“No les podemos entregar la cabeza de Hizbulah en una bandeja de plata”, exclamó ayer el ministro de Exteriores de Líbano, Abdalah bu Habib. “Están poniendo condiciones imposibles”, sentenció, en referencia a Arabia Saudí y las otras tres monarquías de la península empeñadas en derribar al nuevo gobierno en Beirut.
La política de máxima presión de estas ya se ha concretado en la expulsión de los embajadores de Líbano en Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos, Kuwait y Bahréin, tras darles un plazo de cuarenta y ocho horas que expiró el domingo. En paralelo, han retirado a sus respectivos embajadores en Beirut.
La furia saudí se debe a los avances hutíes de la semana pasada en Marib, su feudo petrolero en Yemen
Emiratos y Bahréin han ido más lejos, instando a sus ciudadanos a abandonar Líbano “inmediatamente”. Mientras que Riad contribuye al estrangulamiento prohibiendo la importación de productos libaneses.
La ofuscación con el ascendiente de la fuerza chií no es nueva. Ya estuvo detrás del rocambolesco secuestro palaciego en Riad del primer ministro libanés, Saad Hariri, en el 2017.
Ya entonces, se observaba con estupefacción el progreso de los peones de Irán. De Irak a Líbano, pasando por Siria, en detrimento de fuerzas afines a Arabia Saudí. En los dos últimos casos, con la milicia de Hizbulah jugando un papel estelar.
Pero, últimamente, la tormenta del desierto viene de Yemen. La ofensiva hutí -oficialmente, Ansaralah- contra Marib se ha acelerado desde finales de septiembre. Y desde mediados de la semana pasada, la capital del gas y del petróleo yemení -y antes de eso, del reino de Saba- se encuentra casi rodeada.
Arabia Saudí, el mayor importador de armas del mundo gracias al príncipe Mohamed ben Salman, no puede con ellos.
Asimismo, el cambio de bando de varias tribus suníes podría acelerar la caída del que es, además, el único feudo pro saudí en el norte del país e inclinar definitivamente la balanza de la funesta guerra iniciada por Bin Salman, cuando era apenas ministro de Defensa.
Arabia Saudí e Irán han restablecido el contacto, en Bagdad. Pero Teherán -más interesada en la reapertura de embajadas- se encoge de hombros cuando desde Riad se le pide que pare los pies a Ansaralah. Hizbulah, dicen los iraníes, tiene más peso en Yemen que ellos.
El ministro de Asuntos Exteriores libanés denuncia “las condiciones imposibles” de Riad
Aunque el tema de fondo sea la influencia de Hizbulah en Siria, Yemen, Palestina o, por supuesto, Líbano, Riad ha justificado su batería de medidas contra Líbano en las declaraciones antibélicas de un ministro libanés -el presentador George Kordahi– semanas antes de ser nombrado, aunque difundidas ocho semanas más tarde por el canal qatarí Al Yazira.
El propio Qatar se ha unido a la condena saudí de sus palabras, pero no ha tomado represalias, como tampoco lo ha hecho Omán. Doha, animada por el protagonismo logrado en la transición afgana, podría aspirar también a un papel mediador en Líbano.
No en vano, las presiones de la mayoría de miembros el Consejo de Cooperación del Golfo contra Beirut recuerdan al bloqueo contra Qatar promovido por los mismos actores y levantado hace unos meses. Si entonces la bestia negra de las monarquías árabes era la cofradía de los Hermanos Musulmanes, vector de las primaveras árabes, ahora lo es Hamas.
En otra contradicción, los saudíes se apoyan en Marib en Al Islah, una milicia islamista que tiene sus raíces en los Hermanos Musulmanes.
Mientras tanto, la grave crisis económica y financiera en Líbano acaba de cobrarse a su principal cabecera en inglés, Daily Star , sostenida por los Hariri, la multimillonaria saga política suní, antaño favorita de Riad.
De hecho, el embajador saudí, justo antes de abandonar Beirut, ungió al ultra maronita Samir Geagea, de Fuerzas Libanesas, como verdadera oposición a Hizbulah. Como se vio el mes pasado, también armada, aunque entre ambas fuerzas medie un abismo en lo que respecta a efectivos, arsenal y experiencia.
El año que viene debería haber elecciones. Pero la mayoría de libaneses han renunciado a descifrar la nueva lógica saudí, más allá del fin de los cheques en blanco. El mensaje, se temen, es que, a diferencia de lo que sucedía con sus padres, Líbano les da igual y lo dan por perdido. Que esto no es una estrategia, sino un castigo.
Francia y Estados Unidos, en cambio, suman esfuerzos para apuntalar al primer ministro Nayib Mikatim temiendo que un vacío de poder sería aún peor.
Mientras, en Saná, la capital de Yemen bajo control hutí, la calle de Riad lleva ahora el nombre de George Kordahi.