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Los nazis no fueron los únicos que quemaron libros: de la antigua China a los haters de Harry Potter

Día del Libro

Solemos tener presente las piras a las que los nazis destinaron miles de volúmenes durante el Tercer Reich, pero la fobia al conocimiento es antigua y, por desgracia, reaparece periódicamente

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La quema de libros ha sido, por desgracia, una constante en la historia

LearningLark / CC BY 2.0

En la Schlossplatz de Brunswick (Alemania), una placa en el suelo reproduce una sentencia del poeta judeoalemán Heinrich Heine (1797-1856): “Ahí donde se queman libros se acaba quemando personas”. La cita es de la obra Almansor (1823), que novela la destrucción de ejemplares del Corán por parte de la Inquisición española, pero fue un siglo después cuando se hizo cruelmente premonitoria.

La Schlossplatz fue uno de los tantos lugares donde en mayo de 1933 la federación de estudiantes del partido nazi organizó piras de libros de autores marxistas, pacifistas, judíos, etc. Eran considerados contrarios al régimen, entre ellos, el propio Heine. Puesto que la profecía se cumplió, el caso alemán es el más paradigmático, pero no el único.

Muchas veces los poderosos han recurrido a la quema de libros como un modo de hurtar al pueblo el conocimiento que atesora. A veces, por temor a que este supiera demasiado, y otras, por simple brutalidad. Recordamos algunos casos.

China

El emperador que quiso borrar quinientos años de historia

En 213 a. C., el emperador chino Qin Shi Huang (259-210 a. C.) trató de hacer desaparecer quinientos años de la historia de su país solo para fortalecerse. Quería imponer el legalismo, una doctrina política basada en la primacía de las leyes sobre cualquier consideración moral. El derecho natural, el idealismo o cualquier forma de humanismo quedaban supeditados al poder. Fue realpolitik en estado puro, que se resume en esta cita de los legalistas: “El hombre vence al cielo”.

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Para hacer esto, necesitaba erradicar el pensamiento chino tradicional (el taoísmo, el moísmo y el confucionismo), que entre otras cosas defendía la primacía de la razón y la virtud sobre la ley. Supuestamente, lo habría hecho quemando todos los textos anteriores a su época, a excepción de los estrictamente técnicos.

Como sucede tantas veces con la historia, debemos tomar este caso con cautela, pues la damnatio memoriae general practicada por Qin Shi Huang fue bastante exagerada por la dinastía que lo sucedió, la Han. Sí, ejecutó a algunos eruditos, pero no enterró vivos a 460 de ellos en un espectáculo en Xianyang, como dijeron cronistas posteriores, y tampoco es cierto que lograra convertir en ceniza, literalmente, todo lo escrito.

Califato abasí

La destrucción mongol de la biblioteca de Bagdad

La Casa de la Sabiduría fue el símbolo de lo que los historiadores llaman la edad de oro del islam, un período de expansión militar y cultural que se extendió del siglo VIII al XIII.

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Era la universidad y biblioteca privada de los gobernantes abasíes de Bagdad, por entonces la capital del califato. Fue centro de estudio de matemáticas, astronomía, medicina y demás saberes técnicos, y también de traducción de textos persas, indios y griegos. De hecho, mucho de lo que en la Europa medieval pudo saberse sobre Pitágoras (c. 570-c. 490 a. C.), Platón (c. 427-c. 347 a. C.) o Aristóteles (384-322 a. C.) es gracias a esta escuela.

Por suerte, cuando el mongol Hulagu Kan (nieto de Gengis y hermano de Kublai) y su vasallos chinos, georgianos, armenios y persas marcharon hacia la ciudad en noviembre de 1257, ese conocimiento ya se había compartido con el resto del mundo árabe y el cristiano. En el momento de la invasión, Bagdad ya había perdido su imperio, y el califa Al-Mustá'sim era solo un líder espiritual sin poder real, de modo que al cabo de un año tuvo que rendirse.

Para intimidar a otras ciudades –funcionó con Damasco–, durante una semana, Hulagu Kan sometió a los civiles a un infierno. Al-Mustá'sim fue obligado a ver los saqueos, los asesinatos y las violaciones, y luego fue ejecutado a los pies de los caballos. El escritor Nasir al-Din al-Tusi logró sacar de la biblioteca unos miles de manuscritos antes del asedio, pero el resto fueron quemados. La destrucción de la Casa de la Sabiduría puso la puntilla simbólicamente a una época de esplendor árabe que nunca volvería.

Conquista de América

El misionero que se arrepintió de quemar los textos mayas

Los pueblos mesoamericanos produjeron una serie de códices en los que describieron su forma de organización política, social y religiosa y que son la mejor fuente primaria del período. La escritura que mejor se ha interpretado es la de los mayas. Se conforma con una suerte de jeroglíficos cuyo funcionamiento los lingüistas siguen estudiando.

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Solo disponen de cuatro códices para hacerlo, pues el 12 de julio de 1562 la mayoría fueron quemados por orden de Diego de Landa, obispo de la archidiócesis de Yucatán. Fue una de las consecuencias del auto de fe de la ciudad de Maní, un proceso inquisitorial que quería acabar con prácticas paganas que se seguían llevando a cabo en la región.

Aún hay debate, pero se estima que en un solo día ardieron 191 ídolos y 27 códices, que equivaldrían a toneladas de libros, y se destruyeron 14 templos. Por haber infligido un tormento excesivo a los indígenas, luego Diego de Landa fue obligado a regresar a la península para justificarse ante Felipe II.

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Mucho se ha especulado sobre el arrepentimiento del obispo, porque después del suceso se interesó por la cultura maya y escribió su Relación de las cosas del Yucatán. En lugar de censurarlas por idolátricas, el texto fomentaba el conocimiento de las costumbres de los nativos entre los misioneros para que la evangelización fuera menos brusca. Paradójicamente, se trata de una de las mejores fuentes sobre la civilización y la lengua mayas en el momento de la conquista.

Nueva York, EE. UU.

Puritanos contra los manuales de anatomía

A finales del siglo XIX, el puritanismo protestante llegó en Estados Unidos a cotas inverosímiles cuando Anthony Comstock, un reformador, empezó una campaña para erradicar todos los libros considerados lascivos.

Anthony Comstock, fundador de la Sociedad para la Supresión del Vicio

Dominio público

El problema es que para Comstock casi todo lo era. Desde su posición de alto funcionario del Servicio Postal, consiguió que se prohibiera el envío por correo no solo de cosas como juguetes sexuales, también de libros de anatomía, para perjuicio de los estudiantes de Medicina.

Fundó la Sociedad para la Supresión del Vicio, una institución que colaboraba con la policía de Nueva York y que consiguió el arresto de cientos de personas. El logotipo, en el que aparecía una quema de libros, ya era toda una declaración de intenciones.

Sus voluntarios recorrían los quioscos en busca de pasquines pornográficos o que, simplemente, suministraran información sobre enfermedades venéreas. El material incautado era quemado en hogueras públicas, en las que ardieron 15 toneladas de libros y cuatro millones de fotografías. De Comstock es la frase “los libros alimentan los burdeles”.

Tennessee, EE. UU.

La quema de libros de Harry Potter

El miedo a los libros no es cosa de tiempos pasados. Sigue latente, y bastan una sociedad atomizada y un líder carismático para que resurja. La noche del 2 de febrero de 2022, cientos de personas se reunieron en Nashville, la capital del estado de Tennessee, para quemar novelas de “brujería”. Entre estas, ejemplares de Harry Potter y también de Crepúsculo (2005), una fantasía romántica que dio lugar a una taquillera película.

Lo hicieron a convocatoria de Greg Locke, un pastor evangelista conocido por expulsar de su iglesia a personas con mascarilla por la covid, por participar en el asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021 o por decir que el trastorno obsesivo-compulsivo o el autismo son en realidad posesiones demoníacas.

Para él, y muchos lo creyeron, los libros de Harry Potter promueven la magia negra, y la Constitución, en virtud de la libertad de expresión, ampara el derecho a destruirlos. En esto último tiene razón.