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Las madres del califato

Siria

El campo de Al Hol acoge a las mujeres y niños huidos del último feudo del Estado Islámico

Mujeres del Estado Islámico junto a sus hijos en el campo del Al Hol, en el noroeste de Siria

Catalina Gómez

Cerca de lo que no mucho tiempo atrás fue un bazar donde se vendían jóvenes yazidíes capturadas por el Estado Islámico, hoy se levanta un campo extenso de carpas blancas que acoge a más de 66.000 familias, la mayoría integrantes del grupo yihadista que han abandonado en los últimos meses su último enclave sirio de Baguz. Miles de mujeres, con un número aún mayor de niños, caminan por estas calles de tierra donde el negro de las túnicas que las cubre parece dominarlo todo.

La imagen parece una ironía si se tiene en cuenta que la batalla por liberar Al Hol fue una de las más duras antes de la ofensiva sobre Raqa. En los carteles que quedaban en las calles de esta población al ser liberada se veían mujeres totalmente cubiertas con un mensaje que decía que el niqab era obligatorio. El rastro de una bandera negra del EI se ve aún en el edificio que albergaba el tribunal de los yihadistas.

En la vía principal que atraviesa el campo, a la que se accede después de un control de seguridad, decenas de puestos de venta ambulante levantados por los primeros refugiados que llegaron, iraquíes que huían de la guerra lanzada por el EI al otro lado de la frontera, se mezclan con puestos de salud improvisados en coches donde se atiende a los niños, la mayoría llegados de territorios del EI. “Vienen de Baguz”, dice el chófer de una ambulancia que acaba de entrar en el campo. Al abrir la puerta trasera, una decena de mujeres con niños de brazos reaccionan con sorpresa al ver el exterior. Acaban de hacer un trayecto de ocho o más horas.

Según la ONU, 113 niños han muerto de hambre o frío; nadie esperaba este volumen de gente

Como la mayoría de los pequeños en el campo, los bebés están delgados, pero sobre todo muy débiles. Según la Oficina de la ONU para la Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCHA) en Siria, actualmente 72 menores están hospitalizados y 113 han fallecido por problemas que incluyen malnutrición o hipotermia, dos tercios de los cuales son menores de cinco años. La cifra pone la piel de gallina y es una muestra más de que nadie parecía estar preparado para las dimensiones de este drama. También de la estrategia del EI de promover que sus mujeres tuvieran el mayor número de hijos para convertirlos en soldados del califato.

Al comienzo de la ofensiva las Fuerzas Democráticas de Siria habían calculado que el número de personas que quedaban en Baguz era alrededor de mil. Después de siete semanas de la batalla por este último enclave del EI, más de 25.000 personas lo han abandonado, 3.000 en los últimos días. Muchos son combatientes que son llevados a prisiones, pero la mayoría son mujeres y niños a los que se ha recogido en este campo. Muchas están embarazadas –se calcula que el 8%– y son muy jóvenes.

Una de las muchas mujeres que se nos acerca, con la esperanza de que le podamos decir qué será de ella, dice ser alemana y haber llegado a Siria a los 15 años. A través de la apertura del niqab se ve que es bastante joven. Carga un niño y una bebé de meses envuelta en una manta blanca que deja en evidencia su delgadez. Se queja de que no tiene dinero para comprar leche de fórmula y que la niña ha dejado de tomar pecho. Cuenta que en el campo la comida es escasa y que nadie la ayuda con su niña, cada día más débil. “Yo quiero llevarla a la clínica, pero nadie me deja salir de esta parte del campo”, dice.

“Oí hablar de las yazidíes, pero nunca las vi”, asegura una; “las trataban bien”, dice otra

Clamores como estos se repiten a lo largo del campo, especialmente en el sector especial donde están confinadas las familias del EI. Muchas piden ayuda, se niegan a responsabilizarse de las consecuencias terroríficas que tuvieron las decisiones que tomaron. “No, nadie era esclava. Yo no he oído nunca eso”, dice una francesa de ojos verdes de aspecto aniñado. “Sí, oí hablar de las yazidíes, pero nunca las vi”, agrega. Pero su amiga, una francesa de origen argelino de 19 años, interrumpe para decir que sí las vio, pero que vivían muy bien. “Las trataban bien. El islam prohíbe abusar de una mujer”, dice la amiga, que asegura que su marido nunca tuvo una esclava yazidí. Ella no lo hubiera dejado. Miles de mujeres yazidíes del monte Sinyar, en Irak, fueron capturadas, vendidas y convertidas en esclavas sexuales por el EI. Muchas no han vuelto.

El marido de la francesa de origen argelino es un hombre español –o al menos con pasaporte español– del que no quiere dar detalles, más allá de que murió hace dos meses. “Los niños son míos, él no es español”, dice luego para intentar desmentir la información que había dado momentos atrás.

La otra chica francesa quiere hablar, quiere ayuda. Tiene miedo de que Francia no la quiera repatriar y la lleven a una cárcel iraquí. Llegó a Siria en el 2014. La trajo, a los 14 años, su madre. Su padre está en Francia. “Mi madre decía que teníamos que venir, que aquí se vivía el islam original”, cuenta. Lleva dos pequeños zapatos rosados en la mano, para su hija de seis meses. Su madre se ha quedado dentro de Baguz –“tal vez tiene miedo de ir a la cárcel”, dice–, pero ella tomó la decisión de abandonar este enclave junto a su marido francés, pues las condiciones de vida se habían vuelto imposibles. Ahora él está preso y ella comparte tienda con su amiga. “Al principio la vida estaba bien, era tranquila y hacíamos una vida normal. Lo único malo eran los bombardeos”, dice la joven, que esta mañana tenía permiso para salir del campo donde las recluyen para poder comprar provisiones. En la mano lleva enrollados unos cuantos billetes que intenta ocultar de otras mujeres que se acercan.

“Algunas son muy peligrosas. Se atacan entre ellas y usan cuchillos”

Dentro del campo especial, custodiado por hombres de seguridad y al que sólo podemos acceder en compañía de una mujer de la inteligencia kurda, que advierte que está prohibido hablar con las estadounidenses y las francesas, las peticiones de ayuda se multiplican. El gran número de periodistas que queremos hablar con ellas ayuda a hacerles creer que son protagonistas de la historia. Especialmente las europeas, que no dejan de preguntar qué será de ellas y sus niños. Las nacionalidades son múltiples: estadounidenses, rusas, australianas, francesas, alemanas, uzbekas, turcas... Algunas dicen que han ­oído hablar español, pero es imposible encontrarlas.

“Algunas son muy peligrosas. Se atacan entre ellas y usan cuchillos”, había advertido Nisrin Abdolah, la portavoz del YPJ, la sección femenina de las fuerzas kurdas, en visitas a otros campos donde mujeres del EI están recluidas. Las más ortodoxas y extremistas suelen atacar a las que consideran que se han desviado de las doctrinas promulgadas por el califato.

“Yo pensé que en Baguz estábamos viviendo en condiciones deplorables, pero aquí estamos peor –dice una de las mujeres europeas que se acerca a conversar–. Puede que nosotras hayamos cometido un error, pero nuestros hijos no tienen la culpa”.