Un símbolo de la complejidad italiana
Giulio Andreotti, con sus luces y sus sombras, personificó la continuidad del Estado italiano en medio de las convulsiones del siglo XX
Es una ironía de la historia que a Giulio Andreotti no se le vaya a dedicar, según las últimas noticias, un funeral de Estado. Si alguien personificó la continuidad del Estado italiano, con sus luces y sus sombras, en medio de las convulsiones del siglo XX, ese era el senador vitalicio fallecido hoy en Roma a los 94 años.
El siete veces jefe de gobierno y ministro durante tantos periodos en carteras diversas era probablemente un figura demasiado controvertida para ser honrada con exequias al máximo nivel protocolario. Pero las reacciones ante su muerte, el interés público que ha suscitado, demuestran que fue un personaje histórico, un espejo de las contradicciones italianas, un símbolo de la enorme -y laberíntica- complejidad del país.
En la hora de su fallecimiento, se ha recordado el Andreotti mediador por naturaleza, en múltiples ámbitos: entre el Vaticano y el mundo político, entre las corrientes dentro de la Democracia Cristiana (DC), entre ésta y el desaparecido Partido Comunista Italiano, con Estados Unidos y con la OTAN, con el bloque soviético, con los países árabes, con el mundo mafioso. Ese último vínculo, con el crimen organizado, que una sentencia judicial -absolutoria por prescripción- estableció como probada, es lo que más daña su memoria. Pero no fue el único en moverse en zonas grises en un contexto que no era fácil. Pese a todo, Italia nunca renegó por complejo de él. Como senador vitalicio, ocupaba un cargo reservado sólo a ex presidentes o a personalidades nacionales de muy alto relieve.
Andreotti se lleva sin duda a la tumba muchísimos secretos. Él mismo lo reconoció en una de sus últimas entrevistas. Se mantendrán enigmas sobre su papel como protagonista absoluto de la política italiana durante la guerra fría. No sólo sobre su verdadera relación con la mafia -que él siempre negó-, sino aspectos muy turbios de los "años de plomo", del terrorismo de extrema izquierda y de extrema derecha, episodios como el secuestro y la muerte de Aldo Moro, atentados mafiosos como los que acabaron con la vida de los jueces Giovanni Falcone y Paolo Borsellino, los escándalos de la banca vaticana y tantos otros asuntos escabrosos.
La vida italiana no fue nada fácil entre 1945 y 1992, la fase de máxima actividad política de Andreotti. Pero, a diferencia de otros países del sur de Europa, Italia se mantuvo siempre como democracia parlamentaria, aunque imperfecta, en un régimen de libertades. Otros no tuvieron esta suerte. Portugal, España, Grecia y Turquía soportaron dictaduras militares. Yugoslavia y Albania eran regímenes comunistas.
La complejidad italiana no muere con Andreotti. Otra ironía del momento es que el nuevo Gobierno italiano es una gran coalición -igual que aquella después de la posguerra-, con fuerte influencia democristiana. Se ha ido Andreotti y ha cerrado una metafórica parábola histórica.