Nosotros somos el banquete
Análisis
Thomas Robert Malthus es un economista conocido por haber publicado en 1798 “Un ensayo sobre el principio de la población”. En ese escrito, el clérigo anglicano defendía la idea que la población siempre aumenta de manera exponencial, mientras que los recursos alimenticios crecen en progresión aritmética. Como consecuencia, la humanidad está siempre amenazada por la superpoblación, que lleva indefectiblemente al hambre, a las epidemias e, incluso a su desaparición (a la que habría puesto fecha, 1880). Las catástrofes, razonaba Malthus, restablecían la población a niveles sostenibles, pero justamente para evitar llegar a situaciones extremas, él predicaba la contención moral y la práctica de la abstinencia entre los pobres.
Malthus era bueno en matemáticas, pero infravaloró el papel de la tecnología en la agricultura y el aumento en los rendimientos de la tierra. La población siguió creciendo, pero la catástrofe definitiva no llegó nunca. Pero los argumentos maltusianos siempre han tenido mucha fuerza y reaparecen a cada gran crisis. El ecologismo de los años 60 y 70, el del Club de Roma y Paul Ehrlich, tiene con él una deuda al haber convertido la bomba demográfica, como ellos la bautizaron, en la gran amenaza para la vida en el planeta.
Las ideas de Malthus han tenido siempre una fuerza especial y reaparecen en cada gran crisis
La dimensión moralista del economista, que responsabilizaba a las masas de pobres de sus desgracias, también ha alimentado las pesadillas de los más reaccionarios. El rastro de Malthus se detecta tanto en las visiones febriles de un escritor como H. P Lovecraft (personaje que vivía angustiado por la fecundidad ubérrima de las razas inferiores) como en teorías de la conspiración que ahora han ganado gran difusión, como Le Grand Remplacement (El Gran Reemplazo), surgida en la Francia del siglo XIX, que vincula superpoblación e inmigración en un supuesto complot para conseguir la extinción de la raza blanca.
Malthus no podía faltar a la cita de la covid-19. La catástrofe ha espoleado la aparición de todo tipo de teorías heterodoxas. Y una de las más sugerentes, porque tiene aires de verosimilitud, es la que considera los coronavirus una “reacción” de la naturaleza a una humanidad que ha forzado los límites de su presencia en la Tierra. La covid-19 sería, pues, el resultado de la alteración de ecosistemas que habían permanecido inaccesibles durante milenios y eso habría desencadenado la aparición de virus durmientes. Después de este vendrán otros a los que la humanidad se tendrá que enfrentar a medida que la crisis climática avance y la Tierra “enferme” definitivamente.
Para James Lovelock, creador de la teoría Gaia, la Tierra es un sistema que se autorregula para mantener las condiciones de vida del planeta
Esta teoría ha ganado puntos con la reciente aportación de James Lovelock. Químico de formación, Lovelock es un todoterreno que se hizo famoso por la formulación de la Hipótesis Gaia (cómo la bautizó la bióloga Lynn Margulis). Formulada en 1969 y publicada diez años más tarde, Lovelock sostiene que la Tierra se comporta como un sistema autorregulado de organismos que interactúan los unos con los otros y con su entorno con el objetivo de mantener las condiciones de vida en el planeta (entre ellas, la temperatura).
Preguntado si la covid-19 podía considerarse una “respuesta” del sistema Gaia, Lovelock contesta afirmativamente. “Malthus casi acierta -decía en una entrevista concedida este agosto a The Guardian-. Pero en su época, la población humana era mucho más pequeña y estaba distribuida de manera menos densa en el planeta. La Covid-19 no habría tenido ninguna probabilidad”. Hoy, razona Lovelock, en la medida en que la humanidad ha ido creciendo, las probabilidades de aparición de un virus que pueda reducir su población empezaban a ser bastante elevadas.
La tentación de considerar la humanidad un accidente temporal en la historia de la Tierra (y la posibilidad de que algún día acabe siendo eliminada) no había resultado nunca tan imaginable como esta primavera, en los meses que duró el confinamiento. Una de las cosas que más sorprendió a los biólogos fue la rapidez con la que algunos ecosistemas se recuperaron gracias a la ausencia de la presencia humana. El biólogo Joan Real explicaba en este diario cómo especies vegetales endémicas habían recolonizado caminos que solo unas semanas antes habían sido masivamente pisoteados por caminantes (el estudio tomaba como referencia el hiperfrecuentado parque de Sant Llorenç del Munt i Serra de l’Obac). También explicaba cómo, después de años de silencio e invisibilidad, habían vuelto a aparecer huellas y rastros de algunos de los animales que han poblado tradicionalmente los cuentos infantiles (tejones, zorros, garduñas, jinetas...)
“Lo que está pasando forma parte de la evolución tal y como la vio Darwin: una nueva especie no florece si no tiene suficiente suministro de alimento”. Es lo que ocurre con la Covid-19
¿Nos hemos vuelto una especie molesta hasta el punto que la Tierra nos quiere expulsar? Lovelock primero responde: “Bien, no somos exactamente el tipo de animal deseable que puedes soltar para que crezca en un número ilimitado”. Y después remacha: “Lo que está pasando es una parte de la evolución tal como Darwin la vio. Una nueva especie no florece si no tiene bastante suministro de alimento. Es en lo que nos estamos volviendo nosotros. Nosotros somos la comida”.
James Lovelock es una persona longeva. Acaba de hacer 101 años. Difundida en plena era new age, Gaia fue convertida por algunos en una especie de filosofía espiritual. Él nunca lo pretendió. Las bases sobre las que construyó su teoría eran plausibles y los acontecimientos en el planeta (la velocidad con que avanza la crisis climática) le han dado la razón. Ahora le añade un matiz a esta narrativa. Si nosotros no restablecemos el equilibrio de la Tierra, la Tierra lo hará por su cuenta. Aunque sea a través de una generación de virus de la que nosotros nos hemos convertido en involuntario banquete.