La reciente victoria aplastante de Ferdinand Bongbong Marcos en las presidenciales filipinas no tiene desperdicio. Provocaría risa si no fuera porque evidencia de manera inquietante la progresiva decadencia del sistema democrático en cada vez más países.
Se diría que Bongbong, de 64 años, no necesita de presentación alguna, siendo como es hijo del dictador Ferdinand Marcos, que junto con su esposa, Imelda, la de los tres mil pares de zapatos y madre del presidente electo, gobernaron Filipinas con mano de hierro de 1965 a 1986, año en que el matrimonio fue expulsado del país que habían saqueado a conciencia durante todos aquellos años en el poder. Y, claro, se marcharon con las alforjas a reventar.
Ahora bien, teniendo en cuenta que el 56% del electorado tiene actualmente entre 18 y 40 años o que hace ya muchos años que se trabaja denodadamente por todos los medios en blanquear el infame historial delictivo de la familia Marcos, no es de extrañar que triunfara en las urnas el populismo de Bongbong con su irresistible pinta de sonriente showman al estilo de Georgie Dann es sus mejores tiempos.
La nueva vicepresidenta de Filipinas no será otra que Sara Duterte, hijita del presidente saliente Rodrigo Duterte, un tipo duro que gusta de arrojar al vacio desde un helicóptero, en pleno vuelo, a sospechosos de narcotráfico, entre otras muchas barbaridades. Para desgracia no sólo de los filipinos, empero, este flamante tándem presidencial no es ni mucho menos un caso aislado, como tampoco lo fue la dictadura conyugal formada por los padres de Bongbong.
Ah, pero la memoria es corta, demasiado corta. También, o sobre todo, en política. Ha habido muchos dictadores o carismáticos mandatarios que han intentado fundar desde el poder –o el exilio dorado– una dinastía. Aunque, eso sí, según se mire, no todos ellos son iguales: los ha habido benignos, malignos, mediocres o simplemente mezquinos.
Cuestión de familia
La India de los Nehru-Gandhi, la Argentina de los Perón y los Kirchner o EE.UU. con los Roosevelt, los Kennedy o los Bush, otros ejemplos de dinastías en el poder
India ha vivido la saga de la dinastía Nehru-Gandhi; en el país vecino Pakistán, han sido los Bhutto. África es un continente rico en ejemplos; baste mentar el de los Obiang en Guinea Ecuatorial. Y ya no digamos América latina, que va de los Perón pasando por los Kirchner, los Fujimori o, ahora mismo, en Nicaragua, la dictadura conyugal formada por Daniel Ortega y Rosario Murillo.
Estados Unidos, un país en el que todo ha de ser más grande, nos ha dado, a nivel nacional, los Roosevelt, los Kennedy, los Bush, los Clinton (casi) y ahora Trump se muere de ganas de volver a la Casablanca para montar una dinastía que pretende milenaria. Canadá, siempre más discreto, se conforma con los Trudeau. Francia cuenta con los Le Pen; y qué más quisiera Berlusconi, el rey, perdón, sultán del bunga-bunga.
En cuanto a la España de las autonomías, no hay Comunidad que se precie que no cuente con su propio cacique, clan, cartel o Cosa Nostra, siempre con ganas de perpetuarse en el poder mucho más allá de su mandato, saltándose las leyes a la torera y las veces que hagan falta.
Pues bien, en vista de esta reciente victoria de Bongbong basada en la desmemoria, la constante manipulación de noticias perpetrada en los medios y las redes sociales, amén de la supina ignorancia general, ¿qué otro resultado se podía esperar? Y por si faltaba algún detalle, resulta que el hijo de Bongbong, un sonriente chavalín de 28 años, es congresista y ya hace tiempo apunta maneras.
Más que parecerse las dinastías políticas como la de los Marcos a las monarquías que intentan emular o superar, van más bien por el camino de las familias de cómicos que durante generaciones se dedican a la farándula. No es preciso que tengan ideas propias o siquiera una ideología, ya que lo suyo tan sólo consiste en memorizar el guion escrito por otros, en interpretar de la manera más convincente posible el papel que les asignan y, por supuesto, en saber mentir como un bellaco sin que se les note demasiado.
Toda la política es un escenario y las filfas, filfas son.