No, el condón no lo inventó en el siglo XVII un tal lord Condon, escandalizado por el creciente número de bastardos del rey Carlos II de Inglaterra. Aunque es una historia redonda, pues ese rey, un tanto casanova, llegó a reconocer catorce hijos.
Tampoco es verdad que el faraón Tutankhamón llevara un preservativo cuando fue extraído de su sarcófago, o, al menos, ese extremo no está demostrado.
Existen muchas leyendas alrededor de ese objeto que Camilo José Cela, en su Diccionario secreto (1971) definió como la “funda preservativa de la pija; se utiliza durante el coito en evitación de la fecundación de la mujer o del contagio venéreo”.
¿Cómo va a ser enterrado Tutankamón con un preservativo, si la cultura egipcia adoraba a los dioses de la fertilidad? Esto no significa que no existieran técnicas anticonceptivas, pero no están documentadas. Por otra parte, la simbología que envuelve el enterramiento de un faraón acostumbraba a referir a los dioses Horus, Osiris o Seth, todos vinculados a la fertilidad. El estuche que apareció entre el ajuar funerario de aquel joven faraón era más bien un elemento ceremonial.
Más tarde, en la antigua Grecia y en tiempos de Roma sí aparecen algunas referencias a métodos anticonceptivos, pero nunca explícitamente al preservativo. Se trataría más bien de técnicas naturales como el coitus interruptus, o bien barreras alojadas en el cuerpo de la mujer.
Sea como fuere, lo cierto es que volvieron a desaparecer con la caída del Imperio romano, hasta que en 1564 el anatomista inglés Gabriel Falopio habla por primera vez del preservativo masculino. Se trataba de una pieza de lino que se ajustaba al pene mediante un cordel.
En el siglo XVIII aparecieron otros muy similares hechos con tripas de animales, pero cuya efectividad era igualmente reducida. Puesto que se trataba de artículos de lujo, solían usarse varias veces, demasiadas. Además, estaban muy vinculados al mundo de la prostitución y era raro encontrarlos fuera de esos circuitos.
Mientras tanto, la sífilis no dejaba de azotar Europa. Desde una primera epidemia grave en el siglo XV y hasta el siglo XIX, los brotes fueron una constante.
¿Cuándo llegó a nuestro país el condón?
Pero ¿cuándo llegó a nuestro país el invento? En una investigación sobre el caso, el hispanista francés Jean-Louis Guereña explica que el término “condón” aparece por primera vez en el léxico español en un poema de 1772 llamado Arte de las putas. Su autor era Nicolás Fernández de Moratín, padre del más conocido Leandro Fernández de Moratín.
No es seguro su significado etimológico, aunque probablemente provenga del latín condum, que refiere a “esconder” o “proteger”. De todos modos, aquel texto irreverente no salió a la luz hasta finales del siglo XIX, pues estaba en la lista de libros prohibidos por la Inquisición.
Como explica Guereña, la historia del condón en España es también la historia de una prohibición. Opuesta desde el principio a cualquier método que evitara la procreación, la Iglesia se negó a reconocerle al preservativo su eficacia como barrera contra las enfermedades.
Sobre esto existe una sentencia vaticana de 1826 bastante reveladora, pues lo prohíbe por “trastornar los decretos de la Providencia, que ha querido castigar a sus criaturas por donde ellas habían pecado”. En otras palabras, que la sífilis era un castigo, y que la única protección era la monogamia o la debida abstinencia.
Un discurso, por otro lado, que cada vez iba a ser más difícil hacer prevalecer. Con el descubrimiento de la vulcanización en 1840, un inventor norteamericano llamado Charles Goodyear empezó a fabricar y vender condones de caucho por todo el mundo. En efecto, llegaron antes las “gomitas” que los neumáticos.
Aquello supuso una revolución, pues por primera vez se ponía a la venta una solución segura, barata y que no iba en detrimento del placer en las relaciones sexuales. No obstante, por algunos años siguió pesando más el tabú que el mercado, y aquello no lograba abandonar ambientes muy marginales.
Si bien en el resto de Europa poco a poco su uso se fue extendiendo, sobre todo después de la Primera Guerra Mundial, en España siguió pesando más la tradición. Además, un decreto de 1803 prohibía su uso explícitamente. Esto hizo que durante todo el siglo XIX se tratara de un producto de contrabando.
Eso no significa que no se vendieran preservativos. A partir del siglo XX algunas farmacias y quioscos los vendían de forma semiclandestina y en lugares cercanos a prostíbulos. Pero el estigma continuaba. Una situación que, a pesar de una breve relajación durante la Segunda República, se recrudeció con la irrupción del franquismo.
Una vez más, el código penal de 1944 prohibió la venta o publicidad de elementos anticonceptivos. Aun así, como aclara el profesor Guereña, se siguieron vendiendo. El gobierno permitió su comercialización en algunas farmacias y circuitos urbanos.
Entonces, ¿cuándo se generalizó su uso? A pesar de lo que quisiera el régimen, desde los años cincuenta, y muy poco a poco, el preservativo fue ganando terreno. Había llegado para quedarse, aunque su gran momento llegó en los ochenta. Con la irrupción del sida, para muchos, los “rollos de una noche” se volvieron algo terrorífico, y solo había un remedio efectivo.