¡Esto es inmoral! 11 frases de Kant contra los dogmas
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Somos seres limitados y no podemos pensar en nada que no tenga coordenadas de tiempo o espacio. Por eso Kant rechazaba los dogmas. He aquí su razonamiento y algunas de sus citas para entenderlo
Frases de Descartes para entender lo de ser cartesiano
En griego antiguo, dogma significaba “parecer, opinión o creencia”. Sin embargo, con el paso del tiempo su significado ha cambiado mucho. Tal como lo define la Real Academia Española, un dogma es una “proposición tenida por cierta y como principio innegable”.
Por eso la Iglesia llama así a sus verdades absolutas, como la Santísima Trinidad o la Inmaculada Concepción de María. ¿Y qué hay de la filosofía? ¿Se puede llegar también a afirmaciones absolutas?, ¿a dogmas?
Es lo que pretende la metafísica, descubrir la verdad que hay más allá de los objetos físicos, esto es, del mundo. Preguntas que nos han hechizado siempre, por ejemplo, si se puede demostrar la existencia de Dios, o el porqué de nuestra andadura por la Tierra.
Sobre este problema, en el siglo XVIII, el de las Luces, los filósofos estaban divididos. Los racionalistas pensaban que a través de la razón se puede llegar a todo el conocimiento. “Pienso, luego existo” es la cita más conocida de Descartes. Sobre Dios, el francés demostró que estaba ahí por el mero hecho de que las personas tenemos la idea de perfección en la cabeza; necesariamente, ese concepto tiene que haber sido introducido por un ser intrínsecamente perfecto.
Un empirista, en cambio, no podría avenirse a aceptar esta teoría porque no existe una impresión de Dios en el mundo, nunca da pruebas de que es real. No es que rechazaran la idea de la divinidad, pero sí que se pudiera demostrar. Como dijo el escéptico de David Hume, no se puede confiar en un saber que no provenga de la experiencia sensorial, de los sentidos.
Durante la mayor parte de su vida, el filósofo alemán Immanuel Kant (1724-1804) se contó entre los primeros. Así hasta que en 1770 Hume lo despertó de su “sueño dogmático”, como le gustaba decir. Esto lo llevó a estar diez años en silencio, trabajando en la Crítica de la razón pura (1781), su magnum opus.
Ahora bien, esto no lo convirtió en un empirista. Kant escribía tanto para los que estaban disgustados con el dogmatismo –que “no enseña nada”, dijo– como para los que lo estaban con el escepticismo, que “nada nos promete”.
Se situó en medio de esa disputa, para hacerse una pregunta trascendental para la filosofía. Puesto que hay interrogantes para los que la razón no sirve, y al mismo tiempo el escepticismo de los empiristas no lleva a ninguna parte, ¿realmente es posible la metafísica?
Fue el tema central de su obra, establecer cuáles son las limitaciones del conocimiento humano. Ante esto, uno puede ser escéptico, dogmático o incluso relativista, que es como ser antimetafísico.
Kant era criticista. Halló la justa medida de racionalismo y empirismo al añadir a las personas en la ecuación, que son las que desarrollan el acto de conocer. Para explicar esto, que parece tan complejo, basta pensar en cómo la filosofía tradicional entendía el saber. Hasta la llegada de Kant se pensaba que la razón humana simplemente observaba las cosas (objetos), es decir, que absorbía todo lo que podía de la realidad.
El alemán, en cambio, se dio cuenta de que es justo al revés, de que son las cosas las que giran en torno a nuestra comprensión. Por ejemplo, si observamos a un perro sin saber nada sobre los distintos tipos de razas, lo que sabremos sobre este será limitado. Si en la escuela nos han enseñado algo sobre animales, en cambio, al estar ante uno podremos comprenderlo mejor. Claro está, que lo definamos no cambiará su naturaleza, pero sí nos ayudará a concebirlo.
Lo que determina hasta qué punto podemos conocer algo son la razón y los sentidos. Si nos faltaran los segundos, los conceptos estarían vacíos de contenido, les faltaría una imagen que les diera significado. Sin la primera, los objetos que tenemos a nuestro alrededor no significarían nada para nosotros; un teléfono móvil, por ejemplo, no sería distinto de una piedra.
Esto llevó a Kant al espacio y al tiempo, que son las dos únicas experiencias sensoriales que se pueden pensar a priori (de una forma pura), y determinan cómo vemos todas las otras cosas. No podemos imaginar nada que no tenga tiempo o espacio. En cierto modo, es como si naciéramos con unas gafas que nos permiten ver la realidad, pero hasta cierto punto.
Del mismo modo que el espacio y el tiempo son las formas “puras” de la sensibilidad, lo que a priori ya sabemos, en la mente racional también hay leyes aprioristas que hacen posible que entendamos lo que vemos. No son conocimientos sustantivos, sino, más bien, una serie de categorías o reglas a las que ajustamos lo que nos llega sensorialmente. Kant las separó en la cantidad, la cualidad, la relación y la modalidad.
Copérnico cambió la astronomía al establecer que la Tierra gira alrededor del Sol; Kant hizo lo mismo con la filosofía
Otra vez, en ese punto, el alemán se nos puede antojar difícil. Desde luego, la Crítica de la razón pura lo es, y también trascendental. Para entenderla, sirva otro ejemplo. Que cuando hace frío un estanque se congela es algo que podemos advertir mediante los sentidos. Sin embargo, para llegar a la conclusión de que el estanque se congela “porque” hace frío, es necesario que concurra la idea de causalidad, que no es algo que sepamos por los sentidos, sino una categoría de la comprensión. A través de esta última, ordenamos lo que percibimos en distintas categorías; vinculamos lo objetivo y lo subjetivo, es decir, lo empírico y lo racional.
Ahí está la clave de Kant, por eso se dice que lo suyo fue un giro copernicano. De igual modo que Copérnico cambió la astronomía al establecer que la Tierra gira alrededor del Sol, y no al revés, este hizo lo propio con la filosofía.
Apeó a la metafísica de su pedestal al reconocer que el ser humano tiene limitaciones, una visión matizada del mundo. Cualquier cosa que no tenga tiempo o espacio escapa a nuestro cerebro. Esto acaba con los dogmatismos, y, en un primer momento, a la Iglesia no le gustó demasiado. De hecho, el papa Pío VIII prohibió en 1827 la lectura de Crítica de la razón pura bajo pena de excomunión.
Con el tiempo quedó claro que no se trataba de una negación de Dios. Más bien, al acabar con las veleidades de los racionalistas, que querían demostrarlo todo, abrió un nuevo espacio para la fe. Desenmascaró los dogmas como una inmoralidad, porque, como dijo, “la inteligencia de un individuo se mide por la incertidumbre que es capaz de soportar”.
Citas de Kant sobre lo dogmático 1