De la cuchara sajona al orbe medieval: los objetos que protagonizarán la coronación de Carlos III

Ritual centenario

En la ceremonia de coronación del hijo y sucesor de Isabel II que se celebrará mañana podremos ver los objetos más importantes de este protocolo, auténticas joyas de la colección real

Coronación Carlos III | Última hora de los preparativos, horario y dónde ver en directo

Si alguien parecía capaz de desafiar las leyes divinas y humanas, y ser eterna, era la reina Isabel II de Inglaterra, la monarca más longeva en la historia del país, siete décadas en el trono, protagonista en primera persona de la historia británica y del mundo desde antes de la Segunda Guerra Mundial hasta la gran crisis económica de ahora . Pero la vida y la naturaleza no perdonan a nadie, y el tiempo siempre acaba ganando la partida.


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Carlos III será coronado rey mañana

Terceros

La coronación de Carlos III será una ventana al pasado, una oportunidad para ver unos rituales que se escenifican desde que hay monarquía. Los reyes lombardos también se coronaban, y ya el rey Salomón fue ungido para que la influencia de Dios descendiera sobre él.

Cada elemento de esta alambicada ceremonia tiene un significado que entronca con la raíz cristiana de Europa e incluso con épocas anteriores. Lo descifraremos a través de los objetos más importantes de la liturgia, como esa curiosa roca cuyo traslado tanto ha hecho enfadar a algunos escoceses.

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La Silla de San Eduardo

Un asunto que irrita a los escoceses

Durante el ungimiento y la coronación, los dos momentos más importantes de la ceremonia, Carlos III estará sentado en la Silla de San Eduardo. Desde que este trono empezó a usarse, allá por el siglo XIV, ha sido fuente de discordia, y no es extraño.

Fue encargado en torno a 1297 por el rey Eduardo I cuando regresó de una de sus campañas en Escocia con la Piedra del Destino. Es exactamente eso, una piedra, pero muy importante para los escoceses, pues sus reyes se sentaban sobre ella en sus coronaciones. A partir de entonces lo harían los ingleses. Para eso ordenó Eduardo hacer la silla de madera, para colocarla sobre la piedra y darle más postín. Con la apropiación esperaba quitar a la nación vecina las pretensiones de tener un soberano propio.

Vista de cerca, la silla no es demasiado magnificente. Está repleta de garabatos, la mayoría hechos por escolares y visitantes de entre los siglos XVIII y XIX, cuando, por unos chelines, podían sentarse en ella. Algunos incluso se llevaron un pedacito de recuerdo.

Silla de coronación con piedra de Scone, Abadía de Westminster

La silla de coronación con la Piedra del Destino bajo el asiento, en la abadía de Westminster, siglo XX

Cornell University Library

En 1914 fue objeto de un ataque con bomba atribuido a las suffragettes, y el día de Navidad de 1950, unos nacionalistas escoceses la dañaron al levantarla para robar la Piedra del Destino. Las autoridades la recuperaron a tiempo para la coronación de Isabel II, en 1953. Años más tarde, en 1996, se llegó a un acuerdo para que la piedra volviera a Edimburgo. Con la excepción, y se ha cumplido con Carlos III, de que regresara a Londres para las entronizaciones.

La Cuchara de la Coronación

El cubierto que se salvó de los antimonárquicos de Cromwell

Cuando el coro cante Zadok the Priest (1727), aparecerá una mampara de tela –con los nombres de los países de la Commonwealth bordados– que rodeará al monarca. Ya se hizo en la coronación de su madre, para ocultar un rito considerado demasiado sagrado como para que lo capten las cámaras.

Se trata de la unción, un momento entre Dios y el rey, porque es cuando su influencia divina desciende sobre él. El concepto ya está en el Antiguo Testamento. De hecho, los judíos llamaban “El Ungido” a ese Mesías que esperaban, y justo eso es lo que significa “Cristo” en griego antiguo.

A Él no hizo falta que lo ungiera ningún hombre, pues ya era Dios, pero sí se hacía con los reyes. De ahí el Zadok the Priest, que Händel compuso para evocar la unción del rey Salomón (c. 965-c. 928 a. C.) por parte del sacerdote Sadoc.

En este caso, será el arzobispo de Canterbury el que unja a Carlos III, en la frente, manos y pecho, con un aceite que fue consagrado por el patriarca de Jerusalén en marzo. Según informó la Casa Real, por primera vez la receta no incluye productos animales: será aceite vegano.

Lo verterán sobre una cuchara del siglo XII –pensada para que el arzobispo moje sus dedos en ella–, que es el objeto más antiguo de toda la ceremonia. La mayoría de las insignias reales fueron fundidas durante el período republicano que siguió a la ejecución de Carlos I (1600-1649), pero no la cuchara. Por insignificante, les pasó por alto a los revolucionarios. Volvió a ser usada para la entronización de Carlos II (1630-1685) cuando este, tras la dictadura de Cromwell, restauró la monarquía.

La Corona de San Eduardo

El símbolo real de un santo

Ya desde la Prehistoria, hay constancia de que los jefes de tribu se distinguían con algún tipo de adorno en la cabeza, lo que luego fueron las coronas. La más antigua que se conserva es la Corona Férrea (siglo IV o V), que, según la tradición, fue usada por los soberanos lombardos. Son el símbolo por excelencia de la monarquía, también en España, aunque no hallaremos un cuadro de un rey español luciendo una. Al menos, no en los últimos quinientos años.

La que estaba en la proclamación de Felipe VI es meramente simbólica. Aquí, los reyes se proclaman, no se coronan. Mañana, en cambio, sí veremos al arzobispo de Canterbury poner una en la cabeza de Carlos III. En ese momento, el público exclamará “¡Dios salve al rey!”, y cañones por todo el país y en buques de la Royal Navy dispararán salvas.

Los restauradores han tenido que ampliar la circunferencia de esta pieza histórica para adaptarla a la cabeza del nuevo rey. Con sumo cuidado, pues se trata de la Corona de San Eduardo, llamada así porque la lució Eduardo el Confesor (c. 1003-1066), un rey piadoso, considerado santo tanto por la Iglesia anglicana como la católica.

Eso sí, ya no es la original, que fue uno de los tesoros destruidos durante la revolución inglesa. En palabras de Oliver Cromwell, por ser simbólica del “detestable gobierno de los reyes”.

Carlos II la mandó rehacer, pero ya no se parecería en nada a la anterior. La actual es de factura barroca, con cuatro diademas abombadas que convergen en una cruz. En su circunferencia tiene cruces patadas, célebres por ser el símbolo de los templarios, y flores de lis. Históricamente, estas han representado a la realeza francesa; por eso las adoptaron los reyes ingleses, para enfatizar su reclamo sobre el trono de ese país.

Ahora bien, la que el público británico conoce mejor no es esta, sino la Corona Imperial del Estado, que es la que llevaba Isabel II cada año en la solemne apertura del Parlamento. Fue confeccionada en 1838, precisamente para ser una alternativa cómoda a la pesada Corona de San Eduardo.

El Cetro con Cruz 

Un bastón que vale millones

Los cetros han sido históricamente un símbolo del que ejerce el mando político, por eso forman parte de los objetos protocolarios de, entre otros, los alcaldes. En los bajorrelieves egipcios, los faraones aparecen portando un mayal (instrumento originalmente agrícola), y se han encontrado bastones similares en enterramientos de guerreros celtíberos.

Carlos III sujetará dos durante su coronación. En la mano derecha, el Cetro con Cruz, que simboliza el poder temporal. Al entregarlo, tradicionalmente el arzobispo pronunciaba esta frase: “Recibe la vara de la equidad y la misericordia. Sé misericordioso sin ser negligente, ejecuta la justicia sin olvidar la misericordia. Castiga a los malvados, protege y aprecia a los justos, y guía a tu pueblo por el camino por donde debe ir”.

La joya más significativa de este cetro es el Cullinan I, más conocido como la Gran estrella de África. Se trata de uno de los fragmentos en los que se dividió el Cullinan, que, con sus 3.000 quilates (600 gramos), fue el mayor de los diamantes descubiertos en toda la historia. A su vez, y hasta 1985, el Cullinan I fue el diamante tallado más grande del mundo. El Cullinan II está incrustado en la Corona Imperial del Estado, y los demás en otras joyas de la Casa Real.

En la mano izquierda tendrá el Cetro de la Paloma, que también data de 1661. Este representa su poder espiritual; de ahí la paloma, que en los Evangelios es la personificación del Espíritu Santo.

El Orbe del Soberano

El recordatorio de la soberanía de Cristo sobre el mundo

El orbe apareció por primera vez en la coronación de Enrique VIII (1491-1547). Sin embargo, se sabe de su uso en Europa ya desde el siglo V. Probablemente, cuando en tiempos del emperador Teodosio II (401-450) se grabó en el reverso de las monedas. Es una esfera rematada por una cruz, simbolizando el dominio de Cristo sobre el mundo.

Cuando es Él quien lo sostiene, a esta iconografía se la llama Salvator Mundi. Así aparece –sin la cruz– en la celebérrima pintura del Greco (1541-1614), o en una atribuida a Leonardo da Vinci (1452-1519).

Para los reyes, es un modo de mostrar que su soberanía es cristiana. En el caso de Inglaterra, desde la Reforma anglicana representa el liderazgo del monarca sobre la Iglesia de su país. El que le entregarán a Carlos III es otra de las joyas rehechas en 1661. Dos bandas de gemas y perlas lo separan en tres mitades, como tres eran los continentes conocidos, Europa, África y Asia. En efecto, se olvidaron de América, descubierta más de un siglo antes. 

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