Cooperation in Europe) summit held at the international conference center in Paris. - The last leader of the Soviet Union, Mikhail Gorbachev, died on August 30, 2022 at the age of 91 in Russia, said a hospital quoted by Russian news agencies. (Photo by JEAN-LOUP GAUTREAU / AFP)

Gorbachov, en noviembre de 1990

JEAN-LOUP GAUTREAU / AFP

Son sobre todo los intelectuales los que advierten que expresiones como perestroika (reconstrucción) eran la traducción gorbachoviana de “reforma” (palabra tabú en el léxico soviético), o que la glasnost (transparencia informativa) era una tímida manera de hablar de libertad de expresión; es decir ya no se trataba de pura propaganda, como “Átomos para la paz” o “Amistad entre los pueblos”, o “Viva la mujer trabajadora”, etcétera, sino de una realidad que tímidamente asomaba sobre todo a las revistas literarias y a las editoriales.

“Para la intelectualidad y los eslavistas fue un alud, nos convenció de que iba en serio”

La aparición de filmes como por ejemplo Arrepentimiento, de Tenguiz Abuladze, o Ven y mira de Elem Klimov, o la adaptación teatral y cinematográfica de la novela Corazón de perro, de Mijaíl Bulgákov (del que se publicaron su genial El Maestro y Margarita o La guardia blanca ), la recuperación de películas censuradas o el retorno de novelas publicadas en el extranjero, junto con Vida y Destino , Los hijos de Arbat , El doctor Zhivago , El general y su ejército , Las aventuras del soldado Chónkin o los ciclos narrativos de Serguéi Dovlátov y mil más. Y es que son un sinfín de ellas.

Se trató de un auténtico alud para la intelectualidad soviética (y para los eslavistas del mundo) que alimentó mil esperanzas y que nos convenció de que la cosa iba en serio. Uno de los ejemplos más conocidos fue el caso de Vitali Shentalinski, que logró durante esta pequeña y breve ventana de libertad, rescatar de entre los archivos del KGB manuscritos y expedientes de los escritores represaliados en la época soviética. Mandelshtam, Ajmátova, Platónov, Bulgákov, Gumiliov, el propio Pasternak y muchos más emergieron de entre los archivos de la Lubianka para aparecer en las páginas de revistas y libros.Pero enseguida aparecieron voces enfrentadas: unos creían que los cambios eran demasiado rápidos y otros, por el contrario, que demasiado tímidos.

“Lo grave es que la mayoría de la gente ni leía ni quería saber nada de Zhivago”

Recuerdo una primera publicación de Grossman en una revista acompañada de un estudio casi tan largo como la novela ( Todo fluye ) que rebatía los argumentos heterodoxos del autor. La gente, claro está, leía la novela, ignorando las sabias reflexiones de… ¿era Volkogónov? ¿Quién se acuerda de él?

Lo grave –un mal que perdura hasta hoy– es que la mayoría de la gente, anclados en campos y aldeas, como también en las pequeñas ciudades –lo que los rusos llaman “provincias”– ni leían ni querían saber nada de los doctores Zhivago ni de otros intelectuales de origen judío, ni les alegraba saber que los Relatos de Kolimá o El primer círculo vieran la luz. Lo que les preocupaba era que ni siquiera pudieran vestir y enterrar dignamente a sus muertos, que tuvieran que vender sus cubiertos, la vajilla y viejos relojes de pared parados para poder comer. ¡Cuantas librerías de viejo se llenaron de obras completas de Lenin y Stalin, aunque también de Chéjov y Tolstói!..

Los corresponsales de aquellos tiempos, días, meses, años de esperanzas y tormentos –Pilar Bonet, Llibert Ferri, Olga Merino, Rafael Poch, etcétera– han dado buena cuenta en sus libros y artículos de sus claroscuras impresiones. Pero al fin llegó el fallido golpe de agosto de 1991 y, tras su fracaso, el inicio de una nueva era.

El gran mérito de Mijaíl Serguéyevich Gorbachov fue el de haber abierto las puertas a la democracia y la libertad tanto en la URSS como en su área de influencia. Y nada de lo que sucedió antes o después –ni en Georgia o en las repúblicas bálticas, en Asia Central, etcétera–,y son incontables los errores y crímenes cometidos, cuya responsabilidad recae también sobre la joroba (“gorb”) de Gorbachov, puede empañar para muchos este paso de gigante que dio Mijaíl Serguéyevich.

¿Que luego vinieron los estantes vacíos en las tiendas, los precios enloquecidos, los tiros y las explosiones, la huida masiva de ciudadanos, que “la nevera le ganó la partida a la tele”? Es cierto.

Pero también es verdad que países sometidos al dominio soviético recuperaron su libertad, que miles de presos y represaliados, por desgracia no todos, vieron las puertas abiertas de sus cárceles, psiquiátricos y campos de trabajo, que el mundo del pensamiento y de la creación se vieron libres del control siempre caprichoso e ignorante del Estado, que un aluvión cultural de publicaciones inundó el país y otra corriente de ciudadanos hasta entonces encerrados en la prisión de los pueblos que era la URSS pudieron salir y ver lo que muchos de ellos llamaban una vida “normal”.

Mijaíl Serguéyevich Gorbachov, con su defensa de los “valores comunes de la humanidad” lo que se propuso es devolver a los exsoviéticos eso: una vida “normal” .

Es verdad que no lo consiguió por mucho tiempo, que también abrió las puertas a pequeños dictadores y criminales como Putin, pues no alcanzó –ni él ni Yeltsin– a juzgar y menos condenar a los autores de los crímenes del partido comunista soviético. Pero visto desde hoy, Mijaíl Serguéyevich fue uno de esos seres grises de la nomenclatura soviética que, de pronto, por un auténtico milagro de la genética humana, en un momento crucial de la historia soviética, se convirtió en un individuo que, para sorpresa de todos y de manera providencial, cambió el curso de historia.

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