Lord Byron, o el hombre de las mil contradicciones

Podcast 'Historia y Vida'

Isabel Margarit y Ana Echeverría Arístegui nos descubren en este nuevo episodio las claves de un escritor al que acompañaron siempre el desenfreno y el escándalo

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UNSPECIFIED - MAY 22: Lord Byron (1788-1824) on the shore of the Hellenic sea, ca 1850, by Giacomo Trecourt (1812-1882), oil on canvas, 153x114.5 cm. Pavia, Musei Civici Del Castello Visconteo, Pinacoteca Malaspina (Art Gallery) (Photo by DeAgostini/Getty Images)

Lord Byron, por Giacomo Trecourt (1812-1882)

DEA / A. DAGLI ORTI

Sus cualidades como poeta son suficientes para justificar su celebridad. Sin embargo, en el caso de lord Byron (1788-1824), el personaje se comió a la persona. Incluso los que nunca han leído sus libros saben de su vida excéntrica y las continuas aventuras amorosas de este héroe romántico.

Byron aseguró que no tuvo ambición y que nunca buscó el amor y la fama, pero ambas llegaron y le crearon un nombre. Su reputación, en efecto, le precedía. De ahí que protagonizara el que posiblemente fue el primer fenómeno fan de la historia: la byronmanía. 

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Sobresalió, antes que nada, por el carácter legendario de su figura. El propio escritor contribuyó a su mito y supo hacer de sí mismo su principal creación artística. Tenía todos los elementos para suscitar pasiones: era atractivo, ingenioso, de humor ácido… Puede decirse que parecía una estrella de rock antes de que existieran las estrellas de rock. Mujeres anónimas que no le conocían de nada le escribían cartas declarándole su amor.

Pero la vida privada del escritor resultó conflictiva en muchos sentidos. Procedía de una familia disfuncional, con un padre que se vio obligado a exiliarse por deudas. Con su madre mantuvo una relación de amor-odio, entre otros motivos porque la culpó, sin razones sólidas, de su cojera de nacimiento.

Retrato de Lord Byron.

Retrato de lord Byron en torno a 1800

Dominio público

Su discapacidad no le impidió practicar todo tipo de deportes, como el boxeo, la esgrima o la natación. Llegó a cruzar a nado, en 1810, el estrecho de los Dardanelos, entre Europa y Asia.

Amó a mujeres y a hombres, arriesgándose a verse arruinado por la atroz homofobia de su época. Irradiaba carisma. Lo que no resultaba tan evidente era el sinfín de contradicciones que arrastraba: vanidoso e inseguro, grandilocuente y sencillo, libertino y, con frecuencia, también enamorado.

Lejos de limitarse a empuñar la pluma, se marchó a Grecia para apoyar la independencia helena frente al Imperio otomano. Respaldó la causa no solo con su imagen, también con dinero que puso de su bolsillo.

Lord Byron visto por Thomas Phillips circa 1835

Lord Byron con traje albano, por Thomas Phillips, 1813

National Portrait Gallery London

No esperaba encontrarse con un panorama caótico, en el que las rencillas internas impedían plantear una estrategia militar coherente. Pero unas fiebres repentinas no tardarían en conducirle a la tumba. Sus últimas palabras fueron: “Ahora me voy a dormir”. Su muerte, sin embargo, no puso fin a la byronmanía y despertó una profunda emoción colectiva.

Para profundizar en el tema, Isabel Margarit, directora de Historia y Vida, y la periodista Ana Echeverría Arístegui nos recomiendan Byron. Vida y leyenda (Debate, 2024), de Fiona MacCarthy, una investigación rigurosa y absolutamente exhaustiva. No se olvidan de la película española de culto Remando al viento (1988), de Gonzalo Suárez, con un jovencísimo Hugh Grant como lord Byron. Y por supuesto, siempre queda adentrarse en las múltiples obras del poeta: Las peregrinaciones de Childe Harold, Manfredo, Caín, Don Juan

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