Las dos caras del muro
Tensión migratoria en EE.UU.
El Paso se moviliza contra la utilización de Trump de la ciudad fronteriza
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La enorme distancia ideológica que separa a los defensores de la construcción de un muro con México como solución a todos los problemas de Estados Unidos y a quienes abogan por una visión más compasiva y moderna de la seguridad en la frontera se redujo ayer a una escasa milla física. Apenas 1.600 metros mediaban anoche entre el mitin del presidente Donald Trump en El Paso y el organizado por su exalcalde, el excongresista demócrata Beto O’Rourke, para contestar la visión del republicano sobre la frontera y denunciar su “falsa narrativa” sobre la experiencia de la ciudad tejana.
Las estadísticas oficiales desmienten que El Paso fuera jamás una de las ciudades más peligrosas de Estados Unidos, como Trump acostumbra a decir en sus mítines y defendió en su discurso sobre el estado de la Unión. Y –como se ocuparon de recordarle su alcalde, el republicano Dee Margo y la congresista que representa al distrito, la demócrata Verónica Escobar, que le exigieron una disculpa– no es correcto decir que la criminalidad se redujera desde que construyeron el muro que separa la ciudad de México, porque la gran caída se registró varios años antes –entre 1996 y el 2006– de que se pusiera su primer ladrillo. “No mames...”, se vio decir a Escobar la semana pasada en el Congreso, cuando Trump empezó a hablar en términos apocalípticos e inexactos de El Paso y la frontera.
O’Rourke, una de las nuevas estrellas demócratas, convocó anoche a sus seguidores a una “marcha por la verdad”, con apoyo de numerosas oenegés locales, paralela al mitin de Trump. El Paso, que funciona como un área metropolitana con Ciudad Juárez (México), es la ciudad donde se crió el popular político demócrata y donde sus amigos mexicanos le cambiaron el nombre de Robert a Beto, su marca de identidad como congresista y como candidato al Senado en las elecciones de noviembre. Apenas un 24% de sus habitantes votaron a Trump en el 2016.
“Responderemos a las mentiras y al odio con la verdad y una visión para el futuro desde la frontera con México”, propuso el excongresista. “El Paso es seguro no por el muro y tampoco a pesar de que seamos una ciudad de inmigrantes. Es segura porque somos una ciudad de inmigrantes y nos tratamos con respeto los unos a los otros”, defendió O’Rourke, que esta semana anunciará si se presenta a las primarias del partido demócrata de cara a las elecciones presidenciales del 2020.
Trump había prometido a sus seguidores “un gran discurso” en su mitin en El Paso, convocado para las ocho de la tarde hora local, madrugada en España, el primero de este año. El Paso es, para Trump, el ejemplo de que “los muros funcionan, los muros salvan vidas”. La construcción de una muralla en la frontera sur fue la promesa más emblemática de la campaña del candidato republicano en el 216 y, a la vista de que México no tiene ninguna intención de financiar tal obra, como presidente se enfrenta a una difícil decisión: aceptar un acuerdo del Congreso que no incluya dinero para el proyecto, aunque sí para otras medidas para reforzar la seguridad en la frontera, o plantarse y asumir el coste político de un nuevo cierre del gobierno.
El sábado, a las 0.01 minutos de la madrugada, la administración pública volverá a quedarse sin dinero para mantener abiertos todos sus servicios. Ese día, a esa hora expira el plazo fijado entre el Congreso y la Casa Blanca para llegar a un acuerdo sobre la partida para seguridad en la frontera en el nuevo presupuesto. Si como todo indica el pacto entre republicanos y demócratas no incluye dinero para su querido –pero, más allá de sus bases– impopular proyecto unos 800.000 empleados federales pueden volver a ser enviados a casa el sábado, sin sueldo, hasta nuevo aviso (en algunos casos, a trabajar pero sin cobrar hasta que se solucione la disputa). La alternativa que la Casa Blanca baraja para evitar el desgaste que supondría volver a pasar por esa situación, después de haber cerrado ya 35 días el gobierno por sus desacuerdos con el Congreso, es declarar de una vez por todas la emergencia nacional.
Las conversaciones del Congreso han colapsado en varias ocasiones, pero ayer se sucedían las reuniones para intentar llegar a un acuerdo antes del viernes. Los demócratas están intentado redirigir la actividad de la guardia de fronteras a la detención de delincuentes en lugar de inmigrantes sin papeles y, para conseguirlo, exigen reservar un número mínimo de camas a estas personas. Los republicanos se resisten a fijar cuotas y reclaman más fondos de los que la oposición acepta para reforzar las barreras físicas ya existentes en los puntos más poblados o accesibles de la frontera con México.
Lo que no está claro es qué hará Trump si el Congreso le plantea un acuerdo de este tipo, sin los 5.700 millones que reclama para construir nuevos kilómetros del muro. Su jefe de gabinete, Mick Mulvaney, dijo este fin de semana que “de ningún modo” se puede descartar la posibilidad de otro cierre de la administración pública. La iniciativa, sin embargo, no cuenta con el apoyo de la mayoría de los republicanos en el Congreso. Tampoco les entusiasma la posibilidad de que Trump proclame una emergencia nacional y se arrogue así el derecho a detraer fondos de otras partidas para si no construir el muro.
La iniciativa sería de inmediato recurrida ante los tribunales, pero al menos así el presidente podría decir a sus seguidores que ha hecho todo lo posible para hacer que el muro sea una realidad. El sector más radical le anima a no desfallecer: “No basta con una cruzada política. Los políticos dicen cualquier cosa. O lo hace o no lo hace, punto”, dijo ayer el congresista republicano Mark Meckler.