Ha muerto Sergio Temolo, el niño partisano con quien descubrí que la gasolinera de Milán donde colgaron los cadáveres de Benito Mussolini y de su amante, Claretta Petacci, es hoy un McDonald’s
Era Einstein explicado por una hamburguesa.
La implosión del espacio-tiempo esculpida en unas patatas fritas. La teoría de la relatividad materializada en la esquina del piazzale Loreto con el corso Buenos Aires de Milán.
Lo escribí hace unos años, pero no acabé de contar por qué el partisano prefirió no entrar en ese McDonald’s. Que todo daba mucho vértigo. Que hay historias que es mejor no buscar porque luego las encuentras y te mareas.
Pero no hay escapatoria posible. A los reporteros nos atrae el vértigo, y con el fotógrafo David Ramos nos preguntamos qué había hoy en la gasolinera de Milán donde los partisanos colgaron los cadáveres de Benito Mussolini, su amante –Claretta Petacci– y dos capos fascistas más.
Localizamos a una de las últimas personas vivas, quizá la última, que contempló la escena y fuimos con él hacia esa sima. Era Sergio Temolo, hijo de un partisano, que ayudó a su padre a distribuir prensa clandestina.
“Prepárate –le decía su padre–, tenemos que ir a buscar un traje nuevo a Nino, el sastre de via Catalani”.
El sastre era una tapadera del antifascismo comunista. Sergio salía de via Catalani con papeles escondidos debajo de la camisa y los pantalones, caminando detrás de su padre siguiendo todas sus instrucciones.
“Yo era niño y no me hacía muchas preguntas. Me bastaba estar con él, compartir esos escasos momentos de complicidad”, recordaba.
Y llegó el 29 de abril de 1945, el día en que los partisanos colgaron los cuatro cadáveres fascistas –el Duce y Claretta fueron fusilados el día antes cerca de Milán y llevados al centro de la capital lombarda– de la viga de la gasolinera. Colgados boca abajo.
Sergio tenía quince años y corrió succionado hacia piazzale Loreto.
–Había tanta gente que no se podía avanzar. Me encaramé a los escombros de un edificio bombardeado frente a la gasolinera para ver bien la escena –recordaba mirando el nuevo edificio que sustituyó a esas ruinas.
–¿Dónde estaba exactamente la gasolinera? –le pregunté.
–Justo detrás de mí –contestó ladeando la cabeza.
–Pues hay un McDonald’s –le dije a Sergio, que acabó girando con asombro su mirada hacia el I’m lovin’it .
El bucle era demasiado bestia, tenía la succión gravitatoria de un agujero negro
El bucle era demasiado bestia, tenía la succión gravitatoria de un agujero negro, y Sergio no quiso entrar en la hamburguesería. No porque donde machacaron el cuerpo de Mussolini fuese ahora un McDonald’s. La razón punzaba más su propia carne. Era porque en esa misma gasolinera, nueve meses antes de que colgaran al Duce, los fascistas habían fusilado a su padre –Libero Temolo– y a otros catorce antifascistas y ahí habían expuesto sus cadáveres. En este desangelado cruce donde desembocan las grandes arterias que llevaban a las grandes fábricas de Milán. Para que todos lo vieran.
Los partisanos lo tenían clavado dentro. Y por eso colgaron ahí, en el mismo expendedor de la Standard Oil, los cuerpos del Duce y su amante.
Antes de despedirnos intercambiamos alguna reflexión. Comunista de corte clásico y humano, Sergio trabajó toda su vida de administrativo en el diario L’Unità y estaba jubilado. Le pregunté qué había fallado en la sociedad italiana, y no sólo italiana.
–La televisión –contestó (y quedaba por llegar el Internet Fest planetario).
Recuerdo a Sergio, al despedirnos, como alejado ya de sí mismo antes de empezar a alejarse físicamente.
Como dice la novelista Marie-Hélène Lafon,
“escribir es captar la carnalidad del mundo”
David y yo nos quedamos frente al McDonald’s y, siguiendo la sugerencia de la novelista francesa Marie-Hélène Lafon –“escribir es captar la carnalidad del mundo”– penetramos en la hamburguesería. Después de la lección de física cósmica venía la clase de biología cárnica: la historia de la Humanidad es la historia de la Biología.
En el interior, entre las McOfertas de carne picada, era imposible no pensar en ese día de primavera. La reacción de las masas milanesas no tuvo excesiva finezza . Una mujer se meó en la cara del Duce. Las patadas de la gente acabaron por reventarle el cráneo: un ojo se salió de la cuenca. Un hombre puso un ratón muerto en la boca del gran orador gritando: “¡Suelta un discurso ahora, suéltalo...!”. Con la situación fuera de control, los partisanos colgaron los cadáveres en la viga de la gasolinera.
Un capellán partisano, don Pollarolo, hizo traer una escalera para subir y sujetar la falda de Claretta —la expectación era tremenda— entre sus piernas.
El enlace del alto mando estadounidense exigió a los partisanos que acabaran con el espectáculo y el prefetto de Milán prohibió la exposición pública de fotografías tomadas ese día.
Frente a nosotros, un friso de menús anunciaba combinaciones de hamburguesas untadas con queso y en mi pensamiento apareció Edda, la hija predilecta de Mussolini. Refugiada en un convento suizo y conectada al dial de Radio Milán Libre, ese día escuchó en directo todo lo que le ocurría al cuerpo de su padre. “Parecía— recordaría dos años después— la retransmisión de un encuentro deportivo de Niccolò Carosio: Mazzola chuta el balón a Loik, que lo pasa a Ferraris...”.
En la hamburguesería, la nueva oferta –patatas fritas en forma de espiral– remataba la succión espacio-tiempo: “Patate VERTIGO”.
Sergio se ha alejado definitivamente. Murió hace tres semanas. Y el McDonald’s sigue ahí. Donde los fascistas ejecutaron a su padre. Donde los antifascistas colgaron al Duce.